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Déjeme que le pregunte, general jefe del Macan

Teresa Cárdenes

Las Palmas de Gran Canaria —

Dice el general Salto, jefe del Mando Aéreo de Canarias, que los militares muertos en el accidente del helicóptero del 19 de marzo eran personas valientes y sacrificadas a las que se tributó en sus honras fúnebres una despedida “militarmente solemne, humanamente sensible y protocolariamente señorial”. Desde mi completa ignorancia de la jerga militar o doméstica de los generales, confieso desconocer qué clase de atributo representa la palabra “señorial” referida a un funeral. Pero sí añadiría a la descripción del general Salto la otra versión que otros vimos de la despedida realizada en la Base Aérea el domingo 27 de abril, 40 días y 40 noches después de que se desencadenara la tragedia del helicóptero del SAR. Y créame general cuando le digo que algunos periodistas callan a veces muchas cosas por una muy elemental prudencia, por escrupuloso respeto a las víctimas y sobre todo por no hacer aún más daño a familias que han sufrido hasta el límite de lo humanamente soportable los retrasos, las torpezas, las mezquindades, las incompetencias y las inacciones de otros.

Para empezar, déjeme que le diga general que muchos echamos de menos en ese funeral la presencia del Príncipe Felipe. Y no solo porque se tratara de cuatro militares fallecidos en acto de servicio y además miembros en el colmo de las malhadadas paradojas de un cuerpo de búsqueda y rescate. Ni porque Felipe de Borbón compartiera con tres de los desaparecidos la condición de piloto de helicóptero militar. Ni siquiera porque apenas unos días después tuviera programado ir a hacer una exhibición de sonrisas en familia a la Academia de San Javier del Ejército del Aire. No, general. En un clima de irritación creciente de la sociedad con algunos miembros de la familia real por el parasitismo manifiesto del que algunos se han lucrado a la sombra de la Monarquía, al Príncipe, futuro Rey y futuro mando supremo de las Fuerzas Armadas, se le echó sobre todo de menos porque era el gesto mínimo de sensibilidad que cabía esperar ante un drama que, ni planeado por el más perverso y diabólico de los cerebros, hubiese reunido tal cúmulo de horrendas horas de espera, trágicos rescates fallidos y, pulverizados ya todos los límites del sufrimiento humano, esos últimos cinco días de calvario y crueldad quintaesenciada aguardando por las pruebas forenses.

Artículo completo en TeresaCardenes.com

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