No a la guerra, sí a la defensa propia

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La política busca la solución de las diferencias mediante el diálogo y la pacífica confrontación de proyectos e ideas. Por eso, las guerras, más que una continuación de la política por otros medios, constituyen una constatación de su absoluto fracaso. Peligrosa y terrible para la propia existencia, no solo de los combatientes, sino de la humanidad y del planeta, cuando se dispone de un arsenal nuclear suficiente para causar una enorme devastación. El objetivo de un mundo desnuclearizado, justo y en paz continúa siendo plenamente válido, aunque muy difícil de alcanzar por una intrincada confluencia de intereses.

Sin haber salido aún de la profunda crisis ocasionada por la pandemia de la Covid 19, el mundo se enfrenta ahora a un conflicto bélico de impredecibles dimensiones tras la invasión de Ucrania por parte de Rusia, una de las mayores potencias militares. Apenas una semana después de iniciada la intervención armada rusa son miles los muertos y heridos y, según la ONU, se supera ya el millón de personas desplazadas y que buscan refugio en otros estados europeos; Acnur estima que, de prolongarse el conflicto, la cifra se elevará hasta alcanzar los cuatro millones de refugiados. 

Frente a la situación creada por la injustificable violación rusa de la soberanía nacional ucrania -que no se justifica por los ataques de Ucrania en el Dombás ni por una acción preventiva ante un futurible ingreso de Kiev en la OTAN- cabe enarbolar el No a la Guerra, como hicimos cuando Blair, Bush y Aznar iniciaron una guerra ilegal, inmoral e injusta en Irak, al margen de las Naciones Unidas, mintiendo sobre la presencia de armas de destrucción masiva. Causando la pérdida de cientos de miles de vidas humanas, la inmensa mayoría civiles, y la destrucción de infraestructuras básicas, empobreciendo todavía más a su población. Potenciando, además, el fanatismo y el odio.

Legalidad internacional

Algunos de los que entonces aplaudieron con las orejas la barbarie impulsada por el denominado trío de las Azores hoy rechazan la iniciada por Putin, como si la legalidad internacional no fuera gravemente violentada en las dos ocasiones y el sufrimiento de los pueblos tuviera distinta cotización. Como si en los dos casos no correspondiera la misma respuesta de absoluto rechazo a las atrocidades cometidas. La hipocresía campa a sus anchas. Cualquier violación de la legalidad internacional y de los derechos humanos debe ser denunciada y combatida, al margen de las simpatías personales o políticas. Sean las víctimas yemenís, palestinas, saharauis o ucranianas.

Entre los que sí rechazamos la guerra de Irak y participamos en las inmensas movilizaciones ciudadanas que se produjeron entonces, una parte plantea ahora que la respuesta frente al presente conflicto debe situarse exclusivamente en el plano de las sanciones económicas y en el ejercicio de la diplomacia. Y rechaza con firmeza la posibilidad de que se ayude al pueblo ucraniano a defenderse de la invasión, mediante el envío de armamento por parte de la Unión Europea. No lo compartimos.

En Canarias recordamos estos días el histórico voto contrario del Archipiélago en el referéndum sobre la permanencia en la OTAN convocado por el entonces presidente del Gobierno español, Felipe González, el 12 de marzo de 1986. Un rechazo que solo se produjo en nuestra comunidad y en Navarra, Euskadi y Cataluña. En el conjunto del Estado el sí se impuso al no por más de trece puntos porcentuales de diferencia.

Un posicionamiento negativo, el canario, que estuvo muy vinculado (y se observa claramente en la diferencia del voto entre las distintas islas) a las consecuencias de la chapucera descolonización del Sahara, especialmente en las islas orientales, y como respuesta a los anunciados proyectos de construcción de bases militares en Gran Canaria o en El Hierro. Una apuesta decidida por la neutralidad de Canarias y un rechazo mayoritario a su vinculación con la OTAN expresado en plena guerra fría, cuando aún pervivían los dos grandes bloques militares, la OTAN y el Pacto de Varsovia; no sabemos qué pasaría si se repitiera hoy la consulta.

