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¿Royalties genéticos? por Elena Amavizca

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Estamos ante una célula creada en el laboratorio. ¡Por primera vez tenemos una célula que no procede de la división de otra célula!. El equipo de Venter logró crear el ADN completo de una bacteria para después introducirla en otra a la que previamente se había dejado sin genoma. Lo mejor de todo es que la bacteria anfitriona adoptó como propia toda la información genética creada en los tubos de ensayo. Se dan cuenta de lo complicado que debe ser. Pero esto no significa que nos hayamos convertido en Prometeos y ya podamos crear vida.

La vida sintética, su investigación, llena desde hace años los laboratorios de todo el mundo. En un centro de investigación celular tocas el futuro con las manos, es el futuro el que te viene a buscar, leí hace unos meses en unas declaraciones al periódico El País de una investigadora del prestigioso Instituto Tecnológico de Massachussets, uno de los lugares del mundo que más excelencia científica en ingeniería de tejidos, acumula.

Sin duda, es un debate necesario que tenemos que hacer y desde hace algunos años se han puesto en ello los principales comités de bioética del mundo, pero, que no se asuste nadie después de que el Vaticano se haya puesto en guardia contra lo que considera un salto a lo desconocido. Recuerdan la noticia del nacimiento del primer bebé probeta. Fue en 1978 cuando una niña inglesa era fecundada fuera del vientre materno, en un tubo de ensayo. Aquello fue la bomba. Titulares para todos los gustos. Muchos abrieron la caja de Pandora para gritar y denunciar que nos habíamos atrevido a tocar la patente sin permiso divino. Y de esos vientos sembrados, no hemos recogido ninguna tempestad.

El impacto mediático que ha tenido el experimento de Venter da un aviso a navegantes y ha hecho visible en las primeras páginas de los medios de comunicación algunos caminos de futuro. No se pueden poner puertas al campo. La ciencia, el conocimiento siempre funciona igual. Los cambios de paradigma, nuestra manera de entender el mundo, llegan y suceden, si más, y si no que se lo pregunten a Darwin o a Einstein.

De momento, los propios investigadores hablan de aplicaciones que a todos nos pueden resultar beneficiosas como la creación de organismos que limpien nuestra atmósfera y el agua, que creen energía limpia o medicamentos que nos sanen. Pero en algún momento tendremos que hablar de modificar el genoma humano. Otro problema es cómo lo vamos a afrontar y si todos lo vamos a hacer en las mismas condiciones. ¿Quienes podrán permitirse mejorar su genoma para evitar tener cáncer, diabetes o esquizofrenia? Habrá que empezar a pensar en una cuota para abonar royalties genéticos.

Puesta en faena. Este fin de semana he vuelto a ver Gattaca (1997), esa película que nos habla de la segregación genética, una sociedad dividida entre seres genéticamente superiores y los individuos comunes, como usted y yo, con un genoma imperfecto. Al final triunfó el genoma defectuoso. Menos mal que no existe un gen para el espíritu humano. ¿O sí?

Periodista. Miembro de la Asociación Canaria para la promoción de la Ciencia

Elena Amavizca*

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