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Arafat en mi memoria

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La vida se extinguió lentamente sin borrar la sonrisa que dedicaba a su novia eterna. Palestina estuvo siempre en lo más elevado de sus capacidades y a ella dedicó sus mejores y mayores esfuerzos sin regatear absolutamente nada y tanto la amó que entregó hasta su sonrisa.

No será cuestión de entablar una discusión acerca de cuál fue la mano ejecutora de su asesinato. Evidentemente, la historia describe perfectamente quienes le amenazaron de muerte y, concretamente, el carnicero de Sabra y Chatila- que aún permanece en el túnel entre la vida y la muerte-. Los múltiples atentados de los que salió ileso tenían siempre la misma autoría.

Escapaba de situaciones letales con la baraka, esa suerte que le acompañaba siempre. Pero llegó el día en el que unas manos, no muy lejanas de su entorno, decidieron poner el elemento radiactivo en su círculo y llevarlo hasta la muerte lentamente, dándole el tiempo suficiente para saber que debía abordar su última etapa.

A nadie con conocimientos científicos suficientes se le podía escapar que la entrada en el capítulo final no respondía a enfermedad común, a una longevidad que no alcanzaba por su edad cronológica. La certeza de que había sido envenenado cobraba mayor fuerza a medida que avanzaban aquellos días finales.

A la luz de los resultados de los exámenes practicados en diferentes laboratorios se confirma, por etapas, que la causa desencadenante de su muerte ha sido el letal elemento radiactivo. Y poco a poco, en dosis mortecinas, el pueblo que tanto amó asiste a la certeza de su envenenamiento, pausando su respuesta en una ira contenida. Es la parálisis del conocimiento entregado por capítulos.

La suerte que tantas veces le acompañaba decidió regatear en seco. Ni los asedios del Líbano ni los bombardeos de Túnez de los que salió ileso pudieron con él. Largas noches en diferentes casas que se le ofrecían cual mendigo con ansías de la libertad, tenían el mismo techo que miles de refugiados, con la luna por lona.

¿Cuánto ha cambiado la situación en Palestina después de su partida?

La ecuación de paz a cambio de territorios sustentada por Arafat y Rabin se ha quedado en un resultado nulo. A manos de un judío fue asesinado el líder israelí y sin que sepamos el nombre del asesino de Arafat es evidente que la metodología usada para causarle la muerte conlleva una cadena de execrables protagonistas ejecutores y de inmisericordes silencios cómplices.

Noviembre es un mes muy significativo y de honda significación en la memoria palestina. Desde la injusta división de la Palestina histórica en dos asimétricos estados, este mes está jalonado de peldaños que ha ido subiendo cansinamente el pueblo que mayor tiempo de ocupación lleva sobre sus cabezas en el siglo pasado. Y aunque el reconocimiento de Palestina como Estado en la ONU parece aliviar este terrible paisaje luctuoso, permanece la división, la sumisión a la teocracia y las nulas expectativas de alcanzar la legítima ambición de un estado laico y democrático para todos los palestinos.

Atenazados por la fraternidad árabe y ahogados por el poder del mundo sionista es un clamor silencioso de miles de gargantas que gritan que Palestina era y Palestina es, con Arafat y sin él.

No seríamos dignos hijos de aquella tierra y patria si envolvieramos nuestra justa ira en un interminable rosario de letanías. Debemos alzar nuestra voz y nuestra pluma de manera permanente hasta que caigan segadas por la guadaña las ramas escondidas de los árboles del silencio.

La lucha, que cada cual debe enarbolar, se ha de sustentar en el quehacer diario, sin dar la espalda a nuestro origen. Hasta las piedras se desbastan en finos granos de arena, nada hay romo que no se suavice por el tesón, la fe y el convencimiento de que la fuerza de la razón está de nuestro lado.

Tu mano, que tantas veces tendiste a la paz, mi querido Uxtiar, no hay que dejarla caer ni tampoco el ramo de olivo.

Nueve años atrás, decenas de ilustres personalidades, premios Nobel entre ellos, te visitaban en la Muqata, símbolo de la resistencia palestina. Resistir es vencer y debemos continuar denunciando esta sangrante injusticia cometida contra un pueblo al que se le ha convertido en culpable siendo víctima inocente.

El tiempo de duelo y de luto se ha cumplido largamente. Pero no por ello habrá de llevarse al olvido al padre de la patria palestina, mi querido Arafat, hermano de mi padre, mi viejo, mi amigo.

Cumplamos con el sagrado deber de luchar por nuestras legítimas aspiraciones, cada cual desde su puesto en la sociedad en la que está insertado. Afirma tu palestinidad, no la niegues nunca.

La muerte a manos del enemigo es un alto honor y el preclaro sacrificio de quién entrega la vida por la libertad de su pueblo.

“Palestina, cada vez que por tí luché, te amé más, nada hay más dulce y querido”.

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