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Dívar, un señor antiguo

José A. Alemán / José A. Alemán

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Es ética, la de Dívar, consecuente con la vieja mentalidad estamental española que generó una sociedad cuajada de privilegios de las castas dominantes, entre las que figuraban los equivalentes a la “cuarta autoridad del Estado”, como se autoproclama Dívar. No es extraño, por tanto, que el hombre se considere un privilegiado y pretenda ejercer de tal. Y no le cabe en la cabeza el lío en que está por hacer uso de prerrogativas de la que han disfrutado durante siglos sus iguales. Ni que armen tanto ruido por una “miseria” de dinero.

En aquella sociedad estamental, recuerden, no pagaban impuestos la nobleza ni el clero, las clases superiores en suma, por lo que equiparo la actitud de Dívar a las de las grandes fortunas que siguen hoy prácticamente sin pagarlos y han de ser las clases medias y asalariadas las que sostengan. De los ricos no paga ni Dios, como ya se ocupa de recordarnos la jerarquía de la Iglesia. No veo, pues, diferencia entre lo de Dívar y la abstinencia fiscal de las grandes fortunas: en los dos casos subyace la misma mentalidad de privilegios de clase forjada durante siglos de dominio de los poderosos. Lo que, mutatis mutandi, se refleja también en el proceder de la derechona que considera advenedizos a quienes la desplace del machito en un país que ha sido siempre de su propiedad; en la parte que no hayan registrado aún los obispos-notarios made in Aznar, claro.

Carlos Dívar no entiende lo que ocurre. No porque añore el pasado sino porque vive todavía en él. No ha salido de la campana de la campana de cristal. Es tan incapaz de ponerse en hora que atribuye sus tribulaciones a conjura para socavar el Poder Judicial; nada necesitado, por cierto, de que vengan de fuera a empujarlo. Su anuncio de que mañana hará una declaración “contundente” la han interpretado muchos como preaviso de dimisión. Sin embargo, el propio Dívar advirtió que no ha hablado de dimitir.

Es posible y deseable que alguien le aprecie y lo convenza de que debe irse, pero estoy seguro de que esa no fue su contundente primera intención. Los jueces eligen con cuidado los términos en que se expresan y “contundente” vale “convincente”, “tajante”, “decisivo”, “concluyente”, “terminante”, “persuasivo” y “creíble”, de modo que no acabo de adivinar por donde saldrá (si no lo “salen”). Solo espero que no argumente en su comunicado de mañana lo del orden natural establecido por Dios y el origen divino de un poder que a él le llega rebotado hasta el puesto cuatro; que alegue, en fin, la imposibilidad de dimitir de un cargo que ostenta; por designio de Dios, quién si no; aunque lo nombrara Zapatero.

Cualquier cosa puede esperarse de un personaje que al tomar posesión dejó claro que en el desempeño al frente del Supremo y del CGPJ prevalecerían sus convicciones religiosas. Ni Constitución, ni leyes votadas en el Parlamento, ni derechos ciudadanos de laicos, ateos y creyentes de otras religiones: Rouco Varela. Está visto que los Austria dejaron a España mejor atada y bien atada que el Caudillo.

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