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Amistad

Mercedes Coello Fernández-Trujillo / Mercedes Coello Fernández-Trujillo

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Yo no se ustedes pero yo desconfío sistemáticamente de todas aquellas personas, que empiezan o terminan sus frases diciendo: “eres como mi hermana”.

“La hermandad”, tal y como la definiría Punset, es la relación que existe entre personas que comparten un número importante de alelos en su código genético. Y además, no es sinónimo de nada. No es obligatoriamente una relación de amor, ni siquiera de amistad. Honrosos hermanos, en la historia dan prueba de ello. Existen miles de ejemplos sin tener que llegar al tópico de “Caín y Abel”. Tampoco hay que dramatizar con esto; porque probablemente nuestro comportamiento de hermandad este en relación directa con lo que nos han enseñado nuestros padres.

Mis padres, por ejemplo, fueron unos “grandes hermanos”, y no como en la tele. Los he visto querer y defender a sus hermanos, hasta extremos que no están escritos; y claro, en virtud de esto, quiero yo a mis hermanos; “incondicionalmente”. Pasaran muchas cosas en nuestras vidas, nos encontraremos y nos volveremos a desencontrar; pero el día que me llamen, estaré ahí. ¡Ojo!, que se perfectamente, que sería exactamente igual al contrario. Afortunadamente soy amiga de mis hermanos.

Pero la amistad, la de verdad; esa que nace de un lugar que vuela entre lo humano y lo divino; esa, para mi, es el sentimiento fundamental de la existencia, incluso más grande que el amor.

Ya que como todos sabrán, y el querido amigo “Punset”, no deja de decir, “el amor” no deja de ser una reacción bioquímica, que tiene comienzo, y que también tiene fecha de caducidad.

Con los amigos compartimos algo más, algo que pertenece al terreno de la empatía, de la búsqueda de aquellos que ven y sienten la existencia, como nosotros mismos la vemos. Han sido compañeros de pupitre, de fiestas, de aficiones; a veces no comparten con nosotros determinadas cuestiones (por ejemplo, la ideología). Pero lo fundamental, eso que se queda a un paso entre lo cotidiano y lo trascendental; eso, eso si que lo comparten.

Corremos a buscarlos cuando parece que el mundo se detiene, por algo bueno o malo, que nos ha pasado; y aunque llevemos mucho tiempo sin hablarnos; nos sentamos, nos miramos a los ojos, comenzamos a hablar, y en menos de media hora, se ha salvado la distancia.

Yo conservo grandes amigas del colegio, de cuando todo consistía en estudiar, jugar y tener prisa en crecer.

Crecimos y los hicimos juntas; sufrimos y también estuvimos ahí. Amamos y cuando se acabó el amor, nos ayudamos mutuamente a retomar la vida.

Quiero mucho a mis amigos, y se que ellos también me quieren a mí.

No se equivoquen; también tengo enemigos; no se si me los he buscado, o es así, que todos debamos de tenerlos. La envidia, la animadversión y el rencor, suelen hacer mella, en las almas con poca altura de miras.

Sin embargo, aunque tengo que reconocer que a veces me turban y hasta me hacen agachar la cabeza, esto no me dura sino un breve espacio de tiempo (la mediocridad no puede conmigo); ya que la fuerza del cariño es con diferencia, inmensamente superior a cualquier otro sentimiento. Y por lo tanto tengo que afirmar que soy en esencia, una mujer feliz, porque tengo muchos y muy buenos amigos, y eso en los tiempos que hoy corren, es un bien muy escaso.

A July, mi amiga entre las amigas. Se feliz.

* Diputada por la Provincia de Santa Cruz de Tenerife. Mercedes Coello Fernández-Trujillo*

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