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El 'puentismo', enfermedad senil del nacionalismo
La estampida del CCN de Nacho deja un par de bombas de relojería dentro del mundo nacionalista canario para después del 9 de marzo. De entrada, su decidida y pública intención de hacer -o seguir haciendo- de alcahueta entre dos grupos en teoría irreconciliables desde su divorcio en 2005: NC en Las Palmas, fundamentalmente en Gran Canaria, y CC en Santa Cruz de Tenerife. En el limbo de con quién le interese estar en cada momento electoral queda ese fenómeno tan marbellí como es el PIL en Lanzarote, al que todos han invitado al baile, además del efecto galvanizador que da el calorcito del poder de CC a aquello que fue en su día Asamblea Majorera [Fuerteventura he creido en tí / ¡ay! que se rindieron / que vendieron su reino / los majoreros...].
Dice González que no se presenta “para no dispersar el voto nacionalista” y pide a CC un mismo “gesto generoso” en Las Palmas. Lo que plantea el CCN no ha sido ocultado por el presidente de NC, Román Rodríguez. Le he escuchado confirmar no sólo el papel reconciliador de los centristas entre NC y CC, sino que él mismo se ha prestado a hablar con sus ex compañeros de viaje para conocer de primera mano si es posible redefinir el equilibrio de su proyecto común, y que ha sido CC la que no ha querido hablar. En palabras de Paulino Rivero, por la presencia en la mesa de Román, que para CC y su modo tan peculiar de hacer política es un obstáculo para la reconciliación, como lo es Juan Fernando López Aguilar para llegar a acuerdos con el PSC-PSOE. Cuestión de personas y no de proyectos, Pau.
Sin quererlo, Nacho González ha puesto sobre la mesa una táctica política que podría definirse como la enfermedad senil del nacionalismo canario, parafraseando a la Historia, con permiso de los agudos analistas mauricistas que quedan dentro de CC en Gran Canaria: el puentismo. Porque si ya de por sí esquizofrénico era justificar durante tantos años el rebumbio en CC desde la izquierda -PUCC-MIRAC (UNI), PCC (p)-PRC (ICU), CANC (AC-INC)- hasta la derecha de AP (Nacho mismo), UCD o CDS ante el fin último de la construcción del nacionalismo canario, de demencia política incurable sería replantear otra vez ese totum revolutum “para no dispersar el voto nacionalista”. Como si el voto nacionalista fuera uno y trino. Grande y libre. Como si Canarias fuera sólo aquel potaje de siglas de 1993.
El puentismo inaugurado este viernes trae cola. Bastante lastra ya al interior de NC el pacto con el CCN y viceversa. Tanto, que en NC se tapan la nariz para alcanzar el acta de diputado el 9 de marzo y en el CCN ya se marchan abiertamente algunas bases a tocar en la puerta de su PP. Cosas de la vecindad ideológica. Porque en el fondo, el debate que abre la espita de Nacho en forma de petardo retardado no es otro que desnudar de una vez esa gran mentira que alimentan los sectores de la derecha de siempre reconvertida a nacionalista (o autonomista, según el CCN): que el nacionalismo es la “casa común” por encima de cualquier otra premisa ideológica. Que se es nacionalista a secas. Y punto. Como esos verdes que dicen que no son ni de derecha, ni de centro, ni de izquierda: al frente, siempre al frente.
Sí hombre, sí. Nacionalistas todos, de primera hora. En la Cataluña de hace un siglo los de la Lliga derechista nada tenían que ver con los de Esquerra. Y mucho menos los grupos catalanistas marxistas que acabaron confluyendo en el PSUC stalinista de 1936. O incluso en el País Vasco de hace ochenta años la histórica ANV -no la pantalla batasuna de ahora- se desgajó del PNV en busca de fórmulas aconfesionales socialdemócratas, lejanas de su Dios y Ley Vieja. La Historia está llena de ejemplos del nacionalismo fruto de las oligarquías y sus alternativas antagónicas más a la izquierda, incompatibles en una “casa común”. De Irlanda a los Balcanes. De arriba abajo en América Latina.
Pero aquí tenemos a don Paulino como excepción a la regla histórica, si le quitan de enmedio a Román. Con Nacho sirviéndolo en bandeja, tambaleándose en su puente de plata, sobre las aguas turbulentas de la presa de Soria. ¡Ay, si José Carlos levantara la cabeza! ¡Ajul!
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