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Garzón se da por enterado de la muerte de Franco

Carlos Carnicero / Carlos Carnicero

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El juez se ha adelantado al varapalo que le iba a proferir la sala de la Audiencia por iniciar un proceso penal para el que no sólo no era competente sino en el que además trataba de obviar la legislación vigente, la concesión de la Amnistía de 1.977 y la legislación penal internacional que carece de retroactividad para aplicar los criterios penales tal y como pretendía el juez. Se ha retirado antes de recibir un castigo judicial en forma de resolución que le hubiera obligado, si tuviera dignidad, a abandonar la carrera judicial.

La firme actitud del ministerio fiscal no le ha impedido llevar a cabo una auténtica carrera contra reloj, gastando sin miramiento dinero público, para tratar de que sus acciones fueran irreparables cuando los recursos hubieran sido resuelto, en un actitud que tiene el marcado carácter prevaricador de quien sabe que está tomando resoluciones judiciales que son injustas y para las que no tenía competencias. En un país razonable, su burla del estado de derecho le habría desacreditado para siempre. Aquí siempre tendrá palmeros y agradecidos de favores antiguos que le sigan haciendo el juego.

Ocurrió lo que tenía que ocurrir y en el camino han quedado doloridos muchos familiares de desaparecidos en la guerra civil a los que Garzón no ha hecho otra cosa que utilizar para sus intereses personales y después, generadas expectativas imposibles, los deja en el punto donde se encontraban antes pero desconcertados con una acción judicial imposible.

El Gobierno también ha quedado en evidencia con la actitud irresponsable del juez que pretendía sustituir la Ley de Memoria Histórica con un procedimiento que le presentara ante los ojos del mundo como un ser providencial capaz de la heroicidad de sentar en el banquillo de los acusados al cadáver del general Franco. Si la Ley de la Memoria Histórica no sirve para los objetivos que fue promulgada, hará bien el Gobierno en reflexionar sobre las expectativas que creó y que ha dejado en evidencia un juez sin escrúpulos.

Muchos de quienes han jaleado la actitud del juez tendrán que poner en armonía el respeto a las normas del estado de derecho y el fiasco judicial producido en medio de sus aplausos. Quienes necesitan la existencia de seres extraordinarios, propios de países que no tienen la democracia asentada, para presumir de la realización de la Justicia, debieran explicar si su admiración se compadece con el resultado obtenido. O, en caso contrario, debieran defender la falta de armonía con el derecho de la última resolución de Garzón que hace precisamente lo contrario de lo que sus corifeos le celebraban.

No será esta la última garzonada porque toda su trayectoria es un zig zag en búsqueda de una notoriedad que no puede corresponder a un juez que haga con discreción, eficacia, sosiego y humildad su trabajo. Su trayectoria desde la judicatura a la política y desde la política a la judicatura estaría condenada en cualquier país del mundo en donde la objetividad y el respeto a la ley no tuviera que ver con el oportunismo político que entiende que cuando las acciones de este individúo le favorecen hay que aplaudirlas aunque pisoteen el derecho.

En la trayectoria de Garzón hay un largo camino de excentricidades marcadas siempre por una ambición sin freno. El ejemplo más claro es cuando quiso ser ministro del Gobierno de Felipe González y, al no conseguirlo, sacó de los cajones -en contubernio con Pedro J. Ramírez y José Amedo.- los viejos papeles del GAL para meter en la cárcel al que sí había sido ministro de Interior de la democracia. Con González, por poco, pero no pudo.

Nunca he entendido que haya tantas personas que se consideran socialistas que no hayan reflexionado sobre estas actitudes de Garzón. En todas las anteriores ocasiones en las que Garzón ha atropellado el derecho siempre ha habido quien se ha beneficiado de sus actos. En cada época son distintos los que le aplauden. En esta ocasión su fracaso va a hacer más difícil que los aduladores sigan en el escenario.

El juego de pretender que el certificado oficial de antifranquista pasa por aplaudir los disparates de Garzón ha sido demasiado burdo. El problema es que Baltasar Garzón puede pretender desacreditar la transición española, erigiéndose en látigo justiciero del franquismo, por la sencilla razón de que no se le conocieron en su juventud actitudes de rebeldía. Ahora, desde su despacho judicial se ha querido dar un desquite para el que no tenía derecho.

Por primera vez, el juez se ha ahogado en sus propias ambiciones. A partir de ahora, los intentos de seguir acumulando gloria, que sin duda los habrá, estarán marcados por el ridículo que ha hecho esperando a que le mandaran el certificado de defunción de Franco para darse por enterado de su muerte.

*Carlos Carnicero es periodista y analista político, en elplural.es

elplural.es Carlos Carnicero*

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