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Noche de Reyes

José H. Chela / José H. Chela

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Como no hay nadie, tampoco, que se sustraiga a escribir una carta a Sus Majestades, los Reyes de Oriente, aunque se trate a veces de una misiva mental, puramente imaginaria. Estas fechas consiguen que renovemos nuestros buenos propósitos –ya hablé de ello el otro día-, a sabiendas, casi siempre, de que se quedarán en repetidas y frustradas intenciones y logran que, en nuestro fuero interno, solicitemos del futuro inmediato la consecución de nuestros sueños y aspiraciones. Es la carta a los Reyes, que metafóricamente redactamos hasta los más acérrimos partidarios de la república. Como los críos menudos, buscando merecimientos, hacemos un balance de cómo nos portamos el año anterior y nos suele salir positivo. Hemos sido buenos. Los políticos y empresarios hacen públicas sus misivas a Sus Majestades y resulta que, al igual que los chiquillos, no han roto un puñetero plato, no ya en los doce meses anteriores, sino en toda su trayectoria. En ese aspecto, puntualizando, los niños son, generalmente, más sinceros. Confiesan leves picardías y pecadillos insignificantes. Los políticos y los empresarios que escriben ahora sus cartas al personal, a los monarcas orientales y epifánicos, y a la Justicia, son, por el contrario, de un tajante exagerado: jamás de los jamases han bordeado siquiera la ilegalidad, nunca han hecho un favor personal que pudiera considerarse como mínimo criticable, no han incurrido en ningún momento de su existencia y del desempeño de sus funciones, no ya en corruptelas o prevaricaciones, sino en faltas simples y cotidianas relacionadas con los quehaceres y los negocios habituales en el ámbito de la administración; concesiones, amiguismos, favores personales, trabas a las actividades que puedan afectar a familiares y gentes afines, etcétera. Tanta virtud es, sencillamente, increíble. No cuela. Las cartas de este tipo que redactan los chiquitines piden a los Reyes la intemerata: todos los juegos y prodigios que se anuncian en la tele, por supuesto. Las que envían algunos políticos y empresarios, para conocimiento de Melchor, Gaspar, Baltasar y todo aquel que esté dispuesto a leerlas y aceptarlas, se conforman con aquello que reclamaba el paralítico que fue a Lourdes y casi se mata: quedarse como están. Dicen que, para los Reyes de Oriente, trabajan unos angelitos que, día tras día, a lo largo del año, apuntan en un librito –un librito para cada pequeño peticionario- las cosas buenas y malas que ha hecho cada cual. Lamentablemente, esos balances no valen en la cosa pública ni en los tribunales, aunque existan abogados mediáticos capaces de trasmitir a la opinión pública que poco importan las maldades de quien sea si las bondades que ha llevado a cabo son benéficas, patentes y están al alcance de la mayoría. Sus Majestades decidirán. Aunque no vaya a ser precisamente esta noche.

José H. Chela

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