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Victoria conservadora en las elecciones iraníes

Adrián Mac Liman / Adrián Mac Liman

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En este contexto, conviene señalar la involuntaria “renuncia” de Alí Eshraghi, sobrino del ayatolá Jomeyni, descartado por los Guardianes, y de su primo, Hassan Jomeyni, otro heredero directo del mítico Guía, quien no dudó en denunciar públicamente la “militarización” de la vida política persa.

Curiosamente, quienes más se aferran a los cánones y dogmas de la revolución islámica son los antiguos guardianles de la revolución (pasadrán), pertenecientes, al igual que el presidente Mahmud Ahmadineyad, a la nueva clase dirigente del país. Recordemos que los pasadrán fueron enviados al frente para defender la Patria, mientras los religiosos se hacían con el control de las estructuras políticas y económicas de Irán. Hoy en día, la mayoría de los ex combatientes de aquella guerra son hombres mayores de 50 años, intelectuales y empresarios que desean formar parte de la clase dirigente. El analista francés Bernard Hourcade estima que los antiguos pasadrán pretenden “reconquistar el poder secuestrado en su momento por el clero chiíta”.

El imparable avance de este ejercito ideológico del régimen de Teherán que, según los expertos, está integrado por alrededor de 10 millones de personas, pone de manifiesto la existencia de una guerra soterrada entre los “turbantes” de los líderes religiosos y los pasadrán. Hay quien atribuye la fisura al mero deseo de un inevitable relevo generacional y quien estima que, pese a su acatamiento a las normas impuestas por el clero, los pasadrán albergan el hasta ahora oculto deseo de apostar por la rápida e indispensable modernización del país. Una modernización que pasa por la reforma de las estructuras económicas, la lucha contra la inflación, que alcanza la cifra récord de 20% anual, contra el desempleo, contra la acentuación de la brecha que separa a los ricos de los pobres.

En este contexto, cabe suponer que los problemas internos centrarán el futuro debate nacional. De hecho, a los pobladores del país persa no les interesa tanto el impacto del enfrentamiento con Occidente sobre el programa nuclear, como las promesas incumplidas de Mahmud Ahmadineyad, quien centro su campaña presidencial en la defensa de los intereses de los pobres. Pero si las críticas contra la discutible gestión económica del presidente han abandonado las angostas callejuelas del zoco para encontrar su debido eco en las páginas de los periódicos de gran tirada, su gestión de la crisis nuclear cuenta, extrañamente, con el apoyo casi incondicional de las clases más desfavorecidas, poco propensas a olvidar los viejos “clichés” nacionalistas, que loan a Irán, cuna de una civilización milenaria, que posee y defiende valores espirituales “muy superiores” a los de Occidente.

Mientras los militares parecen a su vez dispuestos a apoyar a la corriente conservadora, los estudiantes muestran su total indiferencia ante los resultados de los comicios. Recuerdan que las reformas anunciadas en la década de los 90 por el equipo reformista liderado por Mohamed Jatamí se quedaron en agua de borrajas.

La verdad es que los universitarios no sólo desconocen a los candidatos, sino que apenas sienten curiosidad por conocerlos? Saben de antemano, al igual que el resto de la población iraní, que la corriente conservadora contará con más del 70% de los escaños en el nuevo Majlis (Parlamento) y que la lucha por en cambio se limitará a unas críticas veladas a la actuación gubernamental, que ocultarán, en realidad, las grandes y maquiavélicas maniobras ideadas por los promotores del cambio generacional.

Finalmente, parece que los intentos de Washington de promover o imponer la instauración de un sistema democrático (es decir, prooccidental) han fracasado. ¿Por qué será?

Adrián Mac Liman

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