Pablo Milanés, eterno
Cuentan que las serenatas y la guarachas le acompañaron casi desde que nació. A Pablo Milanés le decían trovador, cuando sus primeras apariciones en las islas y en España. Y ahí le descubrimos, dándole vida y música a la Nueva Trova Cubana que emergió durante los años sesenta, después de la Revolución.
Tuvo sus raíces en la trova tradicional cubana, pero se diferenció de ésta debido a que su contenido fue político, en un sentido muy amplio. La nueva trova combinó música popular tradicional con textos progresistas y frecuentemente politizados, y estuvo relacionada con el movimiento de la nueva canción latinoamericana, especialmente con la argentina. Algunos de los miembros de la nueva trova fueron también influenciados por el rock y el estilo o música pop de la época.
Junto a Silvio Rodríguez enarboló algo más que una corriente o un movimiento. Porque Pablo Milanés bebía de todas las fuentes para escribir e interpretar canciones que hablaban de amor y desamor, de lucha y aspiraciones. Semejaban sus composiciones rumbas ancestrales pero eran indudables las influencias de las bases de la música occidental de los últimos tiempos.
Sensible, evocador, certero, dotado de una voz peculiar, cautivadora, con la que elevaba la trascendencia de sus poemas. O de sus canciones. El crítico cubano Pedro de la Hoz ha subrayado su papel de “hombre puente entre todas las trovas, las anteriores y las por venir”. Ese trovador nos regaló poesía de alcance social y un cierto espíritu emancipador. La creatividad de Milanés, de Rodríguez y de otros miembros de la Nueva Trova, fue determinante para simpatizar con las ilusiones, con la creencia firme de que se podía luchar contra la injusticia y la desigualdad.
Así, fueron acumulándose las canciones que desgranaba en varios escenarios canarios. Ahí le vimos actuar. Y en Madrid, donde la gente escuchaba muy respetuosamente o tarareaba sus melodías mientras encendía mecheros y confería a la actuación un aire inevitablemente mágico y emotivo. El debate, quién gusta más, Pablo o Silvio, también brotó. Sin que hubiera resultados prácticos o tangibles. Uno y otro, a su aire, encandilaron con sus respectivos estilos. Cada trovador sabe que siempre habrá gente esperándole. Su música nunca será vana.
Por eso, “cuántas veces te dije/ que antes de hacerlo/ había que pensarlo muy bien/”, en la primera estrofa de “Para vivir”, se fue haciendo un canto de rebeldía y vitalidad a la vez. “Eso que llaman amor para vivir. Para vivir”. Y que entonábamos, junto con otros títulos memorables, en una juventud que se alargaba y no queríamos que acabase. Eso sí, “de qué callada manera”, venía “el breve espacio en que no está”. Hasta que llegó Yolanda “...no más que una canción…”, que pretendía fuese “una declaración de amor”, y se detuvo “a llorar por los ausentes”, después de pisar las calles nuevamente, en memoria del derrocado Salvador Allende, porque quería “la patria liberada”.
Pablo, sencillamente, se hizo imprescindible.
Eternamente, su adverbio preferido.
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