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En Alepo, mi casa paterna, se produjo una atrocidad

Israel Campos

Las Palmas de Gran Canaria —

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“Yo soy Idrimi, hijo de Ilim-ilimma, siervo de Adad, Khebat e Ishtar. En Alepo, mi casa paterna, se produjo una atrocidad, y nosotros huimos y nos refugiamos entre la gente de Emar, parientes de mi madre”. Estas son las primeras líneas de una inscripción escrita en una tableta junto a una estatua encontrada en 1939 y hoy conservada en el British Museum de Londres. La historia de este personaje del siglo XV a.C. es un tanto particular, puesto que después de tener que huir del asedio a su ciudad natal, Alepo, pudo rehacer su vida. No solo eso, como heredero de la familia real, organizó años más tarde un ejército y llegó a convertirse en rey de la región. De ahí que se nos haya conservado su estatua. Sin embargo, dejando a un lado la evolución posterior de su vida, las líneas primeras de su texto autobiográfico bien podrían estar siendo escritas por cualquiera de los miles de niños que en estos momentos y desde hace ya más de cinco años están inmersos en la que los medios han acuñado como “la Batalla de Alepo” y que es un episodio de la aún más larga Guerra de Siria.

En medio de los conflictos que estallan por razones diversas, donde aunque el argumento que mediáticamente triunfe sea el cultural o el religioso, siempre prima una cuestión económica y política, se encuentran de manera directa las víctimas. En esta semana, estamos asistiendo a una intensificación del dramatismo en el que se encuentran más de 250.000 civiles atrapados por las diversas fuerzas militares que están intentando hacerse con el dominio de la ciudad. Una ciudad que en sus más de tres mil años de historia ha sido sometida a los ataques y destrucciones de casi todas las potencias que han entendido que a través de Siria, se domina la salida al mar desde Mesopotamia y se controla la ruta de acceso al Levante y al Mar Rojo. Acadios, hititas, mitanios, asirios, persas, macedonios, romanos, partos, árabes y turcos han pasado por Alepo con sus ejércitos y han llevado la guerra a sus puertas. La diferencia actual es significativa. Ahora es una guerra civil, donde la población queda convertida en rehén de unos intereses que difícilmente pueden resolverse con la victoria de un ejército.

En Europa, el conflicto de Siria únicamente nos ha impactado de lleno cuando miles inmigrantes que han tenido que abandonar sus ciudades, como hace 3.500 años lo tuvo que hacer Idrimi, han entendido que sólo en nuestro territorio podrían encontrar una ayuda ante su situación. Lo patético e ineficaz de la respuesta de la Unión Europea quedó evidenciada el verano pasado cuando no se supo resolver de forma humanitaria y democrática la crisis de los refugiados. Hecho el pacto con Turquía, las autoridades comunitarias (y también nosotros, la población europea) han respirado medio aliviados pensando que el conflicto se había apañado. Pero la guerra continúa violentamente.

La historia de Idrimi nos enseña que él fue capaz de recomponerse de su situación y construirse una vida en su territorio, aunque nada volvió a ser como antes. Se nos olvida a veces que ninguno de los inmigrantes sirios que acuden desesperados a pedir ayuda y asilo a nuestras costas, lo hace por mero capricho. Como relata Idrimi, “en Alepo, mi casa paterna, se ha producido una atrocidad”. Tanto un bando como otro protagonizan ataques sobre una población indefensa, atrapada, sin comida y sin vías de escape. Por supuesto que ninguno de los sirios que han nacido en Alepo o en cualquiera de las ciudades de su país estaría dispuesto a abandonar su tierra, si no fuera porque al quedarse corren el riesgo de morir o de no tener futuro. Y aun teniendo que acudir a buscar refugio en Europa, estoy convencido de que su deseo íntimo es poder retornar en algún momento a sus tierras, de igual manera que los refugiados palestinos aún conservan las llaves de sus casas abandonadas en Jerusalén, aunque estas ya hayan sido derruidas.

Idrimi tuvo que esperar y organizar sus apoyos para retornar a su país natal. No podía contar con la ayuda de nadie. La historia, por fortuna, ha cambiado significativamente en estos 3000 años. Existe una Organización de Naciones Unidas, existen organismos internacionales que entre sus principios fundacionales se encuentran la búsqueda de la paz a los conflictos que se establezcan entre los estados y en el interior de los países. Hay instituciones que tratan de encontrar soluciones a la situación en la que se encuentra esa población atrapada por el conflicto. Ahora solo nos queda reclamar que de una vez por todas se impliquen con seriedad, dejando de lado los tactismos políticos y el cálculo de los beneficios propios. Niños, ancianos y enfermos se encuentran entre esa población que hoy está en medio de un combate violento. No podemos permitir que otra atrocidad se siga produciendo en Alepo.

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