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Barcelona, mon amour

Rafael González Morera

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La primera vez que me vi paseando por las Ramblas de Barcelona fue en el verano de 1965 con varios amigos canarios que hacíamos la mili en Tremp, Lleida. Eulogio Nuño, Cayetano González Padrón, Eugenio Guerra Galván, son los más que recuerdo con el riesgo de no citar a alguno por los años que han pasado, me van a disculpar por mi falta de memoria. Con Eulogio hablé recientemente de estos tiempos pasados en Tinajo, donde ahora vive, en una comida entrañable con su mujer y con Pepa Pérez, mi mujer, y recordamos a un amigo catalán de la mili, Jordi Segura Ripoll, que era nuestro guía, cicerón, y hasta anfitrión, estudiante de Medicina y también de Historia en la Universidad de Barcelona. Evoco que lo primero que nos contaba Jordi caminando por las Ramblas era que fue construida, abierta, inaugurada, hacia la mitad del siglo XV “cuando los castellanos todavía no les habían conquistado a vosotros los canarios. En principio se llamó Riera Codonell, y más tarde Riera d´en Ponc. En las parte de arriba, en la Rambla de Canaletas, es en donde se celebran las grandes victorias del Barça”.

Las Ramblas tiene una extensión de un kilómetro doscientos metros, y forma parte de la Ciutat Vella. Hablar de Las Ramblas es hablar del corazón de Barcelona, y al inicio de la misma se le conoce como Rambla de Canaletas, en donde celebra sus triunfos el Barça, y en donde años más tarde vi celebrar por un buen gentío un triunfo azulgrana sobre la Unión Deportiva, con gran disgusto por mi parte. Menos mal que en la temporada 1968-69, en la del subcampeonato amarillo, se le ganó al Barça 1-2 en el Camp Nou, y con Nanino Díaz Cutillas, Luis García Jiménez, y algún otro periodista y aficionados canarios que fueron al partido, lo celebramos en Canaletas.

Volviendo al paseo inaugural de mi conocimiento de Las Ramblas, lo que recuerdo que me impresionó fue el Mercado de la Boquería, de nombre oficialmente Mercat de Sant Josep, espectacular por todo tipo de productos que alberga, y porque tiene además unos pequeños bares con barras atestadas de pinchos que son una verdadera exhibición micro gastronómica. Allí tomamos nuestras primeras tapas barcelonesas con mucha dificultad, porque las barras estaban ocupadas de tres filas en fondo. Pero con Jordi Segura todo parecía más fácil. Como nuestro guía era y es católico nos llevó a visitar varias iglesias antiquísimas, todas de una belleza sin igual.

Por la parte izquierda está la Iglesia de Santa Ana, que inició su construcción nada menos que en el siglo XII, como si fuera ayer, en plena época románica. En la capilla de la izquierda del ábside se puede ver un grupo de estatuas que representan el Santo Enterramiento, y dice la tradición que ante estas estatuas se ganan las mismas indulgencias que en el Santo Sepulcro de Jerusalén. Con la defensa de los curas catalanes del referéndum ahora Mariano Rajoy debe estar preocupado, pero que dice “que me quiten lo bailao en La Moncloa”, y sigue leyendo el Marca fumándose un puro. No sé porque me he venido al siglo XXI si estaba tan a gusto recordando el siglo XX hace medio siglo.

Un poco más abajo nos encontramos con la Rambla de los Estudios, denominada así porque en ella se instalaron los primeros edificios de la Universidad de Barcelona, y otra rambla muy atractiva es la de los ocells (pájaros), por la cantidad de aves que anidan en las ramas de los árboles, y que ahora esta zona se ha reconvertido en puestos de helados, cocas, y otros productos catalanes. Uno de los teatros populares más conocidos por los jóvenes barceloneses es el Poliorama, en cuya fachada hay un reloj que marca la hora desde 1891, y de bruce nos tropezamos con la Iglesia de Belén, esquina a la calle del Carmen, un antiguo convento de los jesuitas con el que entramos también con nuestro amigo Jordi, faltaría más. Un poco más abajo nos encontramos con la Rambla de las Flores, que no hace falta explicar su nombre, flores, plantas, semillas, y en donde los puesteros en estos días regalan claveles, rosas, a los estudiantes y pueblo en general para que se los ofrezcan a policías y guardia civiles. Y caminando hacia el mar de repente surge el Teatro Liceo, majestuoso, cultural, espectacular, que se incendió en 1994, y ha sido reconstruido de forma espléndida, y en donde se dan grandes temporadas de teatro, de ópera, danza y otras artes escénicas.

De repente surge el puerto de Barcelona, no sin antes vislumbrar la estatua de Cristóbal Colón, y por la Barceloneta comimos en el restaurante Can Solé, fundado en 1906, bastante caro según recuerdo ver la carta, pero la familia de Jordi eran clientes habituales y nos hicieron un precio de amigos, y desde el restaurante llamó a sus padres que vivían por entonces cerca de la Iglesia de la Sagrada Familia para decirles que llegaba por la tarde a su casa. Al Can Solé he vuelto en varias ocasiones y mantiene su gran calidad gastronómica. Después de la comida nos acercamos Rambla hacia arriba al barrio Gótico, el ancestro de Barcelona, y allí pudimos contemplar diversos edificios antiquísimos, la Catedral, la Iglesia del Pí, la Pla de la Seu, la Plaza del Rei, que fue sede de los Condes de Barcelona antes que existiera España y no hubiesen nacido los Reyes Católicos, y tomamos café en la Plaza de San Jaume.

Cansados de la gran caminata fuimos a ver por la tarde la Sagrada Familia, antes de ir a casa de Jordi a tomar otro café. Una aproximación a la Ciudad Condal que seguro se me queda algo en el tintero, o en el teclado del ordenador, pero ruego disculpen porque esto fue hace muchos años. En la próxima entrega les relataré mi primera visita profesional como periodista y en esa ocasión fui un poco cicerone de mis compañeros de profesión, incluido mi gran amigo Nanino Díaz Cutilllas. Por de pronto la tensión sigue creciendo y ahora el asunto/trasunto se centra en las discrepancias de los mossos con policía y guardia civiles, y en algunas cosas más que se están volviendo preocupantes.

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