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Dimisión en diferido

Cristóbal D. Peñate

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Va a ser verdad que los canarios somos aplatanados y un poco demorados porque de lo contrario no se explica que hayamos tardado tanto en castigar la supuesta corrupción en las Islas. Han tenido que pasar tres citas con las urnas para que el electorado de Telde y Mogán castigara a sus alcaldes del PP imputados por los casos Faycan y Góndola. Es como el despido y la indemnización en diferido a Bárcenas narrada por la pizpireta Cospedal en la comparecencia más absurda y ridícula de su carrera política, que por cierto no pasa ahora por su mejor momento.

Mira que la gente por aquí está falta de reflejos. Llevamos tres días de resaca electoral y todavía Soria no ha presentado la dimisión como presidente regional del PP tras darse un batacazo estrepitoso en Canarias. El hombre, pusilánime, está escondido en Madrid, a 2.000 kilómetros de distancia, para no dar la cara como máximo responsable de un partido que está haciendo aguas por todos lados menos por uno. Su antecesor, José Miguel Bravo de Laguna, tuvo los arrestos y el valor de dimitir en 1999 durante la misma noche electoral de unos comicios autonómicos y locales, tras conocer los malos resultados del partido, que en cualquier caso fueron mucho mejores que los obtenidos por los populares este domingo. En el siglo pasado la bajada de diputados fue de 18 a 15. El domingo fue de 21 a 12.

A Soria no le vale decir que no fue candidato en estas elecciones porque estaba escondido en el búnker del Ministerio de Industria, por si el tsunami lo arrastraba. Él es el máximo responsable de su partido en las Islas desde aquella fatídica noche de 1999, que en todo caso no fue más desastrosa que la de este domingo. Igual dimite en diferido, como el trabalenguas de la deslenguada Cospedal, pero lo cierto es que ya está tardando en presentar su renuncia. El hombre, poco valeroso, se parapetó en sus candidatos y desapareció del Archipiélago. Colocó a sus subordinadas Australia Navarro y Mercedes Roldós, que ya antes había nombrado consejeras del Gobierno de Canarias, y se despidió a la francesa para refugiarse en las faldas de Rajoy.

El tiempo que lleva con él en Madrid ha servido para que se le contagie su cobardía, su inmovilismo y su “yo no fui, señorita”. Tenemos un presidente nacional que no da la talla y uno regional que lo imita servilmente. Y eso que los dos calzan un 44. Rajoy, que no sabe ni hablar y que sin duda ha sido el peor presidente de la democracia española, es rehén de sus propias palabras mal dichas. En el PP, para justificar el batacazo, afirman que tienen un problema de comunicación cuando en realidad lo que tienen es un gran problema de corrupción.

Casi es mejor que no comuniquen bien lo que hacen. Si lo hicieran correctamente seguro que perderían más votos aún.

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