Tener o ser
Erich Fromm, en su obra “¿Tener o ser?”, describe cómo las personas y las sociedades han ido evolucionando frente a dos orientaciones, la del ser y la del tener, basado en la premisa de quien no tiene, no es. Cuando se tiene una desventaja estructural inicial y se procede a iniciar un proceso de competencia, las situaciones se polarizan, de forma que la parte más aventajada tendrá más beneficio mientras que la otra se hundirá a mayor profundidad. Es cierto que hay momentos en donde David le gana a Goliat, pero no suele ser los más usual. Por ello es necesario acometer medidas que logren equiparar las condiciones de partida, como mínimo, para evitar que el pez grande siempre se coma al chico. En este sentido, el derecho a una vida digna exige el acceso a servicios esenciales como la sanidad, la educación, la vivienda, los servicios sociales, el sistema de la dependencia, las pensiones o la cultura, entre otras, pero también requiere disponer de unos mínimos recursos económicos para integrarse en la sociedad actual participando en ella, en sus instituciones y conocer y hacer efectivos derechos y deberes.
Hasta la fecha este sistema suele basarse prácticamente en exclusiva en el sistema fiscal sobre la base de la recaudación y el posterior reparto. Más allá, sólo se han plasmado métodos con alta carga teórica, dando como resultado una última red de seguridad económica que ofrece protección a los hogares cuyos recursos son insuficientes, siendo uno de los elementos característicos de los sistemas de protección social. De hecho, no existe un criterio común en la determinación de las cuantías ni determinación de una posible renta mínima dado que los indicadores de adecuación de las prestaciones varían enormemente entre los diferentes sistemas sociales. De hecho, el efecto sobre la pobreza de los distintos sistemas aún es pequeño. Por ello, la práctica totalidad de los sistemas de rentas mínimas se han enfrentado a un proceso continuado de reformas que han buscado mejorar la eficiencia y la eficacia de estos programas con el fin de dar respuesta al difícil equilibrio entre la necesidad de mantener la capacidad protectora frente a la pobreza, mejorar los incentivos laborales de los beneficiarios y moderar el crecimiento del coste de los programas.
Por ello, los dilemas a los que deben responder en relación con estos sistemas se han de basar en el ajuste del diseño de los programas de rentas mínimas a futuros shocks económicos adversos para que el efecto sobre la pobreza sea mayor, así como la búsqueda de instrumentos que tratan de impulsar un mayor número de transiciones desde el cobro de la prestación a la ocupación. De hecho, para circundar la pobreza no se tiene que ser pobre. Se puede pertenecer a una plantilla en donde se reciben remuneraciones inferiores al umbral alimentando además los procesos de concentración de la renta. Este hecho provoca que se acreciente la desigualdad que se acentúa, además, entre las rentas más bajas de la distribución de los ingresos, lo que hace que las tasas de pobreza extrema sean particularmente altas. De esta forma los programas de erradicación de esta pobreza extrema suelen tener mayores probabilidades de éxito, aunque traslada a esta parte de la población a la pobreza moderada, de forma que se ha jugado un papel vital para las personas en situación de vulnerabilidad, pero sin una solución definitiva hacia una inserción social final. Porque de nada vale tener si no llegas a ser asumiendo, según la visión budista, que nada es permanente, ni para el yo, ni para las cosas. Lo único permanente son los procesos.
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