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Espacio de opinión de Canarias Ahora

Cierto que somos un país bastante rarito...

Carlos Castañosa

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Si las cosas que pasan aquí se dieran en otro lugar de nuestro entorno y las juzgásemos, o simplemente opináramos sobre ellas, concluiríamos con lo de “vaya pandilla de chalados… Estos están majaras perdidos…”. Es lo que puede pensar de nosotros cualquier observador exterior, ante hechos insólitos que nada tienen que ver con la lógica convivencial de una población que, para mayor inri, está amparada y controlada por una Constitución democrática.

Demasiada propensión a abanderar derechos en detrimento de los deberes que sustentan la viabilidad del sistema, mediante la aplicación de los principios articulados en nuestra Carta Magna. La adscripción del texto al contenido inalienable de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948), debiera ser suficiente para eludir interpretaciones interesadas y lecturas tendenciosas, que confunden a una opinión pública vulnerable a influencias emocionales cuando se intenta limitar la capacidad de razonamiento.

Pareciera que nos hemos habituado a episodios esperpénticos cuando algunos de nuestros compatriotas mancillan impunemente la dignidad del pueblo atacando a sus símbolos so pretextos ideológicos, con ínfulas fundamentalistas, como si el derecho a la libertad de expresión no tuviera límite para el radicalismo. El art. 20 define sin ambages hasta donde alcanza uno porque empieza otro. El derecho al honor y la defensa de la dignidad de las personas constituyen  la barrera que limita el abuso de expresión y los excesos conductuales.

El respeto a ideologías ajenas implica que la propia también deba ser respetada. Y viceversa. Puede discreparse con razonamiento sin descalificaciones; argumentando sin insultar, con firmeza y cortesía, con educación y solidez… Pero cuando falla el contenido de la razón se suele recurrir al agravio verbal… Entonces se pierde una parte de la razón porque los exabruptos causan rechazo en el receptor del mensaje, quien debe darla. Las buenas formas son la mejor arma dialéctica para expandir ideas y emitir mensajes positivos.

Estas reflexiones vienen a colación de algún episodio puntual que ha reventado las redes sociales, sobre la representación española de una pareja joven que, por sus manifestaciones, no parecen personas adecuadas para abanderar el nombre de España en Eurovisión. En cualquier país normal, el insulto o menosprecio hacia el pueblo representado sería motivo de rectificación inmediata por razones obvias. Ni siquiera puede considerarse como una cuestión de marketing, por tantos años que llevamos haciendo el ridículo en este certamen, como un golpe de efecto que pudiera hacer de revulsivo; ajeno por supuesto a la calidad artística que nada tendría que ver con las declaraciones soeces y jaleadas en su petit comité. El rechazo colectivo de una sociedad que se siente ofendida por tal contrasentido verborreico es el único resultado aparente de una promoción artística mal encarrilada. El puesto que se obtenga es secundario, a pesar de que algunos países voten a favor con escarnio por un despropósito que en el suyo no se daría jamás.

Debe ser triste y frustrante no querer ser lo que se es por razones ajenas a la propia voluntad; sea por lugar de nacimiento, adoctrinamiento, resentimientos históricos o por desubicación geográfica, sobre lo que no se tiene potestad ni capacidad pacífica de rectificación. La virulencia reivindicativa no conduce a ninguna viabilidad; antes bien se incrementa la repulsa general hacia quienes recurren al activismo ilegal para instituirse como antisistema dentro de una sociedad civil regulada por normas democráticas y leyes de obligado cumplimiento. No sirve de nada confundir derechos humanos con intereses espurios, en nombre de una falsa democracia inventada, privada y acomodaticia.

Apelar al sentido del humor –el aderezo sabio de la inteligencia humana– tampoco es recurso válido cuando se intenta asimilarlo al derecho de manifestarse con libertad para escamotear la  sanción a una infracción expresiva; pues para invocarlo se requiere, no solo un mínimo de inteligencia, sino suficiente gracia y cierto salero para componerle el aliño adecuado… Lo que no siempre se cumple, pues suele surtir efecto exculpatorio por mor de interpretaciones interesadas o tendenciosas.

Sufrimos un país que vilipendia frívolamente su propia Historia, en lugar de enaltecerla y enorgullecerse de ella como hacen todos los pueblos normales. Aquí se tiende a sacar de su contexto histórico y cronológico gestas heroicas y gloriosas victorias, conquistas épicas y triunfos memorables, grandes personajes a los que se juzga con  conceptos actuales… todo ello desde la perspectiva poco ilustrada de quienes desean dejar de ser lo que son.

Los que tenemos la fortuna de ser españoles y sentir el orgullo de serlo, debemos preocuparnos de buscar soluciones, por motivos humanitarios, para quienes se autoimponen una situación marginal apartada de un Estado de derecho. No consiste en poner la otra mejilla ni dejarnos avasallar por fanatismos patógenos, ni es potestativo del pueblo llano resolver tan grave conflicto; pero debemos exigir a nuestros representantes públicos que no supediten los derechos civiles a sus intereses políticos y actúen en consecuencia, con dignidad y con sentimientos humanitarios… Todos: Los legalmente instituidos y los disidentes al margen de la Ley.

La cita atribuida a Bismark, convertida en tópico señero: “Estoy firmemente convencido de que España es el país más fuerte del mundo. Lleva siglos queriendo destruirse a sí misma y todavía no lo ha conseguido”, tiene validez y actualidad suficiente para desear que no sigamos así.

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