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Que no se nos olvide por Xavier Aparici

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Por ello, concluida la destrucción armada, en los países occidentales no se volvió a la economía donde se dejaba hacer y se dejaba pasar un capitalismo puro y duro. Muy al contrario, como estrategia para recuperarse material y socialmente, en los distintos Estados se dio preeminencia a la dimensión política centrada en el desarrollo de lo democrático, lo público y lo social. Esta orientación fue también una respuesta de los países europeos “libres” a la polarización de las dos potencias mundiales que habían surgido tras la devastación bélica. En todo caso, por primera vez en la historia, el Estado de derecho se hacía social y democrático, desarrollándose con una importante función redistributiva.

Este nuevo diseño se llamó “bienestarismo” y no ha sido poca cosa. Para empezar la recuperación y el desarrollo material y civil tras el gran destrozo, se implementaron importantes medidas asistenciales para la población, se generalizaron garantías de dignidad político-económica “desde la cuna a la tumba” y se establecieron efectivas políticas de pleno empleo. Y el resultado fue espectacular: nunca la ciudadanía de a pie había contado con sufragio universal y amplias libertades públicas; con servicios sociales fundamentales generalizados; con salarios, subsidios y pensiones suficientes? Hasta económicamente, la recuperación general fue notable, aunque, eso sí, sostenida por la subordinación neocolonial de los que se denominaban “países en vías de desarrollo”.

En el ámbito de su soberanía y en el lapso de dos generaciones, estas enriquecidas democracias del bienestar extendieron, como nunca antes, los niveles de confort, de instrucción y de libertad en la población. También fueron ?y continúan siendo- un modelo de tolerancia, frente a las dictaduras de derecha y de izquierda, ante los movimientos sociales que pacíficamente cuestionaron -y cuestionan- sus múltiples contradicciones y defectos. La emancipación femenina y la juvenil; el pacifismo, el antimilitarismo y el ecologismo; los movimientos en pro de la profundización y extensión de los derechos humanos y de la democracia, se consolidaron y evolucionaron a la vez que una sociedad civil fuerte y plural, sobre todo, en estos países occidentales.

A finales de los años 70 del pasado siglo, la llamada “crisis del petróleo” trajo un importante encarecimiento de este crucial producto energético de nuestra economía, lo que provocó al sistema mixto de capitalismo privado y redistribución pública, dificultades económicas severas. En ese ambiente crítico, prosperó la ofensiva del capital “neoliberal” con celeridad, esta vez, con vocación global, pero al igual que su precursor, con el empeño de quebrar la primacía democrática y reducir al Estado a su expresión jurídica y policial, de dualizar económicamente a las sociedades y de reinstaurar el dominio de los ricos sobre el conjunto.

Esta auténtica patología civilizatoria que supone el capitalismo neoliberal, esta fuerza absurda de sumisión humanitaria y de destrucción de la Naturaleza, aún no cuenta con el control absoluto de los sistemas políticos en los países llamados “occidentales”, ni ha roto aún completamente su soberanía legal y territorial. Pero está en ello, usurpando las instituciones públicas y corrompiendo a sus administradores, ninguneando los valores democráticos y vulnerando las garantías constitucionales. La contestación popular a este desquicio es notable, pero claramente insuficiente: hay que preocuparse y hay que ocuparse de lo general, de lo político. No es momento para relajarse en ocupaciones intranscendentes. Que no se nos olvide.

Xavier Aparici

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