Hasta ahora a este proyecto de embriones se les conocía como “quimeras” no se si por la dificultad que entrañan en el laboratorio o por los obstáculos legales que se les preveían. El caso es que ya están aquí. Los embriones citoplásmicos se crearán, en principio, con óvulos de conejos o vacas y material genético humano aportado por donantes. La comunidad científica confía en que pueden representar una reserva importante de células madre para la investigación de enfermedades y nuevas terapias, sobre todo en lo que se refiere a enfermedades degenerativas.Hasta aquí, las posibilidades que se abren. Ahora, convendría plantear las posibles consecuencias de este tipo de experimentación. Porque hablamos de una nueva especie, a caballo entre lo humano y lo que consideramos animal. De momento, estos embriones probablemente no lleguen a desarrollarse y se utilicen sus células sin más. Pero ese paso, el de dejar que crezcan y se desarrollen, quizá con habilidades nuevas o más intensas o desconocidas, se dará tarde o temprano. Es inevitable. ¿Qué pasará entonces? ¿Cómo consideraremos a estos seres? ¿O no los consideraremos y serán meros almacenes de órganos y células que podemos precisar en un momento dado? ¿Si defendemos a nuestro perro, quién no querrá defender al ser creado a partir de sus propias células?Me gusta apoyar los avances científicos, pero en las fronteras que nos movemos hay que medir muy bien los pasos y sus consecuencias. Porque las aberraciones fantásticas con que la literatura nos ha regalado, tipo Frankenstein o Un mundo feliz, nunca habían estado tan cerca. ¿Estarán las futuras clases sociales determinadas por la genética? ¿Dispondremos de un “replicante” medio humano-medio animal que nos ofrezca sus órganos como recambio cuando fallen los nuestros? ¿No les da un poco de miedo todo esto? En realidad, da igual. Porque no creo que nada de esto se pueda frenar. Esperanza Pamplona