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Tiempo de pactos

Salvador García Llanos / Salvador García Llanos

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Las mayorías suelen conllevar el empleo del rodillo, consistente en rechazar, sin más, iniciativas que provengan de los grupos de oposición, a pesar de que sean positivas para los intereses generales o estén cargadas de razón. En otras ocasiones, sirven para bloquear, para impedir una convocatoria que puede ser oportuna o el tratamiento de un asunto que, por sus características, significa un giro, un avance, un esclarecimiento y hasta una vía para salir de una crisis. La falta de diálogo, los personalismos y las intolerancias son otras consecuencias de haber ganado por goleada sin tener presente que el encuentro tiene su tiempo reglamentado y que en el futuro las circunstancias pueden ser otras.

Las mayorías políticas reiteradas en instituciones públicas han ido acumulando, en algunos casos, tal suerte de rechazo que, cuando se evaporan, es natural que la otra parte, los eternos segundones o perdedores se rebelen, se revuelvan o se quieran desquita, en la acepción más política del término. Es un hecho casi natural que se explica por sí sólo en ámbitos pequeños o en circunscripciones reducidas. Las enemistades, las pugnas tribales y hasta las diferencias familiares -a veces insalvables- acaban predominando. En algunas islas y en algunas localidades canarias se ha venido asistiendo a estos episodios. Que pongan las barbas en remojo quienes aún disfrutan de esa mayoría (tiene mucho mérito lograrla y revalidarla, desde luego), no sea que en el futuro, si no gozan de ella, se vean afectados por las turbulencias que son fácilmente adivinables.

Cuando los electorados reparten y no propician mayorías absolutas, vienen a decir que prefieren otra forma de gobernar y emiten un mensaje que, en buena parte de los casos, se puede interpretar como “entiéndanse ustedes”. Negocien, intercambien, pacten y “entiéndanse” para gobernar. Aparquen diferencias y hasta planteamientos ideológicos, renuncien si es necesario, pero “entiéndanse”.

Es ahí, entonces, donde se pone a prueba la capacidad de diálogo y de transigencia, donde se fragua la cultura del pacto o de la alianza política que hay que ir practicando y consolidando para favorecer, sin extrañarse, fórmulas de gobernabilidad de las instituciones. No estamos muy acostumbrados a ella y hay que agradecer a quienes la hayan practicado para timonear sus mandatos o sus cometidos la inversión realizada.

Es una cultura que requiere de información, transparencia y hasta de un sentido pedagógico que facilite todas las explicaciones y otorgue razones a los partidarios de defender los contenidos y las aspiraciones de una alianza política. Mucho más, cuando se trata de coaliciones integradas por formaciones políticas en principio antagónicas.

Valen los gestos y las pruebas de lealtad para que funcionen bien, con holgura, sin perturbaciones que levanten recelos y sospechas. Pero valen, sobre todo, los hechos que claramente den a entender que se cogobierna en beneficio no sólo de la mayoría que se representa sino de los intereses generales de una comunidad.

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