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Trabajo y vida

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Hay un dicho que incorpora la dicotomía entre trabajo y vida. ¿Quién no ha escuchado alguna vez la expresión “vives para trabajar o trabajas para vivir”? Para resolver tal cuestión, en primer lugar, habrá que analizar cuál es el significado de ambos conceptos para, luego, relacionarlos. Empezando por el principio, debemos preguntarnos qué es la vida. Desde una perspectiva biológica, se define como la condición que distingue a los organismos vivos de la materia inanimada como es la existencia del metabolismo, el crecimiento, la capacidad de respuesta a estímulos, la adaptación y la reproducción vinculada a procesos químicos y físicos. Ahora bien, la visión humana y filosófica es bien diferente porque abarca una amplia gama de eventos, emociones, relaciones y actividades, donde se incluye el desarrollo personal, la búsqueda de significado, la interacción social y la consecución de metas y aspiraciones en base a una existencia y conciencia, donde se abordan las cuestiones éticas y morales. Una vez encuadrada la primera parte de la idea, ¿qué es el trabajo? Según la segunda acepción de la Real Academia de la Lengua Española, se trata de una ocupación retribuida que se complementa con la sexta, que lo tilda de esfuerzo humano aplicado a la producción de riqueza, en contraposición al capital. Ahora bien, también aparece en el noveno lugar el trabajo como penalidad, molestia, tormento o suceso infeliz. Llegados a este punto, volvamos a hacernos la pregunta inicial ¿vivimos para trabajar o trabajamos para vivir?

La humanidad se ha desarrollado en base a la producción de forma que, cuando dicha producción genera excedente, propicia el intercambio. A partir de ahí, la especialización se hace presente generando mercados, primero basados en el trueque y, luego, en la contraprestación monetaria. Pero ¿cómo conseguimos el dinero? Pues vendiendo lo que tenemos y de algo que justamente disponemos todas las personas, como es nuestro tiempo. Dependiendo de nuestra pericia, formación, vocación o prestancia, nuestras horas serán más o menos valoradas con mayor o menor reconocimiento percibido. Cuando vivimos para trabajar se adopta una mentalidad en la que el trabajo se convierte en una fuente de identidad, realización personal y propósito, dedicando una cantidad significativa de tiempo y esfuerzo al éxito profesional como un aspecto crucial de la existencia. Por el contrario, si se trabaja para vivir, el dar nuestro tiempo a cambio de un dinero se convierte como un medio simple para sustentar la vida, donde se adopta una mentalidad que se convierte en una forma de obtener los recursos necesarios para disfrutar de otras áreas de nuestra existencia.

Es cierto que no hay blancos ni negros tan definidos en ninguna faceta de nuestra existencia la cual, todo sea dicho de paso, está llena de grises. Y, este campo, no iba a ser diferente de forma que, normalmente, se accede a un cierto equilibrio entre ambas perspectivas quedándose la respuesta en la dependencia de factores individuales, como son los valores personales, las metas de vida, las situaciones laborales e, incluso, los contextos culturales. De hecho, la elección puede cambiar a lo largo de la vida en respuesta a diferentes circunstancias y experiencias. Según evolucionamos hacemos que nuestra ambición se module en un sentido u otro teniendo como mínimo común denominador el respeto por la dignidad, tanto para el que paga, como para el que cobra, teniendo claro que la esclavitud ha sido abolida, acción similar que hay que procurar con aquellas personas que intentan transitar por la vida sin dar un palo al agua.

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