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Higiene personal y salud urbana

Carlos Castañosa

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El aseo corporal, limpieza en la vestimenta y cuidado en las formas sociales, influyen en favor de la salud de la persona, para inspirarle cierto estado de ánimo positivo que, a su vez, redunda en cultivo cultural e inquietud por la solidaridad y el bienestar colectivo, en el que cada uno aporta sus posibilidades de participación.

El itinerario hacia el ideal de convivencia requiere, como argumento principal, el respeto hacia los demás desde la propia higiene individual, en su doble vertiente, física y moral.

Traslademos estos supuestos principios a una ciudad, una capital de provincia, en concreto a Santa Cruz de Tenerife, e imaginémosla como una entidad viva –que en realidad lo es–. No es aceptable que su esplendoroso pasado urbano de bellísima ciudad cuidada, limpia y motivo de orgullo ante quienes nos visitaban antaño, en tan poco tiempo haya caído en la más abyecta degradación que en la actualidad supone una impresentable vergüenza sin excusa ni eufemismos.

La indignación ciudadana se manifiesta con testimonios cotidianos en las redes sociales donde se denuncian casos masivos de escandaloso abandono por suciedad generalizada en rincones concretos y en espacios abiertos; mobiliario urbano desvencijado durante años, sin más iniciativa de reparación que algún concurso de ideas que se eterniza en una burocracia espesa; un patrimonio histórico, del que no andamos demasiado sobrados, maltratado por las autoridades con menosprecio por los valores culturales y los derechos de una ciudadanía que no merece una gestión tan mediocre y depravada.

Alarma social provocada por el deterioro progresivo de un entorno urbano que, tanto los más viejos del lugar como visitantes que vuelven al cabo de muchos años, coinciden en que no recuerdan una Santa Cruz tan decrépita, rota, sucia y abandonada. Fuentes que no funcionan; monumentos ruinosos; barrios señeros de otras épocas, con promesas incumplidas de restauración; patrimonio urbano vejado por el vandalismo callejero, que actúa con salvajismo impune ante la pasividad institucional y falta de voluntad política para erradicar dicha lacra con la eficacia propia de todo entorno civilizado. Un problema ya endémico para ofensa de los habitantes normales que sufren la imagen tercermundista de una ciudad infestada de pintadas grafiteras en pleno centro y sin capacidad de reacción oficial que las evite…

Como contrapartida a esta flagrante realidad –incuestionable fracaso de la gestión municipal–, titulares y declaraciones triunfalistas de los responsables políticos con datos y cifras de elevado contenido optimista, que contradicen la evidencia de lo que los ciudadanos normales vemos y sufrimos en las calles.

Es engaño electoralista, que ofende nuestra inteligencia porque, el mero hecho de publicar p.ej.: “Santa Cruz: progreso económico, compromiso social”, significa un grave insulto por creernos tan tontos como para tragar tanta bola. Para colmo, resulta deprimente sospechar que este tipo de artículos se contratan como propaganda, o publicidad oficial, cuyo precio –se supone, dinero público–, lo estoy pagando yo; lo está pagando usted, para que se nos tome el pelo por escrito. (Consuela, en parte, que dicha aportación forzosa ayude a subsistir a algunos medios).

En lugar de desgastarse en el cálculo de votos que se ganan o pierden, según se haga una cosa o se deje de hacer otra, los responsables públicos debieran esforzarse en cumplir el deber que se les otorgó en las urnas. Tan simple como proteger los derechos del ciudadano y defender sus intereses, por delante de los del propio partido y, por supuesto, muy por encima de las aspiraciones individuales en forma de poltrona.

Y si una vez instalado en el poder, no se es capaz de resolver los problemas planteados, la única opción digna es la que impone la propia conciencia.

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