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Los vándalos y los otros

José A. Alemán / José A.Alemán

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Suele darse por descontado que los autores son jóvenes estimulados por vaya usted a saber qué sustancias a los que divierte la destrucción frenética de lo que tienen a mano. Aunque en ocasiones se aprecie en la fechoría cierto grado de elaboración, como cuando se meten en un barranco a poner patas arriba yacimientos arqueológicos de los que, dicho sea de paso, no se ocupan demasiado las autoridades. Recuerden, si no, la práctica eliminación por Soria de los servicios cabildicios relacionados con el patrimonio y la cantidad de edificios antiguos víctimas de la piqueta municipal. Vaya una incultura por la otra.

Pero, como digo, la incultura, aunque se supone en todos los casos no es explicación suficiente. A mi entender hay, por encima de todo, una especie de rabia, un deseo inconsciente de venganza en quienes perpetran las salvajadas contra una sociedad injusta que los ha marginado y de la que se sienten ajenos al punto de no sentir el mínimo de solidaridad preciso para respetar lo que es propiedad común, ya sean unos contenedores, una escultura de Las Canteras o las inscripciones de Balos. No sienten nada como suyo.

Cada vez que alguien trata de explicarse, que no de justificar, lo que lleva a una persona a emprenderla a marronazos con el patrimonio salta alguien diciendo que se deje de boberías y no cargue las culpas sobre la sociedad que dormía mientras los gamberros se pasaban de copas o se ponían hasta arriba de otras sustancias. Dado que no soy especialista en estos temas, dejo el asunto para quienes lo sean y me quedo con la mera noción de que son comportamientos que responden a causas muy complejas que no pueden despacharse en unas líneas. Lo que sí digo es que no hay gran diferencia entre quienes actúan con nocturnidad y el embullito de la parranda y estimulantes varios y los portadores de licencias municipales que sirven para darle a plena luz del día bocados no menos graves y con frecuencia más irreparables al patrimonio de todos. Algo que conviene tener en cuenta a la hora de rasgarse las vestiduras.

Por supuesto que a los autores de las salvajadas hay que localizarlos y castigarlos, bonito fuera. Pero una cosa es una cosa y dos cosas no reflexionar mínimamente sobre hechos que nos duelen a todos, ya se cometan por las bravas ya con las bendiciones municipales. Si los primeros son vándalos, ¿cómo llamaremos a los segundos? Una buena pregunta para iniciar esa reflexión.

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