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'REM', un cortometraje de nuevos talentos
Cierto es que ambas, edad y experiencia, van unidas, pero la primera no asegura, en ningún caso, el desarrollo de la segunda. Quizás por ello, lleve tan mal el argumento de autoridad basado en los años cumplidos y, en cambio, tolere de muy buen grado las argumentaciones basadas en la veteranía y la experiencia de personas con las que he tenido el placer y el honor de trabajar.
Además, yo mismo soy consciente -después de dos décadas trabajando en el mismo ámbito- de lo útil que es la experiencia cuando se trata de abordar distintos proyectos y, como es el caso de esta columna, para juzgar el trabajo de quienes reclaman, con paso firme y buenos modos, el relevo generacional que muchos se niegan a otorgar.
Admito que, al dejar paso, uno se puede llegar a sentir “viejo”, una sensación que se suele mitigar cuando se comparte el trabajo y las experiencias vitales de un grupo de jóvenes talentos como los que se esconden detrás de una propuesta nueva, como lo es el cortometraje REM.
A priori, REM formaba parte de la batería de cortos rutinarios que, cada año, se presentan en un festival cinematográfico, tal y como es Sitges. Sin embargo, nada más empezar a verlo REM me demostró que estaba ante una propuesta que respondía plenamente a la categoría de “Nuevas visiones”, sin que la categoría fuera meramente un titular de presentación. La realidad es que la idea de Ana Cuba, Adriana Dumon, María Sosa y Javier Ferreiro aborda tema vistos con anterioridad, pero bajo una óptica muy personal y con un desparpajo que muchos creadores quisieran para si.
Tampoco quiero que tengan la sensación de que me encontré ante una obra maestra, pues no es verdad. REM es un proyecto de final de carrera, donde un grupo de estudiantes han volcado todos sus esfuerzos por contarnos una historia atemporal donde la soledad, la tristeza y un opresivo paisaje natural se dan la mano con momentos de enorme belleza plástica y con tintes oníricos, los cuales tienen mucho que ver con la narcolepsia, enfermedad que padecen dos de las protagonistas.
Todas estas sensaciones se traducen en la pantalla, gracias al trabajo de los actores y el no menos admirable trabajo de sus responsables de fotografía, quienes logran que cada secuencia posea una textura visual propia, a pesar de que el equipo no fuera el más adecuado. Después están las escenas en las que el espectador no sabe por dónde discurre la acción, dada la inmediatez de lo sucedido y la falta de una explicación que nos ayude a entender lo que está pasando. Esto se debe, por un lado, a las necesidades del relato y, en otros casos, a los problemas que surgieron a la hora de llegar a la sala de montaje. Y es que si hay algo que se le puede achacar a REM es que deja situaciones huérfanas de resolución, algo que, con más metraje, se hubiera solucionado.
Tanto María Sosa como sus compañeros Adriana Dumon y Javier Ferreiro me explicaron que el problema vino, porque las condiciones del trabajo dadas por la universidad eran que el metraje máximo admitido no debía superar los 15 minutos.
Ellos, al final, lograron montar un corto de 19 minutos, pero, aun así, varias escenas se quedaron por el camino y a buen seguro que el resultado hubiera sido mucho mejor de lo que ya es.
De todas maneras, REM fue mucho más que un trabajo de final de carrera y solo tuve que ver las caras de tres de sus creadores para darme cuenta de ello.
La forma en la que me contaron la génesis del proyecto, su planificación y todo el rodaje, el cual se desarrolló en una apartada casa de campo -en donde vivió y trabajó todo el equipo- me dejó muy claro que la verdadera aventura fue vivir todo aquello y que el resultado no solo es un corto llamado REM, sino también unos recuerdos que los acompañaran durante toda su vida.
Además, sus respuestas y la forma lúcida y sensata a la hora de abordarlas -y créanme si les digo que algunas estaban pensadas para hacerles pensar- me demostraron que REM no era ningún capricho, sino el resultado de una búsqueda visual y personal, la cual es solo el primer paso en la carrera de un cineasta.
El futuro no está escrito, pero REM es el primer paso, un muy buen primer paso, para empezar a escribirlo. Su mensaje es, a ratos, hermoso y a ratos hermético, pero siempre sincero y pasional y mientras los escuchaba contarme sus vivencias me di cuenta de lo importante que es no perder nunca de vista las ilusiones que te motivan como profesional y como persona.
Al final y tal y como les ocurre a las dos niñas protagonistas, Alicia y Eva, uno debe dejarse seducir por sus sueños y luchar por ellos. Y REM es un claro ejemplo de que, cuando se quiere alcanzar una meta, por difícil que ésta pueda parecer, todo es posible y con resultados tan atractivos y reseñables como los que les he desgranado en estas líneas.
Eduardo Serradilla Sanchis
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