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El retorno de la confianza

Juan Jesús Bermúdez / Juan Jesús Bermúdez

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Así, es perfectamente comprensible que aún estemos perplejos con que la marea (del progreso y el consumo) se haya ralentizado, y esté frenando a toda velocidad (con la misma vertiginosa velocidad a la que llegó a esta cumbre ? cenit ? donde nos encontramos hoy). Y es tanta nuestra inercia, que también la inmensa mayoría colige de lo que hoy nos ocurre que estamos ante un parón técnico, o una venganza de codiciosos capitalistas e impíos políticos sin escrúpulos, que están poniendo chinitas en el camino de nuestra aspiración legítima a la cumplida felicidad en este paraíso ? que aún está por llegar - que es la sociedad del conocimiento y la inteligencia emocional, donde el límite siempre lo pone la maldad del otro, el sistema depravado u otros perversos humores que nos impiden la definitiva realización de nuestras aspiraciones. Surge el reproche por este tropezón macroeconómico y crediticio, y todos y todas no dudamos en hablar de recuperación, en terapeúticas soflamas, apelando ? secretamente - a la aparición de la mágica confianza que nos debería hacer retornar a esa habitual senda de los resultados positivos y la risueña prospección del futuro.

La fe en el retorno de la confianza tiene nada que envidiar a las apariciones milagrosas que registran las diversas confesiones religiosas; no en vano ya muchos han estudiado cómo nuestras sociedades han venido a sustituir altares por escaparates y mitos deíficos por otros tecnológico - cibernéticos. Flaco favor se le hace a la economía de todos los días en las apelaciones a los movimientos de fe bursátiles, y a convertirnos los mortales televidentes en ansiosos escrutadores de mirada de grácil financiero, hablándonos por fin de que ha hecho su entrada triunfal, ella, la confianza, o él, el crédito, que nos llevará de la mano al camino extraviado, tras la merecida reprimenda por nuestra adoración al becerro de oro, y poco más.

La ceremonia adventista en torno al retorno de la confianza y el fin del ciclo maléfico ? adornado de montañas de análisis estadísticos y prospectivos que tienen la divina virtud de autorreproducirse y enmendarse continuamente - se convierte, pues, en acto de unánime celebración, y al que se consagra la comunidad, sabedora de que es éste el pilar sagrado de nuestra unidad convivencial, relegando al tenebroso espacio de la cafrería las advertencias que, por lo demás, siempre estuvieron ahí, escritas o perpetuadas por la transmisión oral, hasta que el prime time si hizo omnipotente con sus recursos a la distracción hecha mandamiento familiar.

Sin embargo, es débil el vínculo sagrado que nos engarza, quizás muy endeble para los tiempos venideros. Está anclada la comunión social en la multiplicación, no en el reparto de lo existente; en la cosecha abundante, más que en la cesta con asas de mimbre; en el catálogo del híper, más que en las reuniones de las comunidades de vecinos. Es probablemente esta devoción mística hacia la aparición redentora de la confianza, a través de los mágicos cajeros automáticos y la multiplicación del consumo, donde se encuentre no tanto el final, sino el mismo origen de alguno de los graves problemas que generan nuestra desconfianza en el futuro, y quizás la mejor forma de recuperar la esperanza sea perder la fe en los sacramentos paganos que alimentaron este curso avanzado de merchandising en el que hemos convertido nuestra forma de concebir las relaciones sociales y económicas. Juan Jesús Bermúdez

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