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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal
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Hace ya diez años

Eduardo Serradilla Sanchis / Eduardo Serradilla Sanchis

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En cuanto al mundo gráfico, el noveno arte, ni antes ni ahora, la sociedad y las instituciones públicas le han dedicado la atención que se merece, delegando su difusión en personas que, o carecían de los más mínimos conocimientos, o en otras, cuyo único interés pasaba por el mero afán mercantilista, salvo muy contadas excepciones.

Por todo ello, organizar unas jornadas de cine fantástico -género que detestan esos mismos mandarines cinematográficos insulares, pero que, a fin de cuentas, se proyecta en una sala de cine- y de cómic, se antojaba como una iniciativa que se saldaría con un rotundo fracaso. Si a eso se le suma mi incapacidad para formar parte del gremio de los subvencionados, aquellos que vivían y aun viven al calor de las prebendas y los dineros públicos, el panorama no podía pintar peor.

No obstante, hay proyectos que nacen muertos y otros que, por el contario, logran sobrevivir en las condiciones más adversas, por extremas que éstas puedan sonar. Quizás por esa razón y por el hecho de encontrarme con personas que creyeron en el proyecto sin tan siquiera esperar una mínima compensación por su trabajo dieron como resultado que Phantacom, las primeras jornadas de cómic de Las Palmas de Gran Canaria, no sólo fueran una realidad sino un evento que se prolongó durante cuatro meses, en tres sedes distintas y con una programación que superó con creces las expectativas más optimistas.

Cierto es que, en los cinco meses de preparación, hubo de todo y cada cual quedó retratado. En algunos casos, las actitudes estaban justificadas por mis equivocaciones del pasado, algunas de las cuales me obligaron a replantear algunas de las propuestas iniciales y a encontrar soluciones alternativas. En otros casos, las “rasgadas de vestiduras” y las negativas al proyecto, enfatizadas a los cuatro vientos por personas, en su mayoría, relacionadas con el mundo del fandom comiquero, formaban parte del ruido de fondo y de una manera de pensar que siempre se mira el ombligo y es incapaz de ver más allá de sus narices.

Después, como dice Ana Belén en la canción El Hombre del Piano, “Siempre hay borrachos con babas que te recuerdan quien eres” o, por decirlo de otra forma, personas de una tremenda bajeza moral, empeñadas en medrar a costa tuya. Son personas que, como piensa el ladrón, “todos somos de su condición” y por eso, a imagen y semejanza suya, no dudamos en traicionar la confianza ajena con tal de prosperar. En mi caso, tuve y tengo mi conciencia bien tranquila, algo que dudo que dichas personas la puedan tener, aunque dudo, siquiera, que sepan lo que significa tener conciencia.

De todo se aprende y Phantacom me enseñó, por ejemplo, cómo un artículo de prensa puede cambiar a las personas o, en su defecto, hacerlas recapacitar, tragarse el orgullo y rebajarse hasta tener que hablar con una persona que detestaban, en este caso, yo. La realidad dicta que si quieres que algo salga bien cuéntalo solo a unas pocas personas y, cuando el tinglado sea público, quienes no comulgan con tus postulados se verán sin la más mínima capacidad de reacción. Admito que hubiera sido mejor poder contar con más ayuda y no tener que cargar con tanta responsabilidad, casi, en solitario, pero el afán de protagonismo, el ansia por salir en la foto final y el gusto por torcer las cosas a la conveniencia de cada uno dificulta mucho el lograr un buen entendimiento con los demás.

A pesar de todo, de los rumores, de los bulos, las mentiras y los corre-ve-y-diles, Phantacom logró contar con los suficientes apoyos necesarios y, en dos mañanas, también logró el apoyo económico que nunca tuvo en los meses previos. Antes, como ahora, ya había crisis, aunque no se decía con la boca grande, sino en privado y muy, muy bajito. Además era una crisis selectiva que tenía que ver más con quién pedía los dineros que con la validez y viabilidad del proyecto.

No obstante, tengo que admitir que, a pesar de dichos condicionantes, Phantacom contó, por primera vez en mi vida profesional, con apoyo institucional económico y sin tener que soportar ninguna larga espera, ni nada por el estilo. Esto no quiere decir que el montante económico sirviera para sufragar todos los gastos, dado que el proyecto se pudo llevó a cabo gracias a las aportaciones privadas y al dinero que puse encima de la mesa para hacer frente a todos los gastos generados durante los cinco meses de preparación de evento. Sin embargo, y por una vez, los responsables de un centro público entendieron que mi idea podía ser igualmente rentable y sin mentar al archipiélago, la bandera y la nación canaria por ningún lado.

Y junto a todos estos datos y hechos contrastados también están las personas que, de una forma u de otra, apoyaron, subvencionaron, aportaron sus conocimientos, sus recursos y su tiempo para lograr que Phantacom viera la luz. Ahora sé, como entonces, que, sin ellos, hubiera dado igual que mi idea hubiese contado con miles de euros de presupuesto. Sin una buena base, la mejor de las ideas se convierte en “papel mojado” y si no me creen piensen en los grandes fastos de “cartón piedra” y multimillonarios presupuestos, tan carente de sentido como impregnados de un mero afán electoralista.

De ahí que, llegados a este punto, quiera hacer mención a todas aquellas personas que, de algún modo u otro, me ayudaron durante aquellos meses. El orden no significa mayor o menor importancia, sino la manera en la que están archivados en mi memoria. No obstante, todo esto lo contaré en mi siguiente columna.

Eduardo Serradilla Sanchis

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