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Una reforma para Joshua

José María García Linares / José María García Linares

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Durante estas semanas pasadas algunos diarios nacionales han llevado a sus páginas proyectos de reforma de los exámenes de acceso a la profesión docente. Me sigue sorprendiendo que estas noticias aparezcan casi siempre al final del curso escolar, como si hubiera que salvar los muebles, nuevamente, del tsunami de malos resultados que volverá a llevarse por delante estadísticas, memorias, papeles y demás datos inservibles e inútiles. Parece ser que las nuevas oposiciones vendrán a poner los pies en el suelo, nos dicen, y si hay tanta diferencia entre lo que sabe un alumno y lo que sabe su profesor, qué mejor manera que reducir el nivel del segundo para que se amolde a la ignorancia del primero. En este nuevo proyecto, eso de sacer dos (o cinco) bolitas de un bombo para redactar un tema y demostrar el dominio bibliográfico desaparece, sustituido por eso que ahora está tan de moda llamado batería de preguntas cortas. Esto es progreso, qué duda cabe. Los aspirantes a profesor podrán prepararse los exámenes con los libros de texto de sus alumnos (algunos ya lo hacen) y así se nivelará un poco el desfase existente entre ambas capas educativas. “Para qué les vas a contar eso si no viene en su libro de texto”, podría ser el principio activo de esta medida tan democratizadora. Además, tras aprobar los exámenes teóricos, los aspirantes estarán un año en prácticas haciendo y haciendo informes y papeleo que dejarán de hacer cuando pasen esa última fase. Propuestas didácticas, las llaman. Todo muy bonito y con cierto tufillo finlandés, si no fuera porque las aulas aquí no tienen nada que ver con las de Finlandia.

¿No hay ningún proyecto que contemple la necesidad de reducir el número de alumnos por profesor? ¿En ningún punto aparece escrito que las bajas por maternidad y por enfermedad deben ser cubiertas? ¿No se recoge en ningún acta que, para preparar el examen oral de Inglés que les exigen en PAU, el profesor, sea de los nuevos o de los antiguos, no puede hacer casi nada con 37 estudiantes en Segundo de Bachillerato? Y sobre todo, ¿tan difícil es reconocer que para aprender hay que querer hacerlo? Estos pobres que comiencen sus prácticas en unos años se van a encontrar aulas repletas de jóvenes que no quieren estar ahí. ¿Qué pretende el Ministerio que hagan, entonces? Y esta pregunta es aplicable también al mismísimo presente. La situación no está como está por los profesionales que trabajan en este sector. Como en todos los trabajos, los hay mejores y peores. Reformar el sistema de acceso a la profesión no soluciona casi nada, aunque la medida les sirve a los gobernantes para dirigir la atención de la sociedad hacia los posibles culpables de los malos resultados. Mientras, Joshua sigue con su monopatín.

José María García Linares

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