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Pasión turca

Rafael Morales / Rafael Morales

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El actual gobierno de Erdogan tiene el apoyo de la mayoría. La prensa occidental lo considera un islamista moderado. Nadie duda sobre sus intenciones de acercarse a Occidente, ingresar en la Unión Europea (Turquía viene intentándolo desde 1963, cuando se llamaba Comunidad Económica Europea) o cumplir sus obligaciones con la Alianza Atlántica, de la que forma parte desde 1951, allá durante los tiempos de la Guerra Fría. La organización islamista que sostiene a Erdogan y a la candidatura de Gül a la presidencia, Partido por la Justicia y el Desarrollo (AKP), ganaría las elecciones si se celebraran hoy. O eso dicen las encuestas.La adhesión del islamista Abdullah Gül a Occidente está fuera de toda duda. Cuando ejerció como primer ministro, intento colaborar con George Walker Bush en la invasión de Irak a cambio de enormes inyecciones de dinero. Le salió mal porque el Parlamento turco votó en contra. Aceptó las directrices económicas del Banco Mundial y contó con el sostén de Estados Unidos durante su gestión. Por su parte, Erdogan aumentó los esfuerzos por modificar los aspectos más totalitarios de la legislación, incluyendo derechos referidos a la amplia minoría kurda y recortes a las atribuciones del ejército, aceptando así algunas condiciones en materia de derechos humanos que Bruselas exige a Turquía para allanar su acceso a la Unión Europea. El desplante de los militares al Gobierno no sólo obtuvo una respuesta sin precedentes, por su atrevimiento, del primer ministro Erdogan. El ministro de Justicia, Cecil Cicek, afirmó que “es inconcebible que en un Estado democrático y de derecho, el Estado Mayor, una institución que sigue estando bajo las órdenes del primer ministro, haga esas afirmaciones”. El comisario para la ampliación de la Unión Europea, Olli Rehn, solicitó prudencia a los uniformados turcos: “Es importante que el Ejército deje las tareas de la democracia al gobierno democráticamente elegido”. El Tribunal Constitucional debe pronunciarse sobre la legalidad de la elección de Gül como presidente. De cuestionarla, la oposición podría alcanzar su objetivo: adelantar las elecciones generales.Los militares turcos se consideran los custodios del carácter laico del estado (que, por cierto, nadie cuestiona), así como garantes de la unidad nacional. Juegan el papel de árbitros en los conflictos internos y gozan de impunidad a la hora de la represión. Observan con disgusto las exigencias de la UE sobre los derechos humanos y sobre la petición de rebajar el poder de los militares. La cúpula uniformada, además, pretende representar de hecho a una parte de la sociedad. A un lado de la trinchera política, militares reaccionarios que nadie votó defienden el estado laico. Al otro, una política de corte islamista, democráticamente elegida, promueve la apertura a Europa que los militares consideran una traición al estado turco. Parecerá una extravagancia incomprensible, pero se trata sólo de otra paradoja no apta para mentes amuebladas con el pensamiento único, la guerra de civilizaciones y otros derivados simplones del sentido común.

Rafael Morales

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