Espacio de opinión de Canarias Ahora
Que nos quiten lo bailado
Conviene recordar, para enjuiciar el asunto, que todo comenzó con la batalla de los plataneros por la integración plena de Canarias en la UE para beneficiarse de la política agraria europea, renunciando al régimen diferenciado que tuvo inicialmente durante un breve periodo de tiempo, el Protocolo 2. Fue el enterramiento definitivo del “acervo económico” del que ya ni se habla. El Gobierno español de entonces, presidido por Felipe González, quería acabar con el engorro de la excepcionalidad canaria y no tuvieron los cosecheros que esforzarse demasiado.
La plena integración trajo perjuicios para el comercio y las subvenciones agrarias. Eran para asegurar las rentas a los plataneros y darles tiempo a que diversificaran cultivos y buscaran alternativas. Sin embargo, se utilizaron para incrementar las producciones y hacer que el negocio no fueran los plátanos sino las subvenciones mismas, que son las que han permitido sobrevivir al cultivo. Algo, las subvenciones, que se considera normal en una economía subsidiada como la canaria pero choca frontalmente con la filosofía de la UE y en el caso del plátano con los intereses de los consumidores que son los que se rascan el bolsillo.
Una de las vías para aumentar la producción fue el cambio varietal, la sustitución de la platanera tradicional en las islas por otra de mayor rendimiento en peso, pero más cercana al banano americano que al sabroso plátano isleño de toda la vida. De la pequeña enana a la gran enana.
Cayó en saco roto, pues, la idea de mantener la antigua variedad haciendo hincapié en su exquisitez y delicadeza para justificar su mayor precio de venta al público. La producción canaria, pequeña respecto a las de otras procedencias, podía, dijeron algunos, colocarse bien en mercados y establecimientos especializados mediante un esfuerzo de marketing que marcara la diferencia. Como quien oye llover.
Se consumó, pues, la introducción de la nueva variedad que resultó, como digo, un buen negocio gracias a las subvenciones. Hubo quien llegó a plantar plataneras en Fuerteventura. No sé cómo acabó la experiencia, pero la intentona ilustra bien el estilo isleño de aprovechar la coyuntura el tiempo que dure que ya luego Dios dirá. Sabían bien que pasaría lo que parece a punto de ocurrir. No hay razón para pagar más por el plátano canario que por el americano siendo los dos parecidos.
Que nos quiten lo bailado, dirán los plataneros seguramente convencidos de que alguna ventajilla podrán mantener todavía si los franceses deciden salir en defensa de sus producciones ultramarinas y si los alemanes se avienen a seguir pagando las rodadas.
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