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La mediocridad como negocio erróneo

Carlos Castañosa

Aquel aforismo “El capital humano es el factor más valioso para una empresa”, de sólida implantación en la segunda mitad del siglo pasado, fue respetado entonces como elemento fundamental de cultura industrial y filosofía laboral. En contraste, hoy está eliminado de la consciencia empresarial por la prioridad economicista aplicada a la gestión actual de los recursos humanos.

Conviene no generalizar ni siquiera en casos flagrantes donde siempre hay excepciones ejemplares que contradicen en positivo el predicado global. Por fortuna, en un desolador panorama como el presente, existen empresarios con la suficiente capacidad humanística y humanitaria para, en términos culturales, velar por los derechos de sus trabajadores… a pesar de una deplorable reforma laboral y las falsas promesas electoralistas que la mantienen vigente. Una ley que dio al traste con importantes avances socio-laborales ante la pasividad e inoperancia de los sindicatos al uso y el despótico abuso empresarial de reducción de costes a cualquier precio, incluida la dignidad de las personas.

Atención especial a los números de la década maldita de la crisis, que todavía colean. Diez años en que los beneficios empresariales crecieron un 200% y los sueldos permanecieron estancados, con el agravante de la precariedad y abundancia de contratos basura, explotación subrepticia de horas extras sin pagar, sueldos misérrimos y otras picarescas bien montadas al amparo de una ley infamante e inspecciones poco fiables por escasas y faltas de eficacia.

El privilegio de no pertenecer ya a ninguna de las dos partes, laboral ni empresarial, permite la objetividad de mi testimonio desinteresado que procura estar bien informado para compartir criterios que, cómo no, aceptan la discrepancia y ser rebatidos con amabilidad y desde la buena fe.

Es la ventaja de poder opinar desde la perspectiva de mero usuario, cliente o consumidor de productos y servicios ante el panorama descrito, como damnificado por la baja calidad y mala praxis de actitudes profesionales defectuosas por mal pagadas.

Insisto en las gratas pero escasas excepciones. Sin embargo, hemos de adaptarnos con resignación a aceptar la mediocridad ante la implantación de usos y costumbres carentes de cortesía y un mínimo de educación cívica. “Si un producto es barato por su baja calidad deja de ser barato” . De modo que la contratación de un empleado no debe basarse solo en la necesidad de cubrir una vacante al menor precio posible.

Cualquier empresa necesita tres tipos de recursos vitales para su desarrollo: financieros, materiales y humanos, que deben estar coordinados y en equilibrio. Pero son los trabajadores el recurso más valioso. De modo que gestionar adecuadamente el capital humano puede salvar a la empresa cuando los otros dos fallan. Para gestionarlo bien es fundamental un sistema de contratación que contemple el talento y la potencial productividad, en base a una cualificación ajustada al puesto de trabajo ofrecido, que debe ser respetada, pagada en proporción a la categoría laboral del aspirante y con aplicación de los medios adecuados a promover su formación continua.

Todas estas teorías confluyen en un solo concepto: motivación.

Si falla el estímulo que empatice trabajadores con empresa, por maltrato laboral, explotación sistemática o abusos organizados, el fracaso está servido para unos y otros. En tiempos no lejanos, lo normal era que el empleado hablase de su lugar de trabajo como cosa propia: “mi empresa”, que aunque el dueño fuera otro, la sentía como parte integrada en sí mismo. Una vinculación afectiva que en la actualidad ha desaparecido por completo. Pareciera que para el empleado actual la empresa es el enemigo a batir; y viceversa.

Ante tan árido paisaje no deben extrañarnos intempestivas bancarrotas como la de Thomas Cook y otras grandes multinacionales que, obsesionadas por la prioridad absoluta a los recursos financieros, ignoran y abandonan a su capital más valioso y se dan de bruces con gran escándalo socio-económico. Y otras varias que están al caer… Eso sí; como no se trata de un infarto imprevisto, sino que ellos lo ven venir de lejos, los propietarios y directivos se quitan de en medio con el riñón bien forrado; mientras, los trabajadores pasan a engrosar listas de paro que ya se encargarán las autoridades políticas de paliar en precario sus efectos nocivos y los daños y perjuicios con dinero público.

El negocio es el negocio, pero todo tiene sus límites cuando de lo que se trata es de respetar la dignidad de los trabajadores y los derechos fundamentales de usuarios y consumidores; víctimas todos de la especulación empresarial que no debiera quedar en la impunidad de una “afortunada retirada a tiempo”.

Y el público, espectador expectante, a verlas venir. Indefensos, expoliados y resignados a tener que pagar por la fuerza subvenciones millonarias a sindicatos inoperantes, organizaciones empresariales, partidos políticos, ONG´s subrepticias, turbias asociaciones sin ánimo de lucro y organismos públicos ficticios y/o inservibles.

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