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Crisis, miedo y ultraderecha

Antonio Morales / Antonio Morales

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La determinación de Sarkozy de expulsar semanas atrás a los gitanos de Francia, utilizando el fantasma de la inseguridad para ganar posiciones electoralistas y trasladar a la sociedad la existencia de unos culpables de la crisis, ante su incapacidad para proponer alternativas, no es un hecho aislado producto de un calentamiento incontrolado. Por esas mismas fechas la Liga Norte italiana se apuntó al despropósito y anunció actuaciones parecidas sobre este colectivo. También a principios de septiembre Thilo Sarrazin, socialdemócrata alemán, miembro del Consejo de Gobierno del Bundesbank, lanzó al mercado un libro (Alemania se suprime) donde insistía en la diferenciación de los genes de los judíos y en el peligro de la desaparición de los alemanes ante las altas tasas de natalidad de los musulmanes residentes en ese país. En este caso un 18% de la ciudadanía alemana afirmó en una encuesta que le votaría si se presentara a una elecciones. Igualmente, un sondeo del CIS (Actitud hacia la inmigración) nos decía que un 18,3% de españoles creía que un grupo político de ideología racista o xenófoba tendría mucha o bastante aceptación en España.

Esta cadena de hechos racistas y xenófobos coincidentes no son fruto de la casualidad. Desde hace ya algunos años tanto el Consejo de Europa como la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas han venido anunciando como la xenofobia, el racismo, el antisemitismo y la islamofobia se iban adueñando de la Europa occidental. También el pasado 13 de septiembre la “cumbre de Oslo” advertía de las enormes tensiones sociales que está propiciando el desempleo.

Y, efectivamente, los hechos les dan la razón. Cada vez más el mapa político europeo aparece ocupado por organizaciones de extrema derecha que, en muchos casos, condicionan la gobernabilidad de su país. Es lo que ha sucedido recientemente en Suecia, donde el partido antiinmigración Demócratas de Suecia ha entrado en el Parlamento con veinte diputados, contribuyendo al declive de la socialdemocracia y al afianzamiento de opciones como las del hitleriano Partido de los Suecos. Mientras en Francia Sarkozy le gana espacio a Le Pen y su Frente Nacional con sus mismas prácticas, en Holanda, el Partido de la Libertad se ha convertido en bisagra; el British National Party (BNP) ha situado a dos diputados en el Parlamento europeo; en Grecia, Alarma Popular Ortodoxa cuenta con 15 diputados; el Partido del Pueblo Danés es clave para el gobierno de Dinamarca; el Partido del Progreso es el segundo partido de Noruega; la Liga Norte italiana gobierna tan a gusto con Berlusconi; en Hungría el partido Jobbik -que significa “más a la derecha”- es decisivo también en el arco parlamentario; el Partido de la Libertad de Austria ha conseguido captar más de una quinta parte de los votos del país y compartir gobierno con los conservadores; en Bélgica, Vlaams Belang ha alcanzado en algunos lugares hasta un 33% de los votos; en Alemania, con más de 150 grupos de extrema derecha, destacan los partidos Unión Popular Alemana, el Partido Nacional Democrático y el Partido Republicano, aunque sin apenas presencia institucional; ATAKA de Bulgaria, Orden y Libertad de Lituania y Wahre Finnen de Finlandia, son otros ejemplos a los que podríamos sumar organizaciones de Rusia, especialmente violentas, y de otros países donde empiezan a aparecer casos, como en España donde Plataforma por Cataluña, de Josep Anglada, alcanzó representación en cinco ayuntamientos catalanes. Claro que aquí el Partido Popular, sin ningún tipo de escrúpulos, juega a ocupar este papel a conveniencia como sucedió el pasado 17 de septiembre cuando la presidenta del PP catalán, Alicia Sánchez-Camacho se paseó con una diputada de Sarkozy alentando el rechazo a los gitanos en Badalona o como cuando puso el grito en el cielo porque el ministerio de Defensa cedió unas instalaciones militares en Girona para que los musulmanes de la zona lo utilizaran para sus rezos durante el Ramadán. A este fenómeno tampoco es ajeno EEUU, donde el Tea Party, el ala más radical de los conservadores, gana cada vez más posiciones.

Mientras, nos topamos con una Eurocámara y un Gobierno europeo que si bien planta cara en un principio a la expulsión de los gitanos por parte de Sarkozy, al final termina plegándose y aceptando esta política de hechos consumados, -no en vano está en manos de lo más genuino del neoliberalismo-, y, sobre todo y para mayor desgracia, nos encontramos con una socialdemocracia que adopta el papel de la derecha en materia económica, claudica ante los embates de los mercados para bombardear directamente a la línea de flotación del Estado del Bienestar, y cae en intención de votos en todos los lugares, ante el rechazo y la frustración de los obreros y las clases medias. Además, para más escarnio, Rodríguez Zapatero, sin ambages, se posicionó en defensa del presidente galo desde un primer momento legitimando una especie de limpieza étnica de arriesgadas consecuencias.

Como decía El Roto hace unos días: la xenofobia la trajeron los inmigrantes, antes no había. Desde luego frente a la tendencia muchas veces natural de mirar con cautela al diferente, es absolutamente inmoral utilizar este sentimiento para propiciar el miedo y la inseguridad y derivar las culpas y las incapacidades propias sobre los más débiles y desprotegidos. No podemos permanecer indiferentes a lo que está pasando. Lejos del debate electoralista irresponsable debemos propiciar un análisis sereno, comprometido, sobre la inmigración, la justicia social, la búsqueda de alternativas a los países empobrecidos. En cualquier caso, la inmigración es consecuencia del sistema, no la causa del problema. Lo que sucedió en esta misma Europa en la segunda mitad del siglo XX no se nos debería borrar de la memoria en estos momentos.

*Alcalde de Agüimes

Antonio Morales*

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