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Tindaya, de nuevo

José A. Alemán / José A. Alemán

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Román añadió que en lo de Tindaya no hubo, qué va, intención de acabar con don Olarte. Sin embargo, la larga secuencia de la batalla interna que entonces se libraba en CC indica otra cosa. Veamos.

En 1995, el Hermoso Manuel fue candidato a la presidencia, previo compromiso de que don Olarte lo sería en las siguientes elecciones de 1999. Sin embargo, meses antes de acabar la Hermosa legislatura, CC anticipó como candidatos 1999 a Adán de presidente y a Mauricio de vicepresidente. Don Olarte, apuñalado, se reviró como una panchona y sacó de la chistera a Román, que obtendría la presidencia con Adán de vicepresidente.

Durante la legislatura románica (1999-2003) el conchabo Adán-Mauricio fue claro. Interesaba a los dos enterrar a don Olarte, que seguía dando la lata. Al primero, porque en su mentalidad ática aparecía como adalid del “canarionismo” rampante; al segundo, porque pretendía desplazar al centrismo y que ICAN (o sea, él) controlara CC-Gran Canaria.

Al propio tiempo, Adán-Mauricio hostilizaban a Román que cedió ante ellos al abrir el caso Tindaya contra don Olarte. Puedo creerme que no lo viera en el momento; como tampoco vio la segunda jugada mauriciana: prolongar en Canarias sus arreglos con Aznar mediante un pacto con Soria que le permitiría deshacerse de la izquierda populista románica, la que lo puso en el Congreso, dinamitar CC y ser feliz para siempre de “upenizado” total.

Todo fue bien al principio. En 2003, Adán, ya presidente, bendijo al tándem Soria-Mauricio y su proyecto de dominio político y económico de Gran Canaria; el que consolidaría la segura victoria de Rajoy en las generales de 2004. Mientras esperaban, dieron en acallar voces de políticos, empresarios y periodistas disconformes, lista negra incluida. Pero el inesperado triunfo de Zapatero les echó abajo el tinglado y las autonómicas de 2007 los borró del mapa en Gran Canaria; aunque Paulino le procurara a Soria respiración asistida hasta el 9-M para ser presidente.

Tindaya es agua pasada, sin dejar de ser buen ejemplo de falta de escrúpulos políticos.

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