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Eligio hace las maletas

Federico Utrera / Federico Utrera

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Razones personales y no políticas han motivado la marcha de Eligio Hernández. Se va con su esposa, que en su anterior periplo madrileño en la Fiscalía del Estado prefirió quedarse en Tenerife. El pasado 24 de julio cumplió 60 años y ya ve próximo el horizonte de la jubilación, al que desea acceder como magistrado y no como letrado. Tengo para mí que Eligio Hernández hubiera sido un magnífico alcalde de Telde, la segunda ciudad de Gran Canaria, y hubiera sido un competitivo rival (o aliado) en las urnas del actual y venturoso alcalde, Paco Santiago, pues en Telde ejerció de juez, ha estado empadronado y es muy conocido entre vecinos y ciudadanos, entre quienes goza de acreditada fama como hombre recto, honrado, leal y claro. Creo que a poco que alguien le hubiera garantizado una simultánea plaza de senador, diputado o parlamentario regional, Eligio no habría abandonado el noble arte de la política (en la que siempre ha ejercido como viajero de ida y vuelta), pero esa llamada nunca se produjo, ni nadie supo verlo, ni insistió en su posible condición de activo electoral, que tan buenos rendimientos le ha dado al PSC-PSOE con las figuras de Jerónimo Saavedra y Juan Fernando López Aguilar, hasta el punto que ha podido de esta forma resurgir de sus cenizas.Pero los arcanos de la política y de los aparatos son así y Eligio nunca ha sido un hombre ligado a las necesarias estructuras partidarias, que sin embargo a veces pecan de ombliguismo y cortedad de miras. Podría haber sido también un magnifico presidente del Cabildo de El Hierro, obteniendo así mediante el sufragio un cargo que siempre se le mostró esquivo a los socialistas... Son tantos los lugares y ocupaciones que Eligio podría haber desempeñado en Canarias que ahora será la Audiencia Nacional y con ella las altas magistraturas del Estado en Madrid las que se beneficiarán de la experiencia, la formación y la idoneidad de este servidor público que ha hecho del trabajo, el rigor y el esfuerzo casi un ideal de vida.No son estas líneas fruto del conocimiento y la relación desde hace tantos años, sino de un fortuito encuentro este verano, cuando regresaba del homenaje a una veterana y ejemplar socialista, doña Engracia Sosa, de 91 años, y a donde asistió con la discreción y espontaneidad que le caracteriza, en calidad de vicepresidente de la Fundación Juan Negrín. Eligio Hernández pudo cometer errores durante su gestión como gobernador civil. Quizás por demasiados prejuicios, suprimió la línea marítima con Marruecos que ahora tanto esfuerzo cuesta recuperar en la Unión Europea a causa del Tratado de Schengen, pues el trato comercial con los vecinos si no lo hace Canarias lo harán otros. Pero siempre antepuso los intereses generales a los suyos propios. Recuerdo una de mis visitas a su despacho en la madrileña Plaza de Rubén Darío, donde había convertido la Fiscalía General del Estado en un cenobio austero y eficaz, donde incluso dormía para poder madrugar más y trabajar mejor, para sorpresa de fiscales, bedeles y funcionarios. Quizás fue demasiado eficiente para este país, pues no tardó en ganarse la enemiga de poderosas fuerzas mediáticas que socavaron su estabilidad -que no su prestigio- en una de las campañas propagandísticas más duras, largas y pendencieras que se han visto desde que se reestrenó la democracia. Fui testigo de este acoso y derribo a Eligio Hernández, motejado con el sobrenombre de Pollo del Pinar con el que sus adversarios hicieron mofa, leña y fuego, desconociendo la nobleza y ejemplaridad de un deporte como la lucha canaria del que hasta los japoneses se admiran cuando visitan las Islas por su modernidad y fair play, tan lejano a los espectáculos de masas que embrutecen de verdad a los exaltados auditorios. El Pollo tenía allí su nido y mientras se le atizaba con denuestos, injurias, tachas y reparos, él sólo respondía con una sonrisa y un encogimiento de hombros. Estábamos en la primera mitad de los noventa, en los albores de los últimos Gobiernos de Felipe González, al que ya le tocaba pasar a la oposición. E intuyo que Eligio se llevó muchas patadas en el trasero en realidad dirigidas hacia la persona que lo nombró. Ha pasado más de una década y después de tantos desencantos y nuevos encantamientos, vuelve Eligio Hernández a la Villa y Corte, a frecuentar palacios, arrabales, togas y librerías, a pasear por la Castellana con escolta, a disfrutar de las alegrías y padecer los sinsabores de los madriles. Aquí será recibido esta vez en loor de perfumes y ambrosías, con el que los dioses alimentaban a sus guerreros más valerosos y arriesgados, y sin duda que buena falta hace para la persecución de los delitos mercantiles y hacendísticos de alta alcurnia. Y creo que allí, visto lo visto y aprendido lo aprendido, acabará su carrera judicial y política en los próximos diez años. Federico Utrera

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