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Aeropuertos y 'culto cargo' en Canarias

Juan Jesús Bermúdez / Juan Jesús Bermúdez.

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Daniel Gómez, el editor de crisisenergetica.org y presidente de ASPO–España, acertadamente, ha comparado esta creencia con la obsesión de ampliación de infraestructuras de transportes que inunda el panorama internacional en la actualidad. Las autoridades locales y estatales, y los feligreses ciudadanos, de forma casi unánime, reclaman ampliaciones constantes de sus receptores de mercancías y pasaje del exterior, porque son factores de desarrollo y patológico crecimiento, imprescindibles para generar empleo y no quedarse atrás en la dinámica de la gloriosa competitividad, esa carrera hacia el vacío en la que nos encontramos participando casi sin saberlo.La dinámica de ampliación aeroportuaria en Canarias sigue el mismo camino. Las Islas han presenciado una espectacular evolución del tráfico de pasajeros y mercancías en las últimas décadas. Sólo en el periodo 1992–2004, la década de oro insular, según el Gobierno de Canarias, el tráfico de pasajeros en el ámbito interinsular creció en un 70,8%, y el internacional en un 59,2%. De los aeródromos rudimentarios de los años 60 se ha pasado a auténticos nodos de movilidad, que han acompañado el crecimiento espectacular del turismo y otros sectores económicos. A esta dinámica han respondido las administraciones promoviendo constantes ampliaciones de instalaciones de vuelo en las Islas: construcción de nuevas terminales en todas las islas, con dimensiones hiperbólicas como en el caso de La Palma; ampliación de plataformas, como en el caso de la ocupación del escaso suelo rústico en el Aeropuerto de Los Rodeos; o propuesta incluso de nuevas pistas aeroportuarias, como en el caso del Aeropuerto de Gando o Tenerife Sur. Parece lógica la correspondencia entre más pasajeros y más infraestructuras. De ahí, pues, el culto cargo en Canarias, y en otros lugares, a las nuevas y grandes infraestructuras. A través de ellas llega la riqueza, el tesoro que necesitamos para seguir creciendo y no quedarnos rezagados. Es una creencia, pues, con base en lo que hasta ahora ocurrió, pero, como se dice en los ambientes bursátiles, ganancias pasadas no garantizan beneficios futuros... Sabemos que la energía será cada vez más cara, como ya está ocurriendo, y eso es síntoma de escasez. Con ella, casi todo – incluido los alimentos - será más duro de conseguir, porque la energía es la base de cualquier modelo social. Sin alternativa existente para el transporte aéreo, el petróleo convencional que usan los aviones en forma de queroseno se halla en declive, según importantes geólogos. Será cada vez más caro: no en vano, su precio se ha duplicado en tres años y, según la IATA, ocupa ya el primer concepto de gasto en los balances de las principales aerolíneas mundiales. Y el petróleo seguirá subiendo, porque la oferta declinante no abastece la demanda creciente. El resultado será una destrucción de la demanda en forma de crisis económica, que ya colea entre nosotros; malos resultados económicos y descenso generalizado y prolongado del consumo de transporte, así como atención de los ciudadanos a atender primero sus obligaciones como deudores crediticios que creyeron en que la fiesta era interminable. No es una crisis coyuntural, sino de carácter estructural. No se trata de un vaivén económico pasajero, sino de un cuestionamiento general de nuestro modelo económico basado en el crecimiento acelerado en un entorno finito, en este Planeta al que estamos dejando exhausto. Por eso, ampliar hoy aeropuertos es un auténtico ejercicio de culto cargo. Es la creencia de que más templos de la recepción de mercancías y pasajeros nos salvarán del escollo de cualquier crisis del modelo actual, de que incrementar la dependencia del exterior nos hará más ricos. Un mínimo ejercicio de perspectiva histórica nos llevaría a paralizar los proyectos de ocupación de más recursos económicos y suelo fértil, recursos que precisaríamos urgentemente justo para tener una economía más autónoma del exterior, y menos dependiente de una renqueante globalización cuya base – el petróleo y el transporte baratos – está llegando a su fin. Juan Jesús Bermúdez.

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