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El regreso del macho

José A. Alemán / José A. Alemán

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Tras un periodo de silencio relativo, el macho ha vuelto, como digo, a desplegar lo que llamaré “energía populista” para evitar palabrotas y no cargar el erario público con otra querella soriana. Esta energía se manifiesta en un autoritarismo sin matices que él cree del gusto de los administrados y que habrá de traducirse, piensa, en votos. Agotado el cupo de militantes peperos que machacar y vista la resistencia grancanaria a sus modos, maneras y trapisondas, arremete ahora cual Júpiter cabreado contra el absentismo de los funcionarios que no podrán, en adelante, enfermar ni sufrir incapacidad laboral sin que los parta un rayo jupiteriano.

No ignoro que entre los funcionarios, como en otros colectivos, los hay con más cara que un saco de euros, pero la generalización no es buena. Aunque comprendo que sea más cómodo para el Gobierno entrar ajecho a por ellos que establecer controles racionales y eficaces del absentismo funcionarial y evitar, así, que paguen justos por pecadores. Habrá que ver, también, cuantos pecadores quedarán sin castigo por moverse en la órbita pepera; y si discernirán entre los auténticos funcionarios y los cooptados vía militar merced a tíos, primos o personas piadosas bien colocados en política.

El macho Soria, en fin, anunció su cacería del funcionario para acabar con “las típicas bajas por depresión para ir a pasear por la playa” y que quienes estén de baja por Incapacidad Laboral Temporal verán reducidas sus nóminas, “a no ser que exista un argumento muy justificado médicamente”. O sea: pone en entredicho la seriedad de los médicos que firman las bajas. Aleccionador. Este sujeto cuando escupe, es que escupe de verdad.

Carga el macho especialmente contra los enseñantes. Ignorante absoluto de lo que ocurre en las aulas, considera que presupuestar cantidades para cubrir bajas es incentivar el absentismo. Agüita. No se ha enterado, por lo visto, de que la relación del profesorado con los alumnos y sus padres la marca la ausencia de autoridad y la falta de medios y de posibilidades reglamentarias de imponerla; entre otras cosas por el populismo de los responsables políticos, indiferentes a los dramas humanos y profesionales que ocasiona tanto sorroballo. El que se hable de darle a los profesores rango de autoridad pública, con lo que no saberse la lección sería desacato o poco menos, da idea de cómo están las cosas.

No conoce Soria, yo sí, casos de depresiones profundas de gente que ha optado por abandonar la enseñanza y jubilarse prematuramente (los que han tenido la posibilidad de hacerlo) para huir de “chiquillajes contra los que nada puedes”, desesperados por la protección oficial a alumnos que, con sus actitudes y desinterés, contaminan las aulas e impiden el progreso de los compañeros. “Hay centros en que dar clase es un calvario porque, además, tienes en contra a la consejería”, me dicen. “Se te ponen flamencos [los alumnos] y si les reprendes puedes alcanzar un cachetón”, me dice también un profesor que no ha podido aún mandarse a mudar, horrorizado con la idea de prolongar la obligatoria hasta los 18 años. Milagro sería que en semejantes condiciones no “disfrutáramos” de uno de los mayores índices de fracaso escolar.

Todo esto tiene sin cuidado a Soria que da nuevos motivos para que eviten “caer” en la función pública quienes tengan opción a otra cosa, que suelen ser los mejores. No entro en la Sanidad porque no la mencionó. Quizá para no levantar la liebre de los incentivos públicos a la sanidad privada, que esa es otra.

Diréles, por último, que Soria habla como si fuera el presidente del Gobierno. De acuerdo en que a la consejera de Educación, Milagros Luis Brito, hay que echarle de comer aparte; pero una cosa es una cosa y dos cosas injerirse, como hace el consejero de Hacienda, en su “intimidad” consejeril, que no otra cosa es el velado reproche de incentivar el absentismo mediante la previsión presupuestaria para cubrir bajas. Trata de imponerle sus criterios y que no se produzcan sustituciones. Estupendo.

Es, en fin, el regreso del macho. Si se fijan, el alarde de “energía populista” se destaca en paralelo a cumplidas informaciones sobre el desastre de la aplicación de la moratoria. No es difícil adivinar el intento de desmerecer (con toda la razón del mundo, por supuesto) la gestión del Gobierno; pero no para alertar de la necesidad de corregirla sino de inducir la idea de que con el macho de presidente otro gallo hubiera cantado. Nos quieren sacar de Guatemala y meternos en Guatepeor. Hay una apuesta por él de ciertos sectores mediáticos, abducidos para la causa por decirlo con suavidad, y siento verdadera curiosidad por ver cómo soslayan los desastres que dejó Soria en el Ayuntamiento de Las Palmas y el Cabildo de Gran Canaria y la larga ristra de asuntos sin aclarar que le siguen a todas partes como rabolleva. Cuentan con la desmemoria y por eso es necesario el recordatorio frecuente; por parte de los no abducidos, claro.

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