Espacio de opinión de Canarias Ahora
Soria no se va
Sabroso no se paró a pensar en las maniobras sorianas para ahogar CANARIAS AHORA, espantarle anunciantes pusilánimes y vetarlo a sus periodistas allí donde lo dejen; tampoco ha tenido en cuenta los reiterados intentos de meter en la cárcel a su director. La obnubilación partidista le ha impedido al concejal pepero considerar la posibilidad de que pueda ser Soria el del barrenillo y apreciar legítima defensa donde ve obsesión nuestra; defensa legítima porque lo ilegítimo sería estar a los dictados del poder, bailándole el agua a quien tiene la llave de las perras públicas para pasarle luego el sombrero.
Los hechos muestran que Soria trata de intimidar a quienes lo critican o se le oponen con unos modos y maneras que no midió bien de puro torpe. No pensó que media docena de personas que no le tengan miedo bastaría para volverle en contra sus procedimientos. Quiso silenciar a Carlos Sosa por vía judicial y acabó condenado en costas. Y ahora lo han condenado, también en costas, tras absolver el juez al ingeniero Francisco Cabrera, al que persiguió de forma encarnizada por negarse a entrar por el aro en el obsceno enjuague eólico y tener el atrevimiento, madre, de contar cuanto sabía del asunto ante la famosa comisión investigadora del Parlamento Canario. Ninguno de los dos dio marcha atrás, aguantaron la embestida y todos pudimos ver su fea cara de déspota caciquil.
No sé si llevará Soria suelto en el bañador dinero suficiente para pagar esas costas. Tampoco sé quien abona los honorarios del carísimo bufete de Madrid al que recurre sin tino, con demasiada frecuencia y alegría para creernos que los cuartos salen de su bolsillo. Pero la cuestión que interesa ahora es dónde rayos está la Fiscalía, o quien corresponda, que no actúa dado que, si los tribunales consideran que Sosa y Cabrera no mintieron, son ciertos los hechos por ellos revelados y resulta difícil entender que no se proceda cuando menos a aclararlos. La Justicia deja mucho que desear, es verdad, pero no es menos cierto que Zamora no se ganó en una hora y que ya es considerable avance que los jueces reprochen a Soria hacer uso de la Justicia mediante denuncias temerarias para intimidar a quienes se le oponen y lo critican.
En lo que a mí respecta, no es Soria personaje que me interese. Desde el punto de vista “científico” su especie está descodificada de tan vista bajo el franquismo. Aunque colee lo hace fuera de época aprovechando que Franco dejó todo atado y bien atado y que no se han aflojado tanto los nudos como para perseguir seriamente la actuación de este tipo de gente. Es necesario que la media docena de quienes no le temen pasen a ser centenares. Quizá sea la necesidad de compensar la propaganda soriana, que dispone de dineros medios públicos, la que lleva a Sabroso a considerar obsesión la insistencia en lo nefasto del personaje.
A mi falta de interés “científico”, se añade que en lo personal no me enfría ni me calienta. Son demasiados años de oficio periodístico para que me quite el sueño. Torres más altas he visto caer y ésta caerá. Otra cosa es la indignación que como ciudadano me produce un individuo que llevó a la cuasi (y sin cuasi) bancarrota a las dos primeras corporaciones grancanarias y que fuera premiado con la Consejería de Hacienda donde se comporta de forma equívoca en relación a esos pagos de los que tanto se habla.
Pero no me entiendan mal: lo preocupante no es que Soria gallee y tenga más cara que un contenedor de euros para seguir asomando la jeta sino que la cultura política isleña no alcance todavía a impedírselo y que haya quienes ven mal que se le critique. Es decir, que se siga sin ver que, lo miremos desde la derecha o desde la izquierda, no es individuo recomendable para gestionar asuntos públicos. Más bien diría yo que está contraindicado.
Soria mismo aseguró públicamente que en política pierde dinero, pero, tíos, guay de aquél que se muestre dispuesto a liberarlo de ese sacrificio y le aconseje volver a la actividad privada para reorganizar su hacienda personal. Debería Sabroso reconocer que, en el fondo, tratamos de hacerle un favor para que comience a recuperar en la actividad privada cuanto ha perdido en la pública. Sería mejor para él y excelente para nosotros, que dejaríamos de molestarlo inmediatamente. Pero ocurre que justo por eso está cabreado con nosotros, que sólo queremos su bien, pero sobre todo el nuestro.
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