Espacio de opinión de Canarias Ahora
Pedagogia política
El pronunciamiento de la fiscalía anticorrupción se produjo el mismo día en que el juez Alberto Puebla anunciaba el rechazo de la querella de Soria contra la cúpula policial pasada y presente (de momento, no la futura) y un nutrido número de ciudadanos, entre los que figuran elementos de la redacción de CANARIASAHORA. Escapó arañando el portero del edificio, de baja ese día.
Confieso que al leer seguidas las dos noticias me dije a ver si va a resultar que Soria tiene razón y hay una conspiración de periodistas, policías, fiscales, jueces y López Aguilar contra él. Pero fue un pensamiento fugaz que aventó la evidencia estadística de que con la cantidad de asuntos judiciales que conciernen a Soria, lo raro es, precisamente, que no coincidan más los autos en el tiempo.
Pero me interesan ahora los descalabros sorianos sólo como percha para ocuparme de la forma recurrente en que nos acusan de poner a parir al juez que dicta una sentencia que no nos gusta y los aplausos cerrados para el que falla según nuestros deseos. De entrada, no hemos puesto a parir a ningún juez; como mucho, deslizado alguna crítica porque, no sé si saben, la Justicia no está exonerada de ella y le influyen, como a todo, el talante humano, los conocimientos, las mentalidades, las ideologías, los intereses, los amigos y lo que ustedes quieran.
Pero, en fin, si consideran que eso es ponerlos a parir y que elogiamos o criticamos las sentencias según convenga, habría que recordar al juez Garzón, aplaudidísimo por el PP cuando fue contra los psocialistas en la última legislatura de Felipe González y del que dicen ahora barbaridades por osar empapelar a Francisco Camps y otros. Con lo que ya aventuro por donde anda el comunicante anónimo desconocedor de que escupes al cielo y te cae en la cara.
La derechona suele utilizar la ley del embudo con desparpajo y como hay gente que traga, habrá que hacer pedagogía y recordar, en primer lugar, que las leyes procesales contemplan la normal existencia de discrepancias respecto a las decisiones judiciales y por eso han arbitrado un mecanismo de recursos contra las sentencias que no sean del agrado de alguien. Lo que legitima el que podamos estar de acuerdo con unas y no con otras. Es tan elemental que da vergüenza decirlo.
Hay bastante incultura política en esta forma de enjuiciar las reacciones buenas o malas ante autos y sentencias. Más o menos la misma incultura de quien al leer una columna periodística pasa de los hechos expuestos y de los argumentos empleados para meterse en el espeso mundo de los juicios temerarios y las suposiciones. El otro día, sin ir más lejos, me referí a la forma en que el sistema electoral actual contribuye al deterioro de la democracia en Canarias. Un comunicante se apresuró a proclamar que a mí la calidad de la democracia me tiene sin cuidado y que sólo me mueve el deseo de que gobiernen “los míos”. Dado que es normal que todo el mundo quiera que gobiernen “los suyos” (para eso se vota) no destacaré tamaña idiotez sino la forma que pasara por alto hechos y argumentos.
No trato de justificar, ni falta que hace, mi derecho a simpatizar políticamente con quien me dé la gana. El problema es que sigo sin saber quiénes son “los míos”, aunque sí sé quienes no lo son y me da que éstos van a ser, justamente, “los suyos”, los del comunicante.
“Los míos”, a tenor de lo afirmado por el comunicante, pueden ser los de NC, claramente perjudicados en Gran Canaria por el sistema; los sectores de CC de El Hierro y La Palma, que piden esa reforma; el PSC, que la ha puesto como condición para la estatutaria; y hasta el mismísimo PP, que la reclamó hasta que los intereses personales de Soria alinearon a su partido con Paulino, que es, ya ven, quien no quiere la reforma y no me pregunten la razón porque la saben.
Como comprenderán, encontrar a “los míos” en un espacio de esa amplitud es tan agotador como lo fue para Marco buscar su madre a lo largo de tropecientos episodios televisivos. Lo pedagógico es, en fin, valorar los argumentos vengan de quien vengan y oponer la razón a la razón, no salirse por los cerros de Génova. Ni siquiera amparado en el anonimato.
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