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Convulsión en el “mundo” periodístico

Carlos Castañosa

Se han incendiado las ondas y saltado por el aire los principios deontológicos preconizados por la “Federación de Asociaciones de Periodistas de España”.

Todo por el libro “El Director” publicado por David Jiménez, en el que denuncia, con algunas reservas, presuntas tramas corruptas de compra-venta de algunos profesionales de la comunicación en favor de intereses políticos que, con dinero público, supuestamente han sobornado en el pasado a prestigiosos periodistas para que publicasen loas y alabanzas interesadas, evitar críticas para promoción personal de determinados personajes públicos, ocultando la verdad, mintiendo a la opinión cívica, en flagrante atentado contra el art. 20 de la CE sobre el incuestionable derecho a la veracidad.

El bombazo ha sido de órdago a la grande en manos del cáustico e ínclito presentador televisivo Risto Mejide quien, a lo largo de la última semana, se ha despachado a gusto en su nuevo programa vespertino “Todo Es Mentira”, con el autor en primer plano y alguno de los señalados, por aquello de contrastar opiniones, intentando rebatir acusaciones sin lograrlo del todo.

El periodista David Jiménez, derivado a escritor, fue director de “El Mundo” (de abril de 2015 a mayo de 2016), tras una brillante trayectoria profesional como corresponsal de dicho diario en Asia. Cubrió durante 10 años la guerra de Afganistán y como corresponsal fue enviado especial a los países más conflictivos de Oriente. Informó de las revueltas en Birmania, Filipinas o el Tíbet (por la que China le prohibió la entrada). También actuó desde la clandestinidad en acontecimientos importantes en Corea del Norte. Narró desde Pyongyang el ascenso al poder de Kim Jong-un. Fue también enviado especial a los tsunamis del Índico (2004) y Pacífico (2011). Fue el único reportero occidental que permaneció en Fukushima durante la posterior crisis nuclear.

Es decir, un periodista guerrero, o “guerrillero”, bragado en mil batallas que no tiene pinta de arrugarse ante amenazas de querellas por presunta difamación con demasiados visos de verosimilitud. Pues no nos engañemos. No debemos confundir la realidad con nuestros deseos de cómo deberían ser las cosas. Y cuando las cosas no son lo que deben, no podemos cerrar los ojos, y hemos de dar gracias a quienes se la juegan para abrírnoslos ante secretos a voces.

Esto pasa, ha pasado siempre y, por desgracia, seguirá pasando. De nada sirve un código deontológico como doctrina intachable si falla el factor humano, sus debilidades, imperfecciones y la inevitable condición de oveja negra en todos los colectivos humanos. Pues ningún grupo escapa a la lacra puntual y minoritaria de gente nociva en el ejercicio de cualquier profesión que mancilla el ideario vocacional dictado desde la excelencia y con buena fe.

A falta de un Colegio Profesional Oficial de Periodismo en España, están constituidos nueve Colegios en el ámbito menor de las Autonomías y hay tres en trámites de inclusión, entre las que se supone está Canarias, pues el Presidente Fernando Clavijo recibió en mayo de 2018, de manos de una comisión promotora, la solicitud de tramitación parlamentaria del correspondiente proyecto de Ley que regulase esta entidad. Al cabo de un año parece que no se ha movido nada al respecto.

Cuando están constituidos varios Colegios de la misma profesión de ámbito inferior al nacional, existe un Consejo General de los ya existentes, bajo la tutela de la FAPE; que custodia y salvaguarda los principios deontológicos afectos al ejercicio profesional del Periodismo, con la base del componente vocacional reflejado en sus estatutos.

En Canarias estamos muy necesitados de la protección moral que brindaría un Colegio Oficial, por estas circunstancias nocivas que ha soltado David Jiménez tras abrir el portón de los sustos. Aquí necesitamos control y voz ante desvíos distorsionados de la comunicación en manos de emisores de medio pelo que, para colmo, alardean en las ondas de “que si tal empresa nos paga, dejaremos de criticarla; del mismo modo que a tal político lo ponemos por las nubes gracias al dinero público que nos aporta para nuestra supervivencia” (cortes disponibles para caso de prueba).

Quienes han vivido de cerca la vergüenza ajena de tener que abandonar como colaboradores desinteresados y gratuitos, medios de comunicación escritos o audiovisuales, a causa los límites impuestos a su libertad de información, por compromisos económicos con “patrocinadores” públicos, reconocen como ciudadanos de a pie el valor y categoría de un gran periodista como David Jiménez.

Mi admiración y respeto por el Periodismo de vocación, y por tantos ejemplos de periodistas genuinos, la gran mayoría, que ni se alquilan ni se venden.

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