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Izquierdas y derechas

Antonio Morales

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Como apuntaban todas las encuestas, Syriza ganó las elecciones en Grecia y ha conseguido formar un gobierno cuyo principal objetivo es plantar cara a las políticas austericidas de la Troika. La Coalición de la Izquierda Radical (Syriza es su abreviatura en griego) rozó casi la mayoría absoluta sin renunciar a su condición de fuerza política de izquierdas. Su correligionario español y líder de Podemos, Pablo Iglesias, no parece opinar lo mismo al afirmar que “las ideologías sirven poco: quien piense que con izquierdas y derechas se puede entender el espacio político de nuestro país nosotros decimos que es un juego de trileros”. Es lo mismo que ya dijo en febrero de 2014 cuando dejó escrito en un tuit que “tras la caída del muro de Berlín ya no existe la lógica de la derecha y de la izquierda”. También Iñigo Errejón expresó hace unos días (en un trabajo de John Carlin en El País) que “izquierda y derecha son metáforas, son nombres nada más. Nosotros representamos el sentido común contenido en una identidad transversal y popular, frente a la oligarquía”. En otros momentos han sustituido la vieja dicotomía de las derechas y las izquierdas por “los de abajo contra la casta”. Sin duda se trata de una apuesta arriesgada, repleta de posibilismo y practicismo, de puro tacticismo, de politólogos que se consideran de izquierdas, que irrumpieron en el escenario político con proclamas radicales y que hoy defienden propuestas socialdemócratas.

Con muy mala uva, y en la misma tónica que otros medios cercanos al PSOE o al PP, el diario digital El Plural sacó a la luz un reportaje donde afirmaba que cinco partidos (Podemos, UPyD, Ciudadanos, Falange y Democracia Nacional) se definen “ni de derechas ni de izquierdas”. En realidad se trataba de un texto agresivo donde mezclaba a fuerzas democráticas con organizaciones de extrema derecha antidemocráticas. Podía haber citado también al Partido X, que afirma estar contra el debate de ser de izquierda o de derecha, a la última propuesta política de Mario Conde que nos decía que las etiquetas deben quedarse para la industria textil o a una parte del movimiento 15m que aseguraba que no era de izquierdas ni de derechas sino que “somos los de abajo y vamos a por los de arriba”…

El alejamiento de Podemos y de las otras organizaciones citadas, de las clasificaciones de diestras y siniestras surgidas tras la Revolución Francesa no nace por casualidad. Una gran parte de la ciudadanía se encuentra profundamente asqueada de la política tradicional después de que la derecha conservadora se haya decantado por el neoliberalismo, de que la izquierda socialdemócrata haya sido incapaz de plantear alternativas y de mantener los viejos valores que la significó y de que las dos hayan sucumbido al capitalismo más salvaje y entregado el gobierno de lo público a los grandes poderes económicos.

Pero esto no sucede por primera vez. Suele repetirse en momentos complejos. A mitad de los sesenta el ministro franquista Gonzalo Fernández de la Mora escribió “El crepúsculo de las ideologías”, un alegato contra la partitocracia y las ideologías como “subproductos mentales”, causantes de tensiones sociales y políticas, que abrió camino al razonalismo, a la eficacia del Estado a través de la tecnocracia. Al fin y al cabo Franco lo decía insistentemente: “Hágame caso, no se meta en política”. Era una tesis parecida a la que sostiene, también en los años sesenta, el sociólogo Daniel Bell, en “El fin de las ideologías”, al considerar que éstas ya no mueven a la sociedad, que han perdido credibilidad y que van desapareciendo ante el empuje de la tecnocracia. Raymond Aron, el gran filósofo francés, escribió en “El opio de los intelectuales” que se había tratado de fijar “la poesía de la ideología al nivel de la prosa de la realidad” y que las libertades estaban siendo cuestionadas por las ideologías. Y podría poner otros muchos ejemplos que se han sucedido a lo largo de estas décadas cuestionando abiertamente los ideales políticos hasta llegar a un teórico de enorme influencia en la deriva conservadora de la socialdemocracia. A finales de los noventa Anthony Giddens (“Mas allá de la izquierda y la derecha”) atacó de plano a la división ideológica de izquierda y derecha al manifestar que se estaban desdibujando en la modernidad tardía. Abría así una “tercera vía” a un neoliberalismo y a una socialdemocracia que consideraba fracasados ya que la izquierda y la derecha tradicionales no podían aportar nada a un mundo globalizado y no podían sostener un Estado del bienestar en un mundo tan cambiante. Fue el camino que eligió Tony Blair, el del trío de Las Azores, lo que unido al entreguismo de los socialdemócratas alemanes a las políticas de Ángela Merkel, ha contribuido a la gran crisis de la socialdemocracia. Felipe González lo explicó más claramente: “Blanco o negro, lo importante es que el gato cace ratones”. Y Manuel Valls profundiza en ello con sus políticas neoconservadoras: “La izquierda puede morir si no se reinventa, si niega el progreso”. El progreso del desmantelamiento de lo público, de las privatizaciones, de la competitividad a costa de los derechos laborales…

Quizás porque este debate se encuentra en plena actualidad, la editorial Taurus ha reeditado, veinte años después de escrito y para conmemorar su sesenta aniversario, una de las grandes obras del pensamiento del siglo XX: “Derecha e izquierda. Razones y significados de una distinción política”, de Norberto Bobbio. Para el gran pensador italiano el árbol de las ideologías siempre está reverdeciendo y “mientras existan hombres cuyo empeño político es movido por un profundo sentido de insatisfacción y de sufrimiento frente a las iniquidades de las sociedades contemporáneas, hoy quizás de una manera no tan combativa respecto de las épocas pasadas, sino mucho más visible, se mantendrán vivos los ideales que han marcado desde hace más de un siglo todas las izquierdas de la historia”.

Como afirma Joaquín Estefanía en el prólogo de este texto, la mayor parte de los problemas por los cuáles nació la izquierda hace dos siglos y pico sigue ahí, algunos de ellos exacerbados: la explotación, el engaño, la corrupción, la falta de bienestar de una mayoría en tiempos de abundancia, la inseguridad, el abuso, el analfabetismo, la noción de libertad como ausencia de dominación, la consideración del ciudadano como mero juguete de las fuerzas sociales… “puede que la izquierda clásica se encuentre decadente y necesita inyecciones de aceite de hígado de bacalao contra la anemia, pero las ideas que la definen, que combina un grado ilimitado de desigualdad con la búsqueda del bienestar general, la solidaridad, la instrucción y naturalmente la libertad, persisten”.

Para Bobbio, las diferencias entre las derechas y las izquierdas perviven y giran fundamentalmente en torno a la igualdad. Este es el gran elemento diferenciador. Luchar contra las desigualdades sociales desde la justicia social y la equidad, desde el derecho al trabajo, a la salud y a la educación. Desde la búsqueda de la igualdad de oportunidades y la distribución de la riqueza. Haciendo frente al capitalismo que afirma que la libertad se sostiene en la desigualdad. No parece, desde luego que defender todo esto desde razonamientos ideológicos sea mera metáfora o un canto poético. Ni algo banal.

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