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Conmemoración del nacimiento de Galdós

Teo Mesa

El día 10 de mayo de 1843 veía la primera luz de la vida, allende el útero materno, en la calle Cano de nuestra ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, el universal novelista Galdós (‘En España hay una novela: El Quijote; y un novelista: Galdós’, decía Dámaso Alonso). Por lo que se cumple el 172 cumpleaños de la natalidad del gran dramaturgo canario. Al bebé pusieron por nombre en la pila bautismal Benito María de los Dolores Pérez Galdós. Mecido en sus primeros sueños en una cuna de madera de sencilla decoración, que aún se conserva en la Casa-Museo.

Su hogar (hoy Museo Pérez-Galdós), lindaba a escasos cien metros del litoral marino en aquel entonces. El silencio de la ciudad de aquella época era roto por los vaivenes de las aguas de la marea. En ese sigilo era arrullado en sus párvulos sueños, por las nanas de las resonancias del rodar de los callaos de la orilla y los bramidos de las olas, humedecido el aire por la brisa atlántica y aromatizado con los olores a marisco, cebas y las salinas aguas marinas.

Galdós desde que la naturaleza le primó de raciocinio quedó anegado en su sentir por el océano Atlántico, su primer mar. Fenómeno con el que convivió hasta los veinte años, en que partió para Madrid a estudiar Derecho, por imposición paterna (que nunca acabó, porque manifestaba, que siempre tuvo emotiva predilección por la escritura creativa, el dibujo y la música).

Su otro mar de adopción fue el Cantábrico, donde vivió largas temporadas veraniegas durante muchos años. Y en ese reencuentro con el mar, se construyó una mansión —en la que hizo algunos diseños— junto a la playa de La Magdalena, en la ciudad de Santander. Vivienda a la que llamó San Quintín (porque en ella escribió su primera novela con esa denominación).

Esa devoción por la mar desde sus principios literarios, lo fundamentó en: sus mareantes, los términos marineros, la navegación y el habla vulgar de los hombres de la marinería, constituyeron una de sus más fervientes y afables musas en las que Galdós encontró sus preferidos argumentos novelísticos.

La cultura marinera que rodeó toda su niñez y juventud en la persona del literato -aún en ciernes-, le quedó marcada durante toda su existencia. Y ésta la asumió con evocador afecto. Nunca fue indiferente al mar y a todo lo que con esta masa y costumbres se vincula. Los veinte años de su existencia vividos en Canarias, fueron los más importantes para significar su formación, modelar el carácter y definir las preferencias de su ser creador. Cuando se madrileñizó, más que en la persona, lo sería solo en su obra. Su gran pérdida fue el Atlántico.

Ya durante su bachiller en el colegio San Agustín, manifestó su apego por el mar: que vivió, olió y contempló —con el absorto que le singularizo—, y disfrutó de las orillas, de las olas y del ambiente pesquero en su villa natal. En una de las primerizas conjunciones literarias de estudiante es el mar quien le inspira con La Emilianada. La EmilianadaPoema satírico en el que encarna el mar.

Por esa misma época, el mar lo tiene presente en sus críticas a la nueva construcción del teatro de la ciudad laspalmeña, que sustituiría al avejentado y ya pequeño coliseo Cairasco. Realiza todo un dispendio de dibujos en su joven imaginación, sobre un álbum de satíricos gráficos marinos: Gran Teatro de la Pescadería, dedicado al disparatado lugar del teatro nuevo, en el que hace un parangón de las interpretaciones teatrales con sarcásticas referencias marinas de todo tipo, que provocan la sonrisa y la ridiculez.

Con ellos manifestaba su descuerdo y trataba simplemente de burlarse por la incongruente construcción del nuevo teatro, junto a las orillas del barranco Guiniguada y del océano. Y además, ser aquella zona, un estercolero de la pescadería del mercado municipal. Coliseo que inicialmente se llamaría Tirso de Molina. Quien le iba a decir al joven Benito, que en 1901, el nuevo teatro, en honor de su grandeza novelística y teatral llevaría su ilustre nombre de Teatro Pérez Galdós, por el acuerdo del consistorio capitalino a su afecto conciudadano.

Ese apego por lo marino, no solo lo fue en la literatura novelada, lo sería también y mucho, en la plasmación de los dibujos de los tantos que realizó durante toda su vida, tomados del natural in situ, o memorísticamente —la memoria del maestro era prodigiosa—.

Como los volúmenes de apuntes de dibujos de mares, veleros y vapores del mar Cantábrico y la navegación, que dibujó junto a su casa San Quintín. La vocacional pasión la mantuvo siempre latente y afición por la representación plástica del dibujo la mantuvo durante toda su vida, hasta que sus energías, y sobre todo la ceguera, a partir de 1911, le fueron restando esa complacencia personal.

Manejó como muy pocos, incluso más que los propios marinos y lobos de mar, la terminología náutica y dichos populares de la marinería. Hecho aprendido por su interés en la mar y la navegación. Inclusive, se jactaba en decir que conocía la lexicografía marina en abundancia. Insólito en su modestia y humildad manifestadas en su naturaleza, a la que jamás la fama hizo meya en su vanidad personalidad, que en decir del escultor Victorio Macho: ¡Cómo puede ser tan humilde y sencillo, siendo tan afamado¡.

En sus novelas, en el primer volumen Trafalgar (1873), de la serie de los Episodios Nacionales, transcribe un ingente léxico y aprende la jerga común de los tripulantes, que es transmitida en los diálogos por sus personajes. Además de los vocablos de todos los componentes propios de los veleros y sus armamentos navales. Asimismo su novela La vuelta al mundo en la Numancia (1906), la trama se desarrolla casi toda en el mar y en uso de vocabulario marinero.

La profesión del arte y de artistas, la llevó a sus novelas en variadas ocasiones, estando alguno de sus personajes relacionado con el arte de la pintura. Los primeros Episodios Nacionales fueron ilustrados con sus propios dibujos temáticos. Don Benito no quiso hacer profesión de su arte pictórico, porque tenía unas condiciones innatas excepcionales para las artes plásticas.

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