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Primero Baltasar Garzón y después...

Eduardo Serradilla Sanchis / Eduardo Serradilla Sanchis

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Dos años largos ha que ciño la corona de España, y la España vive en constante lucha, viendo cada día más lejana la era de paz y de ventura que tan ardientemente anhelo.

Si fueran extranjeros los enemigos de su dicha, entonces, al frente de estos soldados tan valientes como sufridos, sería el primero en combatirlos; pero todos los que con la espada, con la pluma, con la palabra agravan y perpetúan los males de la nación son españoles; todos invocan el dulce nombre de la patria; todos pelean y se agitan por su bien, y entre el fragor del combate, entre el confuso, atronador y contradictorio clamor de los partidos, entre tantas y tan opuestas manifestaciones de la opinión pública, es imposible afirmar cuál es la verdadera, y más imposible todavía hallar remedio para tamaños males.

Los he buscado ávidamente dentro de la ley y no lo he hallado. Fuera de la ley no ha de buscarlo quien ha prometido observarla.

Las palabras de Amadeo I, lejos de ser una excepción, son una constante dentro de la historia de nuestro país. Y el tiempo parece que no ha enseñado nada a quienes se empeñan en repetir, una y otra vez, los errores del pasado.

El último ejemplo del afán de nuestros compatriotas por crear problemas, en vez de buscar soluciones, se ejemplifica en el proceso al que se ha visto sometido el juez Baltasar Garzón. Primeramente diré que no soy de los que comulga con muchas de sus actuaciones, ni con la forma de hacer las cosas. Sus flirteos con la política, para luego convertirse en el azote de los mismos que quisieron llevarlo a su terreno terminaron por estar llenos de claroscuros que no me acabaron de gustar.

No obstante, tengo que admitir que sentí una gran satisfacción cuando logró mostrar, sin tapujos, las miserias y las querencias de un sátrapa, asesino y megalómano como lo es el dictador Augusto Pinochet. Fueron momentos en los que la justicia sí se ganó un lugar en mi corazón, sobre todo al ver la cara de un cobarde asesino enfrentado a sus muchos y sangrientos delitos.

Otras actuaciones que tampoco me han pasado desapercibidas han sido las que han llevado al banquillo a significados dirigentes de la organización ETA; a integristas islámicos; a capos mafiosos; y, en los últimos tiempos, a los “supuestamente” corruptos miembros del partido conservador español. En todas, además del protagonismo de un juez acusado de “estrella” se dejaba entrever un afán porque la justicia prevaleciera entre tanta maraña de insensatez.

No nos engañemos. Vivimos en una época en donde demasiados personajes -en especial aquellos que pertenecen a la clase política, económica y empresarial- se agarran a sus “influencias en el consistorio” para evadir cualquier responsabilidad de sus actos. Se ha llegado a un punto donde la justicia, lejos de ser ciega, se ha caracterizado por una deriva cada vez más acusada hacia posiciones conservadores y, por qué no decirlo, deudoras de otras épocas, de triste recuerdo.

Ahora, verbigracia de una denuncia de dos asociaciones de marcado carácter fascista, entre ellas, la Falange Española y de la Jons, el juez Baltasar Garzón se enfrenta a una posible condena de inhabilitación de veinte años, la cual acabaría con su carrera y con las esperanzas de muchas personas. Y es que, la demanda de las mentadas organizaciones tiene como principal objetivo, los disfracen como lo disfracen evitar que el juez siga investigando los crímenes de la dictadura franquista, otro de los procesos que he tratado de seguir desde sus comienzos.

Ya lo he dicho antes: los españoles, aparte del pecado capital de la envidia, tenemos la muy mala costumbre de no aprender de los errores del pasado. Nos da igual que los libros de historia y las experiencias de las personas que nos rodean nos indiquen lo contrario. Lo que importa es evitar que el mundo cambie, que las cosas puedan evolucionar, que alguien cuestione un status quo tan nauseabundo como demencial.

Si la historia no nos gusta, la volvemos a escribir. Incluso hay medios de desinformación, tan del gusto de la derecha más caduca, que llevan años clamando que la “Gloriosa cruzada de liberación” no empezó el 17 de julio de 1936, sino el 14 de abril de 1931, día en que se proclamó la Segunda República Española. Cierto es que la ignorancia es muy atrevida y de ahí que muchos confundan los términos en los que hablan. Sin embargo, la “gloriosa cruzada” no tenía nada de gloriosa, ni de liberación.

