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La Humanidad

Carlos Juma / Carlos Juma

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Su mirada era de una enorme humanidad, me sabía comprendido y acudía a quién tiene el privilegio de unas manos e inteligencia quirúrgicas absolutamente fuera de lo común.

Dice nuestro Juramento Hipocrático “si mantengo intacta la fe en este juramento séame concedida vida feliz y afortunada en el ejercicio del arte, siendo mi fama alabada en todos los tiempos; pero si faltare o hubiere jurado en falso, que ocurra lo contrario”.

Estamos en épocas que parecen sintonizar grandes valores en frecuencias distintas cuando realmente lo válido es el paradigma de la amistad, del desinterés y sobre todo de la Humanidad; es aquí dónde se muestra la virtud princeps del ser humano y más en concreto del médico ejerciente sin que sea exclusivo ni excluyente.

Dolientes personas que acuden a buscar una mirada de alivio, de consuelo, el abrazo fraterno de quien los abre y sobre todo del que hace de las quejas su incansable escucha.

La generalización de los defectos de los médicos no es justa y carece de soporte en cuanto a la humanidad debida en el trato con el paciente; no siempre se tiene la fortuna de encontrar en tu camino a personas que con sólo mirarte a los ojos parece que acabarán con todos tus males. Son mayoría abrumadora los que lejos de endurecerse por la reiteración del dolor se vuelven cada día más sensibles al sufrimiento.

Yo soy un afortunado porque como ser humano sufriente tuve ante mis ojos el espectáculo de una mirada limpia que sin un solo pero ni un porqué hizo posible el milagro de poder andar y liberarme de dolores que sólo los conocen quienes los padecen y los comprende quién no necesita una larga explicación.

Mi querido Profesor Palacios Carvajal es imposible olvidar la cercanía, aquella corbata verde que me visitaba en la UVI y comentar que mis huesos “no sirven ni para caldo”.

Sensible a las muestras de afecto, el beso que le estampé en el cogote cuando pasaba visita supe meses después que lo recibió con una “furtiva lágrima”.

Han pasado unos cuantos años, una docena, y quiero públicamente demostrar que la gratitud es un sentimiento que no se acaba con el devenir del tiempo; quizás no somos agradecidos todos los días pero los días en que se proclama son de una intensidad infinita.

Gracias por ayudarme a caminar, mi querido profesor, maestro de lo humano y de lo divino.

Queden estas palabras dichas al amparo de la vida mientras gozamos del privilegio de ser útiles a los demás.

La gratitud, mi querido Jefe, no se diluye con el tiempo, antes al contrario, aumenta en progresión vertiginosa a medida que alcanzamos la edad en que el eco de la vida nos devuelve cuanto de bueno hacemos: el ciento por uno, setenta veces siete.

No debe desvanecerse en estos tiempos ni la gratitud ni la humanidad. Sean eternas en la relación humana y más en concreto en la de médico y paciente.

Una sonrisa, un abrazo, un beso, una mirada, consuelo y alivio. Gracias, Jefe.

Hay que retomar la senda de la vieja escuela, el camino de la HUMANIDAD.

Dedicado al Profesor José Palacios Carvajal

Carlos Juma

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