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Espacio de opinión de Canarias Ahora

Si no es por Colón, hágalo por César, señor presidente

Francisco Moreno

Las Palmas de Gran Canaria —

Hace ya 22 años que César Manrique nos dejó. Pero su voz ha retumbando estos días como si el pasado hubiese venido al presente. Se nos ha presentado nuevamente, como esos espectros que se aparecen cada vez que se producen las mismas circunstancias que les hicieron sufrir en vida. Es una voz del pasado, pero sus palabras suenan como si acabaran de ser pronunciadas. Aunque fuera por procurarle un verdadero descanso eterno, o aunque sólo sea por nuestro propio porvenir, Canarias sería un lugar más placentero si él no tuviera que hablarnos de vez en cuando porque ya todos hablamos por él.

Pero obviamente, y 22 años después de la desaparición de aquel hombre único, visionario y precursor de eso que en la economía digital y del cambio climático del Siglo XXI, se llama Desarrollo Sostenible, por aquí andamos emulando a los cangrejos ciegos que él mismo hiciera famosos. Tan para atrás, que, de repente, algunos siguen comportándose en el presente como si aún estuviéramos en su pasado, cuando César decía lo que ahora vuelve a decir en ese video que ya han visto en internet muchos miles de canarios.

Supongo que a usted, querido Presidente de Canarias, la voz de César Manrique nunca le podrá resultar indiferente. Es otra de las personas que también comprendió Canarias como usted dice entenderla. Él se elevó sobre su propio peñasco para ser reconocido, respetado y admirado como canario de las siete islas. Él las entendía y las sentía de manera conjunta, y cada uno de los canarios lo sentían a él como uno de los suyos. Denunció dislates aquí y allá, y a todos nos marcó un camino. Él no era político, era simplemente artista, pero usted sabe que no necesitaba votos para contar con una legión de seguidores.

Me gustaría que pensara en él, porque tal vez su olvido sea el que nos hace caminar hacia atrás, que volvamos a hablar de destrucción absurda en lugar de construcción razonable. Probablemente imbuidos por aquel espíritu que César Manrique supo extender por todas las conciencias de este Archipiélago, en 1989 vimos caer el Hotel Dunas, y todos nos juramentamos entonces, de alguna manera tácita, que aquel entorno que constituyen las Dunas, la Charca y el Palmeral, no aumentaría nunca más su ya de por sí dolorida, por sobrepasada, capacidad de carga. Hicimos la promesa entonces para que aquel paraje nunca más sufriera nuevas agresiones.

Veinticinco años después de aquel derribo que teóricamente iba a marcar un antes y un después, de lo que hoy estamos volviendo a hablar, querido Presidente, es de incrementar en un 40% el número de habitaciones que se asientan en ese Palmeral en el que nunca debió colocarse ni una sola. Hoy hay poco más de 300 habitaciones, muchas de ellas conseguidas de manera ilegal como testifica una sentencia del Tribunal Supremo. Por si eran pocas, ahora se proponen construir unas 150 más. Y ya nos han dicho que no nos alteremos con este incremento, que no ponen problema en cambiar la perspectiva: si no las queremos a lo alto, las pueden hacer a lo ancho. Nos plantean una sencilla elección: o nos ponen una muralla para que no podamos verlas, o nos cortan algunas de ellas para poner camas donde había palmeras. Sea a lo alto o a lo ancho, ya nos han dejado claro a todos, y supongo que a usted de forma aún más explícita, que no renuncian a una sola de las 450 que dicen, contra toda evidencia, corresponderles. Lo que no dicen es que tal número de habitaciones es el resultado de apropiarse y sumar como propio lo que el Tribunal Supremo dijo que era suelo público, o dicho de otro modo, de cada uno de los que hayan llegado hasta esta línea de la lectura.

A este disparate se han opuesto muchos miles de canarios, pero algunos se empeñan en convertir en sospechosos a los que piden calidad y respeto ambiental después de predicar con el ejemplo. César ya había muerto, y el siglo XXI ya había nacido, cuando en el páramo desértico de Meloneras, surgió un nuevo destino que alteró sutilmente algunos conceptos anteriores: si antes se hacían hoteles en los palmerales, ahora se hacían palmerales en los nuevos hoteles. Tal y como Manrique hiciera con los Jardines del Meliá Salinas de Lanzarote, que por cierto están declarados BIC sin que nadie discutiera una sola coma al expediente que en su día impulsó el Cabildo de esa isla, la naturaleza exuberante en forma de grandes jardines y lagos y la volumetría arquitectónica repartida de forma armónica han dado lugar en Meloneras a un entorno difícilmente discutible desde el punto de la calidad y la exigencia mil veces reclamada.