El 17 de julio de 1936, el entonces general Franco ?luego Generalísimo por la gracia de un dios que se me antoja extraterrestre- y un grupo de generales rebeldes se sublevaron contra un gobierno legítimo, elegido en las urnas y, tras un golpe de estado, desataron una sangrienta represión y una cruenta Guerra Civil que costó la vida a más de un millón de personas.

De esa contienda todavía quedan más de cien mil personas desaparecidas, enterradas en cualquier cuneta de nuestro país, fusiladas por una horda de fanáticos, deseosos de evitar que cualquier síntoma de cordura llegara a calar en la mentalidad española.

Tras la muerte de Franco, buena parte del entramado de la dictadora se vino abajo, pero muchos se mutaron en demócratas de toda la vida, aunque siguieran perpetuando los modos y las maneras del régimen hasta el último momento.

Con el paso de los años, los parientes de las víctimas del bando republicano, ignoradas por la dictadura, empezaron la búsqueda de sus seres queridos, al igual que los familiares de las víctimas de las dictaduras chilenas, argentinas o paraguayas, en la América latina. Sé que dicha búsqueda ha sido considerada por quienes se criaron en el bando vencedor una especie de sacrilegio, pero, ya lo he dicho antes, la ignorancia es muy atrevida.

Ahora, cuando hay un juez dispuesto a sacar a la luz las tropelías cometidas por un régimen opresor y dictatorial, a la vez que se empeña en demostrar que la corrupción no es una disciplina exclusiva de la izquierda española, se admite esta denuncia, auténtica barbaridad contra la más mínima lógica y que supone una involución en nuestra historia más reciente.

¿Cómo es posible que cualquier cargo político, armado de toda su soberbia y su prepotencia, grabado en conversaciones que producen arcadas por su descaro, logra que sus causas acaben archivadas y la demanda contra el juez Baltasar Garzón prospera? ¿Y por una asociación que lo único que pretende es tapar sus muchos crímenes, cometidos con el beneplácito de las clases pudientes y la Santa Iglesia Católica? ¿Entonces, qué será lo próximo, rescatar el Tribunal de Orden Público y la ley de “vagos y maleantes” para limpiar la sociedad de elementos indeseables como Baltasar Garzón?

Para colmo de males, los representantes de la justicia española se siente “vilipendiados y atacados injustamente” tanto en España como por parte de los medios extranjeros, “ignorantes de cuál es el trasfondo del caso”. Nada, que al final, el problema no será que ellos llevan demasiado tiempo creyéndose seres intocables ?por encima del escrutinio de los ciudadanos a los que han prometido servir- sino que los ignorantes y equivocados somos todos los demás.

Por esa regla de tres, mañana los grupos neonazis alemanes podrían denunciar al estado alemán y al resto de los países aliados que defenestraron al Reich alemán, acusándolo de vaya usted a saber qué.

De ahí que nadie, mucho menos los que están detrás de toda esta farsa debieran rasgarse las vestiduras, ante la reacción llegada desde el exterior. Dicha reacción es comparable, sobre todo por la dureza de muchos de los editoriales que he podido leer, con las que se desataron tras los últimos fusilamientos de la dictadura Y, casi todas, son coincidentes en el siguiente punto: el retroceso que, para nuestra democracia, supone la propia demanda contra el juez Baltasar Garzón, antes de que esta prospere o no.

Lo peor de todo es que se están sumando demasiadas cosas a la misma vez y todas indican lo mismo; es decir, hay una gran mayoría de españoles que siguen pensando que cualquier pasado siempre fue mejor ?de ahí la intención de voto que aún mantiene el partido conservador español con la que tiene encima- y el resto no importa. La única respuesta está siendo un corporativismo que detesto y un cerrar filas con individuos que socavan con su sola presencia la credibilidad de la democracia. Y, encima, ya no les queda la opción de acusar al complot judeo-masónico de todo lo que está pasando. ¡Qué gran pérdida!

Ignoro cómo terminará tan esperpéntico suceso, aunque me alegro de una cosa. De que mi padre ya no esté para no tener que aguantarse las arcadas ante tanta insensatez, chabacanería y el revanchismo de quienes no aceptan que nuestro país ya no es coto de caza particular, por mucho que les moleste.

Eduardo Serradilla Sanchis

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