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El pan nuestro

Teo Mesa / Teo Mesa

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Y que no falte día a día. Sabemos que para todos los seres vivos la vital necesidad de existir radica en la obligación de ingerir alimentos, aún para los microorganismos. Todo en la vida del ser humano es prescindible y hasta necesariamente superfluo, como los bienes de consumo y las comodidades que hemos conseguido por los avances tecnológicos, habiendo fagocitando algunos sus mientes en severas patologías en adicción por esta dependencia a las compras. Pero el pan nuestro, las mieses de la espiga del trigo, son absolutamente irrevocables a engullirlas diariamente.

La actual miserable miseria que nos ahoga; este drama agonizante que se vive en tantas familias, especialmente en nuestro Archipiélago, el cual ostenta el tristísimo record del más alto paro laboral de la nación patria; familias a donde no llegan unos céntimos para satisfacer las más urgentes y perentorias necesidades primarias y fisiológicas por los alimentos, para simplemente subsistir. Esta vorágine del paro por la que somos todos absorbidos, estando el mayor porcentaje de los trabajadores en el epicentro, directa o indirectamente, por ser la parte más débil de la masa social en prestaciones de servicios ajenos, se ve imposibilitada a justificar su derecho al trabajo por sus carencias, según reza en la Constitución española en uno de sus artículos.

El feudalismo contemporáneo que estamos soportando cual pesada losa, como meros peleles de juego o marionetas cuyos hilos sujetan aviesas manos, que nos mueven a sus antojadizas codicias, en base a los dislocados intereses de los que han inventado esta globalización, muy aprovechada en los réditos de los índices al alza por estos sátrapas de las finanzas, que por muchos intereses ganados jamás sacian su insania avaricia. Y para conseguir sus réditos inversionistas, ningún escrúpulo aflige sus planas conciencias, sin pesarle llevar a la doliente población dependiente del salario laboral a la hecatombe del desempleo más abyecto.

Esta crisis, desconocida en más de 50 años, es considerada por el escritor Vicente Verdú en su reciente editado ensayo El capitalismo funeral, como la anunciada Tercera Guerra Mundial, pero en ésta, no se ha disparado amargo tiro asesino, sólo la gran deflación global produce canallescas exclusiones sociales por inanición laboral en la gran población asalariada mundial, por lo que la carencia de trabajo deja muertos vivientes, impensables, inactivos a la inmediata acción de rebelión contra la ltiranía económica de los nuevos señores feudales del capitalismo neoliberal y ultraconservador, habiendo quedado evidenciado el absoluto fracaso de esta maximalista doctrina, e ignominiosa esclavitud en los asalariados.

Ante esta situación de extrema gravedad, de ausencia de salarios en muchos de los hogares, es de drástica necesidad y solidaria obligación, por las administraciones de los Gobiernos Centrales y Canarios, preservar un altruista salario social, para prevenir la impúdica denigración e indigna mendicidad por un mendrugo de pan; o de la “olla popular”; o lo que es peor: la reverberación de las masas en la lucha de clases, para degenerar en jacobinas desesperaciones por saciar primeras necesidades alimentarias, como impulsos irresistibles hacia la desbocación de los órdenes sociales en la convivencia.

No es tiempo para que los órganos empresariales y el PP, aprovechen el río revuelto y arrimen el ascua, con faramallas incitadoras hacia un despido libre como la solución al paro: irracional a todas luces, para dejar limpia de cargas a las empresas con los empleados fijos, al estilo norteamericano. Como si no lo tuvieran con el deshumanizado contrato basura. No se puede involucionar los derechos contraídos por la dignidad de los trabajadores a un salario justo y en paralelo al nivel de vida existente, y de laboriosidad continuada. Evitar tan desmadrado paro es hacer un concienzudo cambio sobre uno de los males que enferma a las finanzas españolas radica en el modelo caduco que está aún en vigor: el sector servicios y la construcción como únicos absorbentes en la creación de puestos de trabajo.

Y para colmo, la angustia y el desánimo se enquistan en la mente de los que han perdido su trabajo, maridándose en efecto placebo, en una demencia pasajera con los ansiolíticos, causada por la incomprensión por este yerro de injusticia social que en desgracia vive por eternos momentos, causando, una transitoria desazón e infelicidad por la impotencia de no llevar el pan a su hogar.

Teo Mesa

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