Espacio de opinión de Canarias Ahora
Pobres pobres
Cáritas, que es una organización de carácter religioso ante cuya labor cualquier agnóstico o ateo de bien se quita el sombrero, asegura que hay cantidad de canarios y residentes en el umbral de la pobreza. Aporta cifras y porcentajes obtenidos con esforzada seriedad. Y la consejera Marisa Zamora, para no amargarnos la larga digestión de las Navidades, no duda de esos datos. Simplemente, no se los cree, nos aconseja que nosotros tampoco les demos crédito y pega a alegar de la macroeconomía esa, que marcha viento en popa. Pero, resulta que al ciudadano del común lo que le interesa y angustia en ocasiones- es su propia y particular microeconomía que no cuadra ni de coña con los triunfalistas baremos que maneja el Ejecutivo. Desde ese punto de vista, desde la perspectiva de quienes sufren cotidianamente apreturas microeconómicas, la razón y la verdad están del lado de Cáritas, y la demagogia socioeconómica en el discurso y en la cartera llena de papeles engañosos de la consejera. La labor de la Consejería de Asuntos Sociales, imagina uno, consiste o debiera consistir en remediar, dentro de lo posible, los problemas sociales, como su propio nombre indica. No negarlos, porque si los niega es como si no existiesen pobres pobres, repito- y, entonces, no hay situaciones amargas, complicadas, alarmantes y peliagudas que solucionar. Qué bien, ¿no? Menos mal que doña Marisa admite una obviedad: que a algunos isleños les cuesta un riñón y la yema del otro llegar a fin de mes. Los algunos, habría que añadir, son muchísimos. O sea, una barbaridad y eso no sólo lo dice Cáritas, sino que incluso a las estadísticas oficiales no les queda más remedio que aceptarlo y reflejarlo. Aunque sean cosas distintas: no alcanzar a cubrir las obligaciones económicas mensuales familiares o personales no implica necesariamente que una familia o un individuo se hallen por sus ingresos en el umbral de la pobreza. En demasiados casos, lo único que prueba esa incapacidad es una pésima planificación, un abismo insalvable entre las percepciones salariales y los gastos sobre todo superfluos- y una tendencia suicida, cada vez más generalizada en nuestra sociedad, a precipitarse inconscientemente en la vorágine del consumismo desenfrenado, que se dice. Pero, esa otra historia, claro.
José H. Chela
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