Pero eso parece dar igual en esta tierra, tan acostumbrados como estamos a confundirnos con las intenciones. Tal vez sea por eso, pero es al promotor de esa fórmula al que hoy muchos le recriminan que también coincida con todos los que no desean volver al pasado, con esa vuelta atrás que quiere levantarse precisamente en medio del lugar más sensible para tener la mayor de las sensibilidades. Si, como dice el refrán, obras son amores, y no buenas razones, y en este caso, humilde y sinceramente creo que las palabras van acompañadas de hechos, que esa voz forme parte del coro no debería resultarnos tan sospechoso. Sobre todo, si lo que pide a su competencia es que lo sea de verdad y apueste por la excelencia en un paraje que destaca precisamente por ser uno de los de mayor calidad turística natural de todo el Archipiélago. Algunos podrán pensar que no es alentando a la competencia a superarse como mejor se defiende el negocio propio. Los miopes podrán pensar que cuanto peor sea lo que haya en el Palmeral, mejor le irá a los hoteles que se asientan alrededor, que los 45 millones de inversión previstos para el nuevo Oasis poco pueden hacer frente a los 120 millones que costó el hotel que tiene frente a sí, si cruza la Avenida de Colón. Pero si se tiene altura de miras y amor por la tierra, todos convendremos en que una buena competencia obliga a la mejora de todos los competidores. Usted, señor Presidente, en circunstancias parecidas, pero muy alejadas del Palmeral, suele referirse a esas cosas de la calidad, la sostenibilidad y el compromiso con las próximas generaciones.

Olvídese por un momento de los técnicos y piense en sus propias motivaciones, en las razones que le llevaron a meterse en eso tan denostado hoy que se llama política. Rebusque en sus discursos y encuentre el momento en el que le importaban más las buenas causas que las amenazadoras consecuencias, esas que siempre pueden desactivarse si se cuenta con la voluntad necesaria. Si aún quiere mantener ese espíritu transformador, el de alguien que quiere mejorar el futuro de su tierra, mire a su mesa y contemple ese expediente que quiere declarar Bien de Interés Cultural el lugar que otros, bastante irresponsables, han sentenciado con un proyecto que tira por tierra muchos de los avances ya alcanzados en materia de construcción turística y sensibilización medioambiental. De usted depende que sea efectiva la demanda de toda una isla para que ese lugar quede protegido de tan funestas intenciones, que esa licencia sólo tale el árbol del papel en la que fue escrita.

Es usted, y su Gobierno, el que ahora tiene la última palabra, y de su decisión dependerá lo que verán en el futuro los niños y niñas canarias que vengan a nacer en medio de esta discusión. Si no da vía libre a ese BIC, estará apostando de facto por un anticuado modelo de masificación y vulgarización turística en uno de los parajes más emblemáticos y singulares del Archipiélago. Si se siente canario de las siete islas, ese palmeral le tiene que doler tanto como colocar un mamotreto en pleno Parque de Las Cañadas. Usted no puede permitir eso en ninguno de los lugares sagrados de Canarias.

No voy a negar que le hemos oído hablar mucho de modernización turística y de mejorar la calidad de nuestra oferta hotelera. Lo ha dicho muchas veces, pero es lamentable que le hayan hecho tan poco caso. Mire que hay fealdad en esos sures para dañar a la vista. Esos apartamentos blancos que se encaraman por los barrancos que parecen nichos de cementerio. Supongo que lamentará no haber visto caer ni uno sólo a pesar de sus empeños. Si lo piensa un poco, no dejará de resultarle paradójico que, con tanta chatarra turística como hay, lo único que se vaya a derribar bajo su actual mandato sea un edificio que, hasta la Fundación que heredó el espíritu de César Manrique, ha pedido que no sea víctima de la piqueta avariciosa. Recordará que fue en abril del pasado año cuando la Fundación César Manrique expresó su apoyo a cuantas medidas se arbitren para su protección por parte de las administraciones competentes en la conservación y defensa del Patrimonio Cultural de Canarias.

No nos enredemos pues con Colón. No creo que usted pueda dudar de su paso por esa zona. Es probable, sin embargo, que no le parezca razón suficiente para evitar la piqueta. Pero si no le vale el almirante, acuérdese de César Manrique. Reitere el compromiso de todos con el legado de aquel genial canario y proteja y preserve para el futuro ese lugar. Si a él nunca le olvidaremos, seguro que tampoco vamos a olvidarnos de lo que usted, y su Gobierno, puede hacer con un lugar tan único que lleva por nombre la palabra Oasis.

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