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Un singular primer ministro

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Se dice que su antecesora, Theresa May, en el número 10 de Downing Street, residencia oficial y oficina de trabajo del primer Lord y del primer ministro del Reino Unido, en cierta ocasión le soltó a Boris Johnson: “Una de tres: o usted no conoce las normas, o no las entiende, o no sabe que también son para usted. Y es eso”.

Parece una sentencia anticipada a la suerte del escurridizo Johnson desde que se desató el escándalo (¿o escándalos?) de las fiestas prohibidas en su residencia oficial. El Partido Conservador es implacable con sus principales dirigentes, independientemente de los resultados de sus respectivas gestiones, por lo que ahora no es probable que se dé una excepción. El hecho de que los laboristas estén callados –es más, en alguna votación, míster Johnson salió airoso gracias a sus votos- y no tensen más la cuerda, es porque consideran que la fiesta terminó –nunca mejor dicho- y es preferible aguardar a mayo (mes en que se celebran comicios locales) para que, independientemente de la aparición de alguna figura relevante que dé la vuelta a la débil tortilla que están haciendo en fogones maltrechos, para proceder a un relevo que solo tiene un objetivo, no se sabe en qué plazo: salir del trance.

Será entonces cuando se mida y contraste la grandeza del Partido Conservador, cualidad indispensable para afrontar el proceso y emprender un nuevo ciclo. Johnson es consciente de ello y sabe que no le van a perdonar este comportamiento incongruente, poco ejemplar y a veces, estrafalario, cuyas consecuencias son sensiblemente dañinas para la imagen de la organización. Y eso que aún se verán cosas más graves o se conocerán informes y testimonios que llevaran al todavía primer ministro al mismo borde del precipicio.

Que ha ido sorteando la presión, es verdad, y ha timoneado ganando tiempo al tiempo a sabiendas de que con el agua al cuello se puede resistir hasta que se agotan los límites de la resistencia. Pero los británicos de la flema parece que ya no quieren prolongar una suerte de sismo político que, en otra democracia occidental, ya hubiera significado, cuando menos, una renuncia o una disolución de cámaras parlamentarias y la convocatoria de elecciones. Otra interpretación: que el primer ministro se aferra al poder, da igual lo que se publique y los resultados de las encuestas, si es que en el Reino Unido se hacen con la facilidad que aquí algunos quieren impulsar el salto para una alternancia en el poder.

Johnson, en lo que ya se conoce como partygate, no ha sido ajeno a la inestabilidad producida en el conservadurismo británico desde hace algún tiempo, casi desde que la ciudadanía optó (¿sin ser consciente?) por las previsibles consecuencias del brexit. A ver si es consciente también de que, a ests alturas, él es el problema sin que haya cotangentes que le aproximen a la solución. En un primer informe la alta funcionaria, vicesecretaria permanante del Gabinete, Sue Grey, se habla de graves incumplimientos de estándares éticos y fallos graves en todos los niveles de decisión. Con estos y otros considerandos, encima los británicos deben afrontar el conflicto en Ucrania.

Negro panorama para un primer responsable… estrafalario.

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