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Clara Campoamor vs Álvarez de Toledo

Clara Campoamor vs Álvarez de Toledo

Francisco Javier León Álvarez

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Las mujeres han jugado un papel destacado en la reciente historia política de España, no solo porque han contribuido con sus ideas y decisiones al desarrollo de la sociedad, sino porque han tenido que luchar contra el propio sistema, caracterizado por ser patriarcal y discriminatorio.

Clara Campoamor, Victoria Kent y Margarita Nelken fueron las tres primeras diputadas de la historia de este país, elegidas en 1931 en la naciente Segunda República. Ellas representaron la ruptura de las cadenas que obligaban a las mujeres a vivir bajo las decisiones de los hombres, logrando ese hito de ocupar un escaño en el Congreso de los Diputados, independientemente del partido al que perteneciesen, lo que supuso un nuevo paso hacia la igualdad entre géneros.

Pero no nos equivoquemos: ese hecho fue el principio de un camino aún muy largo porque los desequilibrios siguen existiendo entre mujeres y hombres. De hecho, tras el cerrojo de la Dictadura y los vaivenes de la Transición, muchas diputadas han aprovechado en los últimos años la oportunidad que les brinda su escaño para denunciar públicamente algo que es evidente: los problemas diarios que sufren las mujeres en los contextos sociales y laborales y que sus conquistas son las de millones que han estado sometidas al analfabetismo, el machismo, las brechas salariales, la discriminación en empleos y cargos públicos y una larga lista de aspectos negativos.

No obstante, hay que reconocer que determinadas de esas diputadas, que forman parte actualmente del Congreso, no solo se caracterizan por la ausencia de fondo en sus discursos políticos y sus argumentos, sino que creen que están investidas con la autoridad moral y social suficientes para desacreditar a otros diputados, a base de recurrir al descrédito y los ataques personales, que solo tienen como fin mostrar su aberrante odio hacia la oposición.

Sin duda alguna, el mejor ejemplo de esa actuación es el de Cayetana Álvarez de Toledo. Ni una sola vez ha utilizado la oportunidad que le brinda su escaño para incidir en cuestiones relacionadas con mejoras y cambios para favorecer a las mujeres en esa lucha histórica dentro de la desigualdad. No lo ha hecho ni lo hará porque ese no es su fin. Por el contrario, luciendo su acostumbrado cinismo, recurre continuamente a las mismas ideas maniqueas, propias de la derecha: manipulación informativa; política del miedo, para incidir en la voluntad del ciudadano; necesidad de imponer el orden a través de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado; e insistencia continua de que hay que evitar el comunismo y los Gobiernos comunistas en España, dentro de la misma línea de la política franquista, o se producirá la destrucción y el expolio nacional.

Álvarez de Toledo es un disco rayado, atrincherada en la atalaya de su soberbia. Además, se cree con el derecho a ejercer de tirana dentro de una democracia, creyendo que ella y su partido están por encima del propio ciudadano porque solo existe su verdad.

Se trata de una diputada sin argumentos con los que rebatir a la oposición y esto demuestra cuál es su capacidad de respuesta al ocupar un cargo de la importancia como el suyo. ¿Cómo va a entender una política como ella de luchas y conquistas sociales por las mujeres cuando proviene de una familia de oligarcas de Argentina, dueña de extensas tierras, sobre las que ha basado su poder sobre el campesinado? ¿Cómo va a comprender los obstáculos laborales que se encuentran cada día millones de españolas cuando continúa con la misma actitud de Mariano Rajoy, basada en invisibilizar la lucha de las camareras de piso, que demandan mejoras salariales y una equiparación con los hombres en los mismos puestos? ¿Cómo, si hasta critica las huelgas feministas, con lo cual niega que las mujeres sufren todo tipo de discriminaciones laborales, algo que, por otro lado, es comprensible, ya que al proceder de la oligarquía, defenderá sus intereses de clase social?

Por eso, si comparamos sus intervenciones en el Congreso con las de alguna de esas tres diputadas de la Segunda República, llegaremos a la conclusión de que las mujeres de esta sociedad no tienen nada que ganar con Álvarez de Toledo porque el neoliberalismo que representa es la garantía de la privatización sectorial y el libre despido, todo al servicio siempre del capital y, por tanto, de quienes detenten la riqueza. Además, no tiene un análisis constructivo en su discurso, sino que utiliza su inquina hacia todo lo que hace y representa la izquierda política para desarrollar intervenciones destructivas hacia ella, pero sin definir alternativas claras ni menos aún beneficios colectivos.

En este caso, Clara Campoamor aprovechó la oportunidad excepcional que le brindó su escaño durante la Segunda República para exponer los motivos que justificaban que las mujeres podían y debían votar libremente, revolucionando el marco político y social del momento, así como el religioso, pues supuso una bofetada a la Iglesia, siempre atenta para que aquellas no perdiesen su condición de sumisión hacia los hombres.

Sus argumentos de peso no le frenaron para enfrentarse a los partidos de derechas ni a políticos de izquierdas que también la cuestionaban, incluidas las propias Victoria Kent y Margarita Nelken. Las mujeres siempre habían estado capacitadas para tomar decisiones por sí mismas. Si se rompía esa barrera, esa negación histórica, con fuertes componentes religiosos de por medio, se introducirían más cambios hasta alcanzar una sociedad igualitaria, gracias a las propuestas y luchas femeninas.

No hay punto de comparación entre estas dos personas antagónicas, tanto en sus planteamientos como en la forma de hacer política, pero sí son el reflejo de que cada momento histórico necesita verdaderamente de mujeres que hagan de la política un instrumento real de transformación social y no elevarla a un nivel de estancamiento que, incluso, deje a las propias mujeres vendidas a su suerte.

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