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'Fair game'

Eduardo Serradilla Sanchis / Eduardo Serradilla Sanchis

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En ella se cuenta el caso de la agente de la CIA Valerie Plame Wilson, una operativa especializada en operaciones encubiertas y cuya identidad fue desvelada, en el año 2003, por Lewis Libby, jefe del gabinete del, entonces, vicepresidente Dick Cheney.

Libby, al igual que el resto de la administración del presidente George W. Bush, se encontraba inmerso en una carrera contra reloj para encontrar una justificación con la que invadir Iraq. En medio de ellos se encontraban los analistas, personas cuya misión era aportar la información necesaria para que la decisión final no se volviera contra quienes la hubieran tomado. Y, para lograrlo, la CIA no dudó en utilizar a todas aquellas personas que le pudieran ayudar a disipar las dudas sobre el programa nuclear iraquí y las tan manidas ?y socorridas- Armas de Destrucción Masivas (WMD).

Una de esas personas fue el marido de Valerie Plame, el ex-embajador y experto en temas relacionados con los países africanos, Joseph C. Wilson IV.

Wilson empezó su carrera profesional en el 1976 y, durante las dos siguientes décadas, trabajó en asuntos relacionados con la economía y el desarrollo de países como Níger, Togo, la República de Sudáfrica, Burundi, la República del Congo, Gabón y la República de Santo Tomé y Príncipe, siendo embajador de los Estados Unidos de América en los dos últimos países mencionados.

Además, Wilson fue el encargado de presentarle al dictador Saddam Hussein las condiciones de su retirada de Kuwait, acción que fue respondida por el entonces líder del país con una amenaza contra todos los occidentales que se encontraban destinados en Bagdad. La reacción de Wilson no solamente fue la de condenar las amenazas de Saddam Hussein, sino ordenar la evacuación de todo el personal de la embajada americana así como el de otras delegaciones extrajeras en la ciudad iraquí. Por aquella acción, el presidente George H. W Bush calificó a Joseph Wilson de “auténtico héroe americano”. Sus últimos destinos diplomáticos le llevaron a trabajar en la sede de la OTAN en Bruselas y a desempeñar el papel de asesor del presidente Bill Clinton en asuntos relacionados con el continente africano.

Con tal bagaje profesional no es de extrañar que la CIA lo enviara hasta Níger para investigar la supuesta venta de varios cientos de toneladas de una variedad de uranio denominada YellowCake o Urania por parte del gobierno de aquel país africano a Iraq. Dejando a un lado que las minas de Níger son administradas y controladas por Francia, Wilson concluyó en su informe que no había ninguna prueba que avalara dicha tesis y, además, que Níger no contaba con la infraestructura necesaria para transportar la cantidad de mineral que, según las fuentes de la Casa Blanca, se había vendido a Iraq.

El informe de Wilson, como el de muchos otros expertos en la materia, chocó con la necedad y el empeño de una administración montada- desde antes de salir elegida por las urnas- para satisfacer las demandas de crudo de las grandes compañías petroleras norteamericanas.

Al final, el miedo a unas Armas de Destrucción Masivas que nunca aparecieron -porque éstas se desmantelaron tras la primera Guerra del Golfo- fue el acicate perfecto para la invasión de Iraq y la captura de sus enorme yacimientos petrolíferos.

Con el objetivo cumplido, nadie podía pensar que Joseph Wilson, cansado de la situación y de escuchar las mismas mentiras en televisión, se decidiera a escribir un artículo en The New York Times titulado What I didn´t find in Africa, publicado cuatro meses después de la invasión de Iraq. El artículo no sólo cuestionaba muchas de las cosas que se decían en los medios de comunicación, sino que desnudaba muchas de las tesis belicistas de una administración rendida antes el neoliberalismo económico y el poder de los grandes lobbys económicos.

Las palabras de Wilson cayeron en la Casa Blanca como una carga de profundidad, sacudiendo el ardor patriótico y los buenos sentimientos que, según la administración del presidente George W. Bush, habían motivado la invasión de Iraq.

Tras la publicación del artículo, Wilson comenzó un recorrido por las principales cadenas de televisión del país, contando lo que ya había descrito en su artículo y poniendo más en solfa, si cabe, las tesis oficiales.

Ante tal papeleta y sin perder de vista la reputación de Wilson, la única opción que les quedaba a los políticos de la Casa Blanca era la de buscar algún punto débil en la vida del ex-diplomático, aunque fuera poniendo en peligro la vida de su esposa, Valerie Plame.

Una semana después, el Washington Post publicó una torticera columna en la que, además de tratar de desacreditar las palabras de Joseph Wilson, se decía que su mujer era agente de la CIA. La información había sido filtrada por la secretaría de Estado de la Casa Blanca, una iniciativa promovida y ejecutada por Lewis Libby a instancias de sus superiores. Al hacerlo, la vida de Valerie Plame entró en una peligrosa deriva, la cual le llevó a ser apartada de su trabajo y a vivir en un estado de indefensión ante una traición que había surgido desde el interior del gobierno al que ella había jurado proteger.

La vida para Joseph Wilson tampoco fue fácil, pero, tras veinte años de carrera política, su determinación por aclarar la situación no hizo sino acrecentarse, convencido de que cosas así no se debían tolerar. Al final, Libby dimitió, siendo luego imputado por perjurio, obstrucción a la justicia y falso testimonio, cargos que no sirvieron para que Libby acabara con sus huesos en la cárcel, dado que el presidente Geore W. Bush conmutó su condena. La demanda interpuesta contra su superior directo, el vicepresidente Dick Cheney, acabó siendo desestimada tras varios años de litigios. No obstante, lo que se vino a conocer como Plamegate o The CIA leak Scandal puso de manifiesto el nivel de corrupción, impunidad y demencia que dominó la política de los Estados Unidos de América durante los ocho años de la administración del presidente George W. Bush.

Después de lo sucedido, tanto Joseph Wilson como Valerie Plame contaron sus experiencias en dos libros. En el caso de Wilson, su libro The Politics of Truth: Inside the Lies that Led to War and Betrayed My Wife's CIA Identity: A Diplomat's Memoir es un libro de memorias que cuenta con un amplio capítulo dedicado a su visión del caso que afectó a la vida profesional y personal de su esposa. Fair Game: My Life as a Spy, My Betrayal by the White House, escrito por Valerie Plame, también recoge buena parte de sus experiencias como agente de campo de la CIA, aunque se centra más en los sucesos que desembocaron en el final de su carrera profesional en la Agencia Central de Inteligencia norteamericana.

Ahora, en plena revisión de un periodo tan convulso y trufado de mentiras como lo fue la administración Bush, se estrena en los cines Fair Game ?Caza al espía-, un sensacional thriller político, duro, serio, sincero y veraz sobre la forma en que se hizo política en aquellos años.

Dirigido por Doug Liman y magníficamente interpretado por Naomi Watts y Sean Penn, Fair Game es, como los secretos desvelados por WikiLeaks, un documento imprescindible para conocer la realidad del momento histórico que nos ha tocado vivir, por mucho que nos pueda molestar. Además, el título de la película, así como del libro de Valerie Plame, expresa una idea ?la del juego limpio- la cual se abandonó tiempo atrás por buena parte de la clase política mundial.

Eduardo Serradilla Sanchis

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