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¡A ver si se aclaran!

Eduardo Serradilla Sanchis / Eduardo Serradilla Sanchis

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Hasta hace bien poco, tenía muy claro que una de las muchas cosas que me separa de las personas de ideología conservadora era la concepción que, estas últimas tienen, sobre cuáles son los pilares de la sociedad.

Según los postulados conservadores -acuñados muchos de ellos durante el periodo dictatorial de Franco- conceptos, tales como la familia, la religión o el respeto por las leyes y la autoridad se antojaban inviolables. Poco importaba los excesos y defectos que dichos conceptos esconden tras de sí, algunos de los cuales dignos de figurar en una feria de los horrores.

Importaba e importa, o por lo menos eso creía yo, mantener unos “sólidos e imperturbables cimientos” sobre los que apoyar el resto de sus teorías.

De paso, lanzaban un claro mensaje a todos aquellos díscolos que siquiera se atrevieran a desafiar el “status quo”, avisándoles de cuál era el camino correcto y cuál el equivocado.

No entraré en análisis sobre la religión o sobre la familia, ya habrá tiempo para eso. Mi intención es detenerme en cómo ha cambiado el concepto y el respeto que hasta ahora se tenía para con la autoridad y, por ende, para con los cuerpos de seguridad del estado.

Hasta dónde yo sé, a nadie criado en los valores de la España del Nacional Catolicismo, se le ocurría desafiar a los jueces y fiscales encargados de velar por el cumplimiento de las leyes, por injustas que éstas pudieran ser.

Los únicos que se permitían desafiarlas eran los “rojos” y los miembros de complot judeo-masónico, tan socorrido durante los años del dictador, para justificar cualquier supuesto ataque contra el orden establecido.

A su lado, siempre fiel y solicita, estaba la Policía Armada, la Guardia Civil, la “secreta” y el resto de cuerpos que se encargaban de ejecutar las órdenes dictadas por la autoridad, sin cuestionarla ni criticarla. El sistema, como algunos cargos políticos se han encargado de recordar en estos últimos tiempos, funcionaba como una máquina de precisión, aunque con las singularidades intrínsecas de la mentalidad española.

Tras la muerte del dictador y el regreso de la democracia a nuestro país, dichos postulados continuaron vigentes en todos aquellos que pensaban que, a pesar de todo, el mundo no cambiaría, por mucho que algunos se empeñaran. Y así fue durante los mandatos conservadores, durante los cuales a muchos nos dio la sensación que las cosas no habían cambiado y el dictador y toda su parafernalia, palio incluido, seguían presentes entre nosotros.

Tocaba rescatar a España de la deriva moral e ideológica en la que se había visto sumida tras la llegada de la democracia y, para lograrlo, no repararon ni en gastos ni en gestos.

Al final, la entrada en una guerra absurda y totalmente interesada devolvió las fichas del juego a cómo estaban, una década antes, aunque los ánimos, para entonces, ya estaban muy caldeados. Por dicha razón, muchos se apuntaron al juego de “aquí vale todo” con tal de derrocar al adversario. Poco importaban los métodos, los argumentos o el daño que se le hiciera a las instituciones con tal de erosionar al contrario.

En el juego político, más que en la guerra, vale TODO y los teóricos disfrutaron desarrollando sus enseñanzas hasta el surrealismo más rocambolesco.

Han sido años duros, grotescos, bochornosos y muy cansinos, inmersos en una “guerra de trincheras” que, para quien no lo sepa, volvió loca a toda una generación de jóvenes europeos, durante la Primera Guerra Mundial y que ha causado efectos igual de nocivos en las nuevas generaciones de españoles.

A estos últimos se les ha lanzado el mensaje de que si se es capaz de enarbolar una determinada enseña y creer, sin cuestionar, las verdades lanzadas por un determinado líder, se acabará por llegar lejos ?y ejemplos sobran en el panorama político y empresarial español-. ¡No estudies! ¡Afíliate y llegarás lejos! vendrían a decir quienes defienden esta forma de actuar.

Sin embargo, en todos esos años, por lo menos que yo sepa, a nadie se le había ocurrido cuestionar, siempre hablando de las filas conservadoras, de una manera rotunda y taxativa al Poder Judicial y a los Cuerpos de Seguridad del Estado.

Cierto es que hay líderes que lo llevan haciendo desde hace años, sobre todo cuando han sido acusados de comportamiento que se salen de la norma. Eran comportamientos particulares o circunscritos a un ámbito local y/o autonómico.

Otra cosa muy distinta es levantarse una mañana y leer en los principales medios nacionales toda una batería de acusaciones contra los jueces, fiscales, agentes de la policía y la Guarda Civil y, si me apuran, contra los conserjes de los juzgados por hacer bien su trabajo, lanzadas por la portavoz del principal partido conservador español.

Según su línea de pensamiento, todas las detenciones, imputaciones y acusaciones vertidas contra miembros de su partido, en no sé cuantas comunidades, son una suerte de complot, orquestado desde el gobierno para minar su credibilidad y sus posibilidades para lograr una victoria electoral dentro de dos años.

Y, claro, es el gobierno quien, desde las bambalinas, está moviendo los hilos para que cargos electos sean acusados de todo tipo de falsedades. Por tanto, ya no hay que respetar a la autoridad, porque sus actuaciones están trufadas por oscuros intereses y lo que quede del oro de Moscú.

Entonces, aquel sagrado pilar de la sociedad que decía que a la autoridad había que respetarla por encima de todo y que nadie debía cuestionarla ¿dónde queda? Según este giro de 180 grados, ahora es lícito y, casi recomendable, cuestionar a la autoridad y desafiarla, dado que sus actuaciones no defienden el status quo sino a quienes desean alterarlo.

Vamos, que lo único que les falta es proponer la desobediencia civil y gritar ¡Viva la revolución!, dado que lo que antes era blanco, ahora es negro retinto.

Admitirán conmigo que, tal cambio de mensaje es, cuanto menos, difícil de tragar, aunque haya personas especializadas en hacernos tragar carros y carretas.

En qué quedamos? ¿en que el poder judicial actúa de forma correcta cuando acusa a un cargo electo de otro partido y de forma errónea cuando lo hace con uno del partido conservador?

¿Están diciendo que la policía solamente acata órdenes correctas cuando detiene a un cargo electo que no sea de ideología conservadora y lo hace de una forma errónea o adulterada cuando lo hace al contrario?

Por lo tanto, ¿los ciudadanos debemos creer que estamos en un estado en el que no se respetan los derechos de las personas, independientemente de su ideología? ¿Debemos creer que los cuerpos de seguridad del estado actúan sin respetar las leyes, de una forma autónoma y cercana a lo delictivo?

¿Es esto lo que quieren decir?... ¿O simplemente están tratando de elevar una columna de humo que evite percibir las miserias que, cada vez más, quedan al descubierto entre sus filas?

Yo, por mi parte, sigo sin entender nada, más bien todo lo contrario. Y eso empieza a no gustarme.

Eduardo Serradilla Sanchis

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