Observamos estos días también como algunos analistas y dirigentes políticos, salvando las distancias temporales y los momentos históricos diferenciados, han recordado la tragedia vivida por la IIª República por la falta de apoyos internacionales tras el fracaso del golpe de estado franquista y el comienzo de la guerra civil. La neutralidad mantenida por Francia o el Reino Unido impidió que la democracia española pudiese hacer frente en condiciones mínimas al ejército sublevado, mientras que este recibía importante apoyo armamentista de sus aliados Hitler y Mussolini. Incluso la participación directa de la aviación fascista italiana o de la alemana Legión Cóndor en bombardeos sobre la población civil, causando execrables masacres.

Derecho a defenderse

Tengo la impresión de que esgrimir en estos momentos el No a la guerra sin matices puede llevar a confusiones y a cometer injusticias. Claro que hay que rechazar las guerras, fuentes de muerte y sufrimiento humano. Pero sin olvidar que Ucrania, la invadida, tiene derecho a defenderse y a tratar de rechazar al agresor y no ser aniquilado por este. Los dirigentes rusos deben saber que el mundo rechaza contundentemente su injustificable proceder bélico y que su actitud tendrá graves consecuencias. 

De lo contrario se estaría tolerando la actual agresión y generando las condiciones para que otros estados soberanos sean atacados en el futuro por la Rusia de Vladímir Putin, para anexionarlos o para colocar en ellos a gobiernos afines. Hablamos de un líder autoritario, homófobo, antifeminista y con ambiciones imperialistas, muy próximo a los posicionamientos populistas de los grupos ultraderechistas europeos, con los que ha mantenido fluidas relaciones. Dirigentes cercanos a Abascal como Eriz Zemmour o Marine Le Pen tratan de ocultar hoy su relación con Putin, cuando Zemmour dijo que soñaba “con un Putin francés” y las fotos de Le Pen con Putin ilustran folletos de la campaña por las presidenciales francesas, que ahora podrían ser convenientemente retirados.

Por otra parte, serán muchas las víctimas que ocasionará esta guerra; ya las está causando. En primer lugar, en el pueblo ucraniano, machacado por uno de los ejércitos más pertrechados del mundo y que mantiene una desigual batalla contra el invasor. En segundo, el propio pueblo ruso, que sufrirá graves repercusiones económicas y sociales por las sanciones internacionales y que seguirá soportando un régimen profundamente autoritario que está deteniendo a miles de personas que se oponen a la invasión de Ucrania y a la guerra.

Pero el conjunto de Europa y el mundo también sufrirán las consecuencias, con el frenazo de la recuperación económica post pandemia y el mayor incremento de la inflación por los efectos directos que tendrá en distintos sectores productivos, desde la energía a la agricultura y la ganadería. Entre ellos, el turismo, que puede verse afectado por la subida del precio de los combustibles y el consiguiente encarecimiento de los billetes aéreos; y por el temor comprensible que genera un clima bélico, lo que no constituye precisamente el mejor escenario para decidir salir de vacaciones.

Paz justa y duradera

Considero que los estados democráticos y las organizaciones internacionales deben realizar todos los esfuerzos, en todos los ámbitos, para reconducir el conflicto desde el regreso al respeto a la legalidad internacional, la búsqueda de soluciones, negociadas y pactadas, y el establecimiento de una paz duradera y justa en la región. Exigiendo el alto el fuego y la inmediata retirada de las fuerzas militares rusas de territorio ucraniano y, mientras esto sucede, ayudando a su gobierno a ejercitar la legítima defensa frente al agresor y ofreciéndole todo tipo de colaboración militar y humanitaria.

Evitando que se produzca una escalada que nos sitúe en las puertas de una Tercera Guerra Mundial. Reformando, democratizando y potenciando a las Naciones Unidas para que sean más efectivas en la prevención y reconducción de todos los conflictos. Construyendo una política de seguridad y defensa europea propia, reafirmando el alto grado de cohesión que se ha producido en esta crisis; y contando con una adecuada política de acogimiento y asilo. Combatiendo los populismos extremistas que ponen en riesgo las democracias, las libertades y los derechos cívicos. Y, al mismo tiempo, debemos actuar para paliar los efectos económicos y sociales de esta guerra en la Unión Europea, el Estado español y Canarias.

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