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Pepe Dámaso y los hospitales de colores

Juan García Luján / Juan García Luján

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Después de desayunar Pepe le dice a Lola, la mujer que trabaja en su casa de La Isleta, que le gustaría comer unos macarrones como los que hacía su madre, que hoy tiene ganas de volver a su infancia a través del aroma del plato de comida. Pepe coge el taxi camino de la radio, y recuerda que su madre fue un apoyo en los tiempos más difíciles. El chiquillo era rarito, quería ser artista. Hubo un tiempo en el que ser pintor o dedicarse al arte era una vergüenza familiar. Me cuenta Pepe en El Correíllo que “pude llevar mejor mi homosexualidad que mi vocación artística. Yo vivía el sexo con naturalidad, pero en aquellos años tener vocación artística estaba muy mal visto”.Durante una hora de entrevista aparece César Manrique aunque uno no lo llame. Pepe adoraba al César rebelde que se enfrentó a los políticos especuladores, al César amigo que le escribía cartas desde Nueva York y le decía: “quédate en Canarias, Pepe, nuestra tierra tiene que ser la mejor plataforma para nuestra proyección”. Aparece el César que lo acompañó a Italia, a la Bienal de Arte de Venecia, cuando Luchino Visconti le compró un cuadro a Dámaso. Pepe recuerda que con Manrique aprendió a respetar la naturaleza, a descubrir que la Apocalipsis se acerca si seguimos matando a la naturaleza que nos dio la vida y al paisaje que nos recibió cuando nacimos.

Pero este miércoles descubrí en la radio a otro Pepe Dámaso. Descubrí al hombre que se enfrentó a la enfermedad con la misma pasión que pone frente al lienzo. Se había acostumbrado a vivir siete décadas sin sobresaltos con la salud. Su médico de siempre le dijo que había que revisarse, que nunca se sabe. Y encontraron la enfermedad maldita: cáncer. Pero Pepe no se rindió. Pensó que si amas a la naturaleza, si crees en la vida, tienes derecho a pactar con ella, a decirle en la cara que quieres seguir caminando por el mundo conocido, que por ahora no quieres cambiar de barrio, que más vale La Isleta conocida que el Paraíso por conocer.

Pepe se portó bien. Hizo el papel de paciente disciplinado. Pero ni la peor de las enfermedades puede sacar a Pepe Dámaso de su piel de artista. Por eso cuando lo metieron en la sala de radioterapias la armó. ¿Cómo pueden tumbar a la gente aquí, en este espacio tan frío? Si uno está enfermo y tiene que pasar varias horas mirando un techo gris y rodeado de máquinas extrañas, lo que menos entran es ganas de vivir. Pepe habló con los médicos y les propuso cambiar el escenario. Necesitamos un arquitecto, un ingeniero, el responsable de estas máquinas, yo estoy dispuesto a pintar un mural de colores en este techo sin vida. La gente necesita los colores.

Y cambiaron el techo de la sala de radioterapias. Y Pepe llenó de colores y calores aquel espacio frío y gris. Dice Pepe que los hospitales son sitios lúgubres, que invitan a la tristeza. Que hay que pintar las clínicas de colores, para que los enfermos no vivan en un ambiente gris, sin personalidad, para poder afrontar la enfermedad con alegría.

Mañana viernes hay una manifestación para defender una sanidad pública digna. Sería bueno que incorporen un lema: que pinten los hospitales de colores. No es ninguna broma. Llevamos muchos años de gobiernos grises que nos han dejado una sanidad gris llena de listas de espera y precariedad laboral. Si empezamos a pintar los hospitales quién sabe si en un descuido, quitamos a esta consejera de Sanidad de un brochazo, y la mandamos a su querida sanidad privada, y con la pintura que sobre podríamos seguir pintando todos los centros de salud.

Juan García Luján

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