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El regreso de los milicos

Juan García Luján / Juan García Luján

Lo contaba Riszard Kapuscinski en su libro 'La guerra del fútbol'. Dos partidos entre Honduras y el Salvador, donde los equipos centroamericanos se jugaban su clasificación para el mundial de México de 1970, provocaron con una guerra entre los dos países centroamericanos. La guerra del fútbol duró 100 horas. Tuvo un terrible balance: seis mil muertos, veinte mil heridos, cincuenta mil personas que perdieron sus casas. Los gobiernos de ambos países pidieron ayuda a Estados Unidos. Pero Washintong lo tenía muy difícil, en ambos países gobernaban militares que habían llegado al poder a través de golpes de Estados patrocinados por Estados Unidos. Los dos dictadores habían sido formado en la Escuela de las Américas de Panamá.

Vuelven a salir los militares a las calles de Tegucigalpa. Esta vez no se trata de una guerra contra un enemigo exterior, contra los ganadores de un partido de fútbol. Esta vez el ejército se moviliza contra el ganador de unas elecciones, contra el presidente del país. En Latinoamérica saben que cuando los milicos sacan las armas de los cuarteles al pueblo le toca poner los muertos. Manuel Zelaya fue secuestrado ayer domingo y deportado a Costa Rica. El Congreso de los diputados convocó una sesión extraordinaria, leyó una falsa carta de renuncia de Zelaya y nombró nuevo presidente del país a Roberto Micheletti., hasta ahora presidente del congreso.

“Honduras en contra de la ilegalidad”, titular El Heraldo, de Tegucigalpa. El Tribunal Supremo, los militares y la prensa hondureña está con los golpistas, como lo estuvo en Venezuela cuando secuestraron a Hugo Chávez. El presidente Zelaya había convocado ayer domingo un referéndum para reformar la Constitución, para permitir algo que se da en la mayoría de las constituciones del mundo, que un presidente pueda optar a la reelección. Pero el Tribunal Supremo declaró inconstitucional ese referéndum, ese es el argumento de los golpistas. Sin embargo sí consideran constitucional secuestrar el presidente en pijama, meterlo en un avión y expulsarlo del país. También es constitucional: detener a 7 ministros del Gobierno de Zelaya. Secuestrar por unas horas a los embajadores de Nicaragua y Venezuela. Sacar los tanques a la calle para impedir con la amenaza de las armas un referéndum convocado por el presidente del país. Desde el secuestro del presidente el país sufrió cortes de electricidad, y los militares cortaron las señales de emisoras de radio y de televisión. La primera medida del nuevo presidente fue decretar el toque de queda. Todo muy democrático.

El presidente Manuel Zelaya lo decía en una entrevista que publicaba ayer domingo El Pais,“ el golpe no ha triunfado por falta de apoyo de Estados Unidos”. Pero al final triunfó. Los medios golpistas destacan el apoyo de Hugo Chávez al presidente Zelaya y esconden la condena que ha recibido el golpe de Estado de toda la Organización de Estados Americanos, de la Unión Europea y, la más importante, de Estados Unidos. La secretaria de Estado Hillary Clincton no perdió tiempo para condenar la asonada militar en Honduras. Hace sólo 7 años, en abril de 2002, en Venezuela también se vivió un golpe de Estado. El presidente Hugo Chávez fue secuestrado por el ejército. También se presentó una presunta carta de renuncia de Chávez. Sin embargo Estados Unidos y España sí respaldaron aquel golpe de Estado. La movilización popular provocó las deserciones de los golpistas del ejército y Chávez volvió al gobierno.

Manuel Zelaya es un tipo muy particular. De familia conservadora llegó a la presidencia de Honduras en la candidatura del Partido Liberal. Sin embargo, después de formar gobierno anunció que quería acabar con la pobreza en el país centroamericano, y que como las clases altas no colaboraban se veía obligado a aplicar una política de izquierdas. Su último acto fuera del país fue la semana pasada, cuando acudió al ingreso de Ecuador a la Alternativa Bolivariana de las Américas que promueve el presidente venezolano Hugo Chávez. La prensa española le ha puesto el calificativo de “populista” y lo sitúa en el eje del mal formado por Venezuela- Bolivia- Ecuador y Nicaragua.

La historia se repite, cada vez que un gobierno latinoamericano cuestiona la corrupción y los desmanes de empresas multinacionales extranjeras, su presidente entra en la lista de “populista que quiere perpetuarse en el poder”. Todo lo que haga a partir de ese momento es para montar una dictadura: campañas contra el analfabetismo para comprar el voto de los pobres, referéndum para no abandonar el poder, provocación a las respetables multinacionales que espantan la inversión extranjera... El rechazo de Estados Unidos al golpe de Estado ha facilitado la condena de la OEA, la ONU y la Unión Europea. Habrá que ver si sólo se condena el golpe o también se apoya el regreso al gobierno del hombre que ganó las últimas elecciones. Todavía estamos a tiempo de no volver a aquellas terribles décadas de los sesenta y los setenta en Latinoamérica, cuando Estados Unidos provocaba un baño de sangre sobre los pueblos que se atrevían a votar a gobiernos de izquierda y ponía a presidir los gobiernos a militarotes dispuestos a montar una guerra por un partido de fútbol.

Juan García Luján